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El antiguo jefe de los Miñones de Álava, el brigada Julio Sobrón, falleció el domingo a los 82 años rodeado de su familia. Entre 1986 y 2002 dirigió el cuerpo de seguridad más veterano de España y eso le convirtió en el último miñón de ... carrera en hacerlo, ya que quienes le han sucedido proceden de la Ertzaintza. Su templanza y carácter «muy discreto» le sirvió para dotar a la institución de la estabilidad que le había faltado desde que ETA asesinó al comandante Jesús Velasco en 1980 y es que hasta la llegada de Sobrón hubo tres jefes en tan sólo seis años, pero él logró aguantar 16.
Y eso que no fueron tiempos sencillos. A aquella época tristemente marcada por el terrorismo en la que ni siquiera era seguro hablar por radioemisora hay que sumarle que le tocó gestionar la 'absorción' de los Miñones por parte de la Ertzaintza. Hubo que integrar a agentes de escalas y procedencias distintas, pero buscó insuflar a todos ese amor por el territorio y la esencia del cuerpo policial que no se enseña en ninguna academia. Porque él era un agente de pura cepa, no venía de la carrera militar, y entró a formar parte de la plantilla de la Diputación como agente en la promoción de 1966.
Sobrón nació el 12 de abril de 1942 en Mioma, municipio de Valdegovía, y quienes le acompañaron durante su carrera creen que nunca persiguió la jefatura. Pero tenía algo innato que desde su época como cabo le convirtió en un referente para los mandos. Participó en la organización de la visita de Juan Carlos I a Gernika en 1981 -aquella que terminó con altercados en el Pleno de Juntas- y le tocó proteger al diputado general Emilio Guevara tras el asesinato de Velasco.
Por todo esto, Juan María Ollora (máximo dirigente foral entre 1983 y 1987) le eligió como jefe de los Miñones. Trabajó bajo los gobiernos de Fernando Buesa, Alberto Ansola, Félix Ormazabal y finalmente cesó con Ramón Rabanera. «Cuando cumplió los sesenta ya no podía más y se retiró», recuerdan sus amigos con los que se siguió juntando «tres o cuatro veces al año» para comer, jugar al mus y recordar aquellos años de uniforme.
Pero su salud poco a poco empezó a deteriorarse y en 2019 ya asistió en silla de ruedas al 225 aniversario de los Miñones. Por previsible, la noticia de su muerte no resultó menos dolorosa para quienes sirvieron junto a él. «Era un sabio sin carrera, pero que tenía un instinto y una experiencia que le servía para escuchar a todo el mundo y tomar decisiones que siempre trataban de ser justas», recuerdan sus agentes sobre el último jefe miñón.
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