José Manuel Farto (Bilbao, 1958) despliega toda una batería de argumentos que, de pronto, se conectan y cobran sentido. De verbo largo, el exasesor municipal de proyectos estratégicos y exsecretario del SEA, jubilado el pasado mayo, mantiene frescas las ideas y se encuentra sumergido en ... un «reto intelectual» sobre proyectos con dinero de donación. Tras dejar atrás una grave enfermedad, el economista comparte su visión sobre Vitoria y sus retos de futuro.
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– ¿Cree que llegará el soterramiento por fin?
– Igual le doy un disgusto. Confío en que no llegue. Siempre he pensado que no es la mejor opción de inversión, ni siquiera la más importante. Los efectos positivos que puede generar están al alcance de cualquier otra. No lo considero el gran proyecto, porque el coste es altísimo y lo importante es que haya alta velocidad cuanto antes. Ya llevamos muchísimo retraso, en parte como consecuencia de los soterramientos. Que el tren vaya por encima o por debajo no le aporta nada a la cuestión fundamental, que es la movilidad. Teniendo en cuenta cuál es el soterramiento, las afecciones en superficie son pocas y las soluciones a la permeabilización, fáciles. Un tren soterrado es mucho más caro de mantener, tanto por la instalación como los materiales.
– ¿Por qué lo sustituiría?
– Llevo años pensando que sería bueno que creciera la Senda. Es donde tenemos los edificios más importantes y, a continuación, zonas residenciales, infraestructuras, etc. Se trataría de dar continuidad a ese esplendor. Me gustaría que la gente con dinero, que sé que la hay, se lo gastase en esos edificios y no en acciones de Apple. Todo ello facilitado por el Ayuntamiento. Pero para eso nos tendría que parecer bien al resto. Con esa inversión, el patrimonio de la ciudad aumenta. Ante el aporte del soterramiento o de las balsas de Lasarte, me parece mucho menos costoso y más interesante.
– En cambio, existe una tendencia de instalarse en la periferia mientras el Plan General busca dejar de expandir la ciudad.
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– Es inasumible el retraso tan enorme que arrastra el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) por motivos políticos. Es el único documento con una previsión de más de diez años de la economía y se hace sobre un modelo. Todo esto está obsoleto. Hemos pasado dos crisis económicas y una ola tecnológica. Además, el modelo está cambiando. Estamos a machamartillo con la ciudad compacta, pero nos hemos dado cuenta de que en Dinamarca y Alemania hay ciudades magníficas vacías y sin vida. Ya llevan tiempo dando vida al concepto 'green'.
– ¿Cuál es el modelo actual?
– El gran reto es que los grandes parques tengan elementos de encuentro con la gente. Han llegado a la conclusión de que no hay ningún modelo urbanístico perfecto, ni siquiera el 'green'. El mejor es el más flexible para dar respuesta a las demandas de ciudadanos y empresas. No podemos prohibir que los modelos de vida de la gente no se puedan desarrollar porque nuestra filosofía es otra. Hay una demanda nueva que ha surgido con el covid, que la gente necesita esponjar las viviendas y todo lo que supone la convivencia social. No es una cuestión de aristócratas. Un ingeniero de Mercedes te puede decir que quiere una casa en la periferia o un piso grande lleno de terrazas en Olárizu.
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– ¿Y cómo se lleva a la práctica?
– Por ejemplo, Armentia ahora es una postal maravillosa. Es un paisaje perfecto e idílico, y eso no es suficiente. Hacen falta entornos urbanos vivos. Me parecería perfecto que se faciliten viviendas unifamiliares, como las que se proyectan en Uleta (el sector 17), pero nunca como guetos residenciales. Aunque fastidie un poquito, ¿por qué no vamos a poner viviendas de tres pisos y otras de doce? Algo híbrido. Este es el nuevo urbanismo, que promueve la relación de gentes diferentes, y que da satisfacción a distintas demandas para que se maximice la relación entre la gente, aunque sea sólo para ir a comprar el pan.
– Vitoria está a años luz de que se produzcan esas conexiones sociales en esas zonas.
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– Efectivamente. Hay una cierta pulsión dogmática por parte del Ayuntamiento en cuanto a aplicar con mucha rotundidad el planteamiento de la ciudad compacta. Es contraproducente. Veo que es más eficaz relajar esa filosofía a cambio de introducir este aspecto relacional. Pongo un ejemplo que puede ser brutal. Imagine que admiten algunas licencias de las que se han suspendido encima de Armentia, pero a cambio, ponen bloques de vivienda social, pero social de verdad. Tienen sus chalés, perfecto. No van a perder el valor de sus propiedades, pero tendrán que hacer un huequito, aunque sea en una esquina, para esas viviendas sociales.
