El otro día estuve en Salburua viendo los ciervos. Mi amigo se dedicó a contarlos. Nada más en un grupo había 42 y había más grupos. Yo lo intenté también pero perdí la cuenta. Por lo que solo puedo afirmar que había 'mogollón'. Bueno, como ... en el chiste del soldado vigilante del fuerte de vaqueros: ¡Capitán, vienen los indios! ¿Pero, cuántos vienen? ¡1001!, ¡Cómo lo sabes! Porque vienen en fila, uno por delante y unos mil por detrás! En Salburua había 42 ciervos, contando machos, hembras, cervatillos, cervatillas... y, además, 'mogollón'.
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Hice unas fotos de esas de ganar el concurso de EL CORREO, pero luego vi otra ya publicada que era aún mejor y me eché atrás. Las escena, de todas maneras, quedó grabada donde más se debe entre la retina y el recuerdo.
Seguí dando la vuelta al humedal, que ya se había recuperado de las sequías pasadas. Pocas veces había visto tantos ciervos y de tan cerca. Mientras pedaleaba, se me hizo imposible no pensar en lo del mogollón y sus consecuencias. En que aquí los ciervos están bien. Bien alimentados, si les falta la hierba o el agua natural tienen alternativas. Bien atendidos por veterinarios que cuidan de su salud y desarrollo... Están tan bien que procrean en abundancia. Sin enemigos que los diezmen, su capacidad de multiplicación es ilimitada. Sin embargo, el espacio de que disponen sí tiene límites, y además vallados. En teoría, solo en teoría, podría llegar un momento en que fueran tal mogollón que no cupieran, que se acaban chocando unos con otros. Pero esto no va a ocurrir porque no ocurre. El número de unidades que viven en Salburua está controlado. ¿Cómo? Bueno, que sepa yo no se los mata. No es como a los jabalíes.
Jabalíes, yo no he visto nunca ninguno pero debe haber otro mogollón. Están igual de bien que los ciervos. Menos atendidos porque son salvajes pero se reproducen sin problemas, de eso no hay duda. Además tienen una ventaja que cuando les apetece pueden salir del parque a buscarse la vida, porque la valla, como es lógico, no es tan rígida que pueda evitar que caven agujeros, la rompan en puntos débiles y salgan.
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La diferencia, decía, está en que a los jabalíes sí se les mata. Con ruido, sin ruido. Se les acecha y se les da muerte. Hace poco se ha sabido que, en realidad, se les mata poco porque cada vez hay más y las autoridades ya no saben qué hacer.
En realidad, en mi opinión, la autoridades, nosotros en general, tenemos un problema cuando tomamos determinadas decisiones que, en principio, nos parecen bien pero que a la larga causan problemas que no teníamos previstos y que no sabemos muy buen cómo resolver. No quiero ser melodramático pero, en Salburua, hay 'bambis' más tiernos y bonitos que los de la película, ¿qué hacer con ellos cuando son demasiados?
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El conservacionismo bajo control tiene sus consecuencias. Es curioso, en Álava, mantenemos como príncipes unos grupos de ciervos, a los que tenemos encerrados, mientras autorizamos batidas para cazar a los que nos causan problemas, porque viven en libertad. Para matar un jabalí en Salburua hay que tirar de arqueros silenciosos y hacerlo de tal manera que casi no se entere nadie porque, si no... Para matar jabalíes en los cotos faltan escopetas. No se da a basto dada su capacidad reproductiva.
No tengo nada en absoluto contra el acotar espacios para que los animales vivan en semilibertad. Me gusta lo de Salburua, tanto como defiendo Cabárceno o las reservas africanas. Mi discurso es más bien personal. Es una reflexión sobre mi propia evolución en este sentido.
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He tenido animales desde que era niño, En mi casa nunca faltó un grillo que, primero, cogía mi padre y luego yo. Por mi parte aporté cabezones a ojo que se me hacían ranitas, también alguna de San Antón, que me predecían estupendamente el tiempo, y una enorme no sé de qué tipo, que encontré cerca de Santa Isabel. Las lagartijas se me escapaban siempre, aunque sin cola, eso sí.
En una fase posterior, tuve ratoncitos blancos y un conejillo de Indias. De ahí pasé a tener lo que se puede decir mascotas con un cierto ánimo didáctico educativo. Como un gusano de seda que cumplió perfectamente con su obligación de formar un capullo monísimo. En peces, pasamos de tener alguna de esas carpillas rojas en su pecera redonda a tener variedad en una pecera grande, en condiciones. Siguiendo la tradición de mi casa tuvimos varios pajaritos. Canarios los que más pero también periquitos y hasta una carolina. También criamos un pollito y hasta una pareja de hámsters. Por fin llegó el perrito. Una cocker canela de esos que tienen mala fama y que son buenísimos. Eder se llamó, porque lo era, y todavía me entristezco al recordar su muerte, después de catorce años en que fuimos felices ella y nosotros.
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Hablando de que Eder murió, también el resto de animalitos que he tenido. Algunos de mala manera, debo decirlo. Otros, bueno, el pollito fue a un corral, alguna carpa, mal hecho, fue a parar a un estanque. Los hámsters no acabaron bien. Y a una mantis religiosa que no me explico cómo llegó a mi cocina, la alimentamos como supimos y luego la dejé en La Florida.
En la actualidad ni se me ocurriría tener a un pez en una pecera, a un pájaro en ninguna jaula ni nada de nada. ¿Un mogollón de ciervos cercados?, no lo sé, no lo sé...
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