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PATXI VIANA
Lunes, 26 de abril 2021, 05:56
Napoleón tuvo que agudizar el ingenio para ver la forma de apoderarse del reino de España sin llamar excesivamente la atención. Con la escusa de invadir Portugal ocupó parte de la península y apoyado en el Tratado de Fontainebleau consiguió que el ejército español acudiese ... a controlar las costas de la lejana Dinamarca. De esta forma logró dejar el camino libre para que el 19 de abril de 1808 lograra su primer objetivo encerrando a la familia real española en su 'jaula de cristal' instalada en Bayona. Pero, este plan estuvo a punto de fracasar en Vitoria.
Para que pudiera ejecutarse la estrategia diseñada por el coloso francés fue imprescindible y necesaria la actuación de su agente especial enviado a Madrid, el general Savary. Este diplomático cumplió con su papel de celestina al conseguir casar las dispares ambiciones. Así las cosas, la casa Real se puso en camino al encuentro de Napoleón que supuestamente venía de visita. Fernando VII llegó a Vitoria en el atardecer del 13 de abril de 1808 sin lograr el encuentro. Miguel Ricardo de Álava fue el comisionado para realizar la parada militar de bienvenida.
Al día siguiente Fernando VII manifiesta su disgusto al «ladino diplomático Savary» por haberle hecho salir de Madrid como gentileza a la llegada de Napoleón sin resultado alguno. Para no rebajar más su dignidad le comunica la determinación de esperar «en esta ciudad hasta su venida». El general francés consciente de la dificultad de su misión acude a Bayona para recibir nuevas órdenes. Mientras tanto, en Vitoria se van caldeando los ánimos. La población está harta y cansada de las privaciones derivadas del acantonamiento militar, del desdén del francés para con las autoridades locales, de los agobios y contribuciones, de los desmanes y ocupación de casas y de la epidemia de tifus que asola la ciudad.
Para remate, también quieren llevarse al Rey utilizando una estrategia que, aparentemente, carecía de sentido. Todos veían que aquello era una argucia más del mandatario francés. Todos, menos Fernando VII y sus consejeros que rechazaron toda solución radical tanto la fuga nocturna por los montes de Álava utilizando disfraz, como fingir la marcha hacia Francia y a la altura de Leniz huir hacia Durango para escapar por Bilbao e, incluso, se opusieron a la propuesta del Director de Aduanas, descrita por el general Hugo en sus memorias, consistente en secuestrar al Rey con 2.000 aduaneros y sacarlo dirección Zaragoza «atravesando la sierra de Rioja». Propuestas todas fruto de la indignación que se vivía en la ciudad.
Al cabo de tres días apareció el intrigante Savary con un «vago e insignificante documento, mezcla de picardía y perfidia», instando a Fernando a avanzar hasta Bayona para «conferenciar» con Napoleón. El desconcierto del Rey era patente y la indecisión también. El general Savary vio que podía fracasar en la misión y puso en guardia al ejército por si tenía que llevárselo a la fuerza. Pensó que era necesario arriesgarlo todo para vencer la repugnancia del monarca y cínicamente llegó a decirle, en frase recogida por el general Hugo, que «dejaré que me corten la cabeza, si un cuarto de hora después de la llegada de V.M. a Bayona, el Emperador no le ha reconocido como Rey de España y de las Indias: tal vez comenzará dándole el título de alteza, pero poco después le llamará majestad, y en tres días todo estará arreglado». La credulidad excesiva del monarca le llevó a aceptar la salir para Francia, el fatídico 19 de abril. La noche anterior fue inquietante para muchos vitorianos que calificaron de descabellado el viaje por lo que dispusieron, según los descrito por Eulogio Serdán, la «protesta armada» como único medio de impedir la marcha.
Al despuntar el alba se preparaban los coches a las puertas del Ayuntamiento. Los rumores de protestas se fueron acercando a la calle Mateo de Moraza. Las voces y gritos tomaron cuerpo por todas las partes sin temor a las tropas francesas acuarteladas en San Francisco. Se escucharon las «primeras frases ofensivas» contra el ejército fra ncés pronunciadas por vitorianos enfurecidos. Cuando apareció el rey para subir a su coche se abalanzó el público sujetando primero las ruedas y después cortando los tirantes de las mulas. Hasta en dos ocasiones cortaron las riendas, nos aclara Becerro Bengoa, dispuestos a «morir antes que consentir que Fernando se marchara». Las fuerzas imperiales aguardaban la orden para lanzarse sobre la muchedumbre. Relata González de Echávarri que el astuto Savary «frenético y loco de ira, daba en aquel instante las órdenes oportunas para que los soldados de Bonaparte acuchillaran a las masas». Todo presagiaba un derramamiento de sangre inmediato. Pero la llegada oportuna del alcalde y del diputado general junto con el edicto pronunciado por Fernando VII lograron serenar los ánimos pero no evitaron la frustración del pueblo vitoriano amenazado de severas penas por alterar el orden. Para Tomás Alfaro «fue un milagro que no estallara allí un motín sangriento». Al final, el perverso Savary consiguió culminar su insólita y rocambolesca patraña.
La proclama del 24 de abril de León, el 2 de mayo de Madrid y Móstoles y la Batalla de Bailén dieron continuidad a lo iniciado en Vitoria.
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