– Pero esto tiene dos efectos: una ciudad más grande es más cara de mantener y agudizaría el declive del centro.
– Sin duda, son dos consecuencias clarísimas de lo que comento. Pero eso siempre ha sido la pulsión de la ciudad, la de centro-periferia. Es un movimiento histórico que se produce cuando las clases hegemónicas cambian su visión de la realidad. Pero cuando cambia la perspectiva de la vida, ¿tienen que seguir viviendo de la misma manera porque no hay otra opción? Muchas veces es así, pero nunca se va a vaciar el centro de la ciudad, sino que se llenará de clases populares. Se van los ricos y llegan las clases trabajadoras. En todas las grandes ciudades del mundo ya se ha producido este fenómeno. Vamos con 20 o 30 años de retraso respecto a este movimiento. No hagamos el PGOU de hace 10-15 años, sino el de dentro de 10-15 años.
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– ¿A qué le daría prioridad?
– La entrada de Vitoria en la modernidad es por tener los crecimientos más altos de todo el Estado. No competimos en patrimonio histórico, ni siquiera con pueblos de Cuenca, sino en capacidad de industria y por tener una ciudadanía relativamente joven, que estamos desperdiciando porque no le damos trabajo. Se me puede decir que esta idea plantea que aquellos que invierten sientan que les queremos. ¡Pues sí! Puede parecer una barbaridad, y que yo mismo me lo escuche. Pero estoy convencido de que es así. Desde ese punto de vista necesitamos personas empáticas en las instituciones con las personas que van a decidir el futuro de tu ciudad.
– ¿Y no las hay?
– Creo que el diputado general, Ramiro González, se puede sentir cómodo visitando una residencia de ancianos, o en una reunión con empresarios. Es muy empático, y en sus políticas tiene en cuenta todo el espectro. Veo más rígido al alcalde de Vitoria, Gorka Urtaran. Prácticamente no tiene relación con el mundo empresarial. Cuando se saca la foto con los empresarios, se saca la foto. Eso no es decisivo, pero ayuda. No tiene que ver con una ideología; de hecho, son del mismo partido. Tiene más que ver con una cuestión de perfil.
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– Una de cada tres empresas alavesas cerró el año con pérdidas. ¿A qué se enfrenta el tejido económico del territorio?
– Aunque no sea muy ortodoxo, necesitábamos algo de buena suerte. Un respiro. El escenario nos está castigando demasiado. Tener un 10% de mano de obra afectada por bajas laborales es un coste bastante fuerte. Estamos viendo que lo que parecía una ola de crecimiento se ha encontrado con resistencias, como el precio alto de la energía, las materias primas, escaseces de productos como microchips...
– ¿Qué solución tiene?
– La fuerza de crecimiento más importante está siendo un chorro de liquidez. Esto es arriesgado. Se busca el gasto fácil en lugar del estratégico, que tiene más dificultades de gestión. Vemos cuál es la disposición del Ayuntamiento, con muchas pequeñas cosas pendientes. La apuesta de la Diputación es más clara en algunos casos, como el hidrógeno para el tren de alta velocidad. Estas apuestas van a ser las decisivas en el futuro. El otro elemento para aprovechar la bonanza económica es la disposición de tecnologías, como la digitalización y el tema 'green'.
– La evolución de la crisis contrasta con los mensajes que mandan las instituciones. ¿Son consecuencias imprevisibles o no se quieren lanzar mensajes negativos?
– Hay una necesidad enorme de lanzar mensajes positivos. Justo cuando llega la oportunidad de conseguir un apoyo de Europa empiezan las problemas económicos. Al principio nos han pillado por sorpresa a todos los economistas. Había razones para que hubiera un repunte de la inflación por los altos costes de la energía, pero no tanto ni tan persistente. También existe una corriente de fondo que se manifiesta en la subida de las materias primas. Pero ya se estaba anunciando también la presión salarial, porque llevamos muchos años con ellos congelados. Quedamos en manos de que la renovación tecnológica de la base productiva sea lo bastante fuerte para que nos permita absorber la inflación y metabolizar los incrementos de los salarios.
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