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Muere Fernando Remírez de Ganuza, el bodeguero que honró a Rioja AlavesaEl del vino es un mundo tan hermoso como complicado. Tampoco es tan habitual que un bodeguero logre granjearse una imagen de hombre honesto y honrado, de una integridad sin fisuras por encima de las pequeñas envidias y las rencillas que pueden llegar a enturbiar ... el negocio. Ese era él. Resultará prácticamente imposible encontrar hoy a alguien a lo largo y ancho de los 316,3 kilómetros cuadrados de su Rioja Alavesa que no le eche en falta, que no lamente su pérdida. Fernando Remírez de Ganuza, un personaje imprescindible para entender la reciente historia de éxito del vino alavés, ha fallecido a los 73 años en Barcelona, donde había sido hospitalizado, tras una larga enfermedad.
Fundó y bautizó con su nombre las prestigiosas bodegas Remírez de Ganuza, en Samaniego. Su ingente labor allí le convirtió en un referente, en uno de los grandes renovadores de Rioja Alavesa uno de los precursores de esa idea que se ha convertido en un mantra en la comarca: la necesidad imperiosa de apostar siempre, y por encima de todo, por la calidad. Fernando fue un visionario.
«A mí me decían que hacia muchas pijadas, porque recojo las uvas en cajas para que no se machaquen, tengo mesas de selección, limpio las uvas y al final resulta que mi forma de hacer las cosas cuando empecé es como lo hacen ahora las bodegas», bromeaba hace una década en una entrevista en este periódico. Llevaba razón. Su finísimo olfato para el negocio y su visión, siempre a largo plazo, le llevaron muy lejos y muy alto. Fue uno de los primeros de la comarca en ser ungido por la gracia divina del gurú Robert Parker. Logró los ansiados 100 puntos hace veinte años ya con su Remírez de Ganuza Reserva 2004.
Referencias de campanillas como su delicado Trasnocho también lograron conquistar a los paladares más exigentes. Al mismo tiempo, el bodeguero se esmeró en reivindicar la maceración carbónica, una técnica que hunde sus raíces en Rioja Alavesa y que él supo elevar y honrar con su conocidísimo y reconocidísimo Erre Punto.
«La uva debe ser sobresaliente, y para eso hace falta terruño, pero la recogida también debe ser sobresaliente, como los medios técnicos, la bodega y la gente que en ella trabaja», sostenía el visionario. Esa filosofía impregnaba cada gota de la bodega, hoy propiedad de la familia vitoriana Urtasun.
Llevaba el tempranillo en las venas, sí, pero no en el ADN. Remírez de Ganuza pertenece a una generación de hombres de vino hechos a sí mismos, no por herencia familiar. Nació en la localidad navarra de Meano, en la muga con Álava, y como tantos otros por allí se dedicaba a la elaboración de productos cárnicos. Antes de bodeguero fue choricero. Y a muchísima honra.
Dio el salto lateral al mundo de la vid en 1978, para dedicarse en un principio a la compra-venta de viñedo. Fue en esos años cuando comenzó a hacerse muy conocido en Rioja Alavesa. «No encontrarás a nadie que pueda decir que Fernando le pagó menos de lo que tocaba al comprarle una viña, antes de nada él fue un hombre justo», le recordaba ayer un viticultor. Fue justo y bueno y generoso. Pero de verdad.
El bodeguero sufrió un durísimo golpe con el fallecimiento de una de sus hijas –«De algo así nunca se recupera nadie, pero la vida es una lucha constante y hay que tratar de estar bien», reconocía años atrás en estas mismas páginas–, pero de aquel dolor tan aciago logró cosechar y embotellar una obra muy hermosa. Bautizó uno de sus vinos como María, en recuerdo de la hija perdida y decidió donar cada céntimo recaudado con la venta a organizaciones como la Asociación Española Contra el Cáncer o la Fundación Síndrome de Down.
«Su pérdida supone un golpe duro para Rioja Alavesa», destacó ayer poco después de conocer la noticia de su muerte el diputado general, Ramiro González, que ensalzó la figura de un bodeguero «capaz de hacer crecer una gran bodega y producir magníficos vinos, que es un modelo de lo que es Rioja Alavesa; muy vinculado con la tierra y comprometido con la calidad».
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