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Han recogido muchos productos dispares en la oficina municipal de objetos perdidos de la comisaría de la Policía Local en Aguirrelanda.Pero posiblemente ninguno como el que detectó un ciudadano hace ahora once días. Caminando por el parque de Arriaga, convertido por aquellas fechas en ... un animado campamento napoleónico, se topó con una urna funeraria.
Hasta esa fecha, en este servicio municipal habían inventariado audífonos, dentaduras postizas, cañas de pescar, el sobre con el dinero de los invitados de una boda y hasta una televisión XXL (de 70 pulgadas nada menos), aunque nada parecido a este hallazgo. Por cierto, con «cenizas humanas» en su interior.
El recipiente presentaba un aspecto de lo más pulcro, como si llevara muy poco tiempo olvidado en esa zona ajardinada. Su descubridor telefoneó al 092 abriendo así un misterio con pocos visos iniciales de resolución. Los patrulleros que acudieron preguntaron a paseantes y a los comerciantes que poblaban el enclave. Sin embargo, nadie recordó a ninguna persona portando o abandonando el envase con los restos de un fallecido.
Sí contaban en Aguirrelanda con una pista con la que empezar a despejar interrogantes de la ecuación. La urna venía con una placa con un nombre y unos apellidos como débil pista. Así que lo primero que hicieron en la Policía Local fue tirar de padrón y cotejar esa identidad con las que pudieran coincidir en el término municipal. Al principio, todas las pesquisas abiertas concluyeron en vías muertas.
Poco a poco desmadejaron el enigma. «No resultó sencillo hasta que localizamos a un familiar», desgrana el subcomisario José Carlos García Marcos, responsable estructural de la oficina. Esa pariente reside en Bilbao y, al parecer, ese fin de semana no se pasó por Lakua-Arriaga a disfrutar de las intrigas de Bonaparte y sus huestes gabachas.
«Cuando le avisamos se quedó en shock, no se lo creía al principio», abunda el mando de la Guardia urbana. Alegó desconocer «cómo había llegado» la urna hasta este pulmón de Vitoria. Gracias a ella se supo que su pariente pereció hace apenas dos meses y que la mayoría de su entorno habita en la vecina Castilla. De ahí la dificultad para localizar personas cercanas en la capital alavesa. Esta misma semana está previsto que esta mujer se pase por la oficina de objetos perdidos para recuperar los restos de su ser querido.
Una vez devuelto el recipiente funerario, lo que sí se mantendrá será el halo de intriga sobre cómo acabó en medio del parque de Arriaga. En la Guardia urbana apuntan casi convencidos a «un olvido», que suele ser lo habitual en esta clase de asuntos.
3.492 fichas abrieron el pasado año en la oficina municipal de objetos perdidos. A algo más de diez por día. Con semejante aluvión, el personal de este servicio público ubicado en la comisaría de Aguirrelanda hace del orden su razón de ser. Por ejemplo, «las llaves las tenemos ordenadas por quincenas», certifica el subcomisario García Marcos. Las guardan durante tres meses antes de deshacerse de ellas.
No obstante, el mayor flujo de productos lo constituyen los diferentes documentos identificativos. Los DNI, pasaportes y tarjetas bancarias figuraron en 2.743 actas en 2021, un 17% más que en el año del estallido del covid. «Son los más fáciles de devolver» al contener los datos personales de la persona que los extravió. «Se informa al ciudadano para que venga a recogerlo». Si no fuera posible se da parte a las administraciones y entidades que expidieron los documentos.
En el segundo escalón se encuadran los teléfonos móviles. 280 almacenó esta oficina durante los doce meses de 2021. Cuando el ciudadano cree reconocer el suyo, «se le pide que lo desbloquee y luego que muestre alguna foto que contenga la terminal».
Las maletas y las joyas también constituyen otro de los grandes frentes abiertos. Más de un centenar de piezas de bisutería se guardan en la actualidad en una caja fuerte cerrada a cal y canto. El ciudadano que reclama alguna debe presentar pruebas convincentes, como un recibo de compra o una fotografía.
No deja de sorprender a los funcionarios municipales que organizan este servicio el extravío de objetos básicos para el día a día como audífonos, gafas graduadas o incluso dentaduras postizas. Han subido un 68% respecto a 2020.
García Marcos siempre recordará al vitoriano que entregó un sobre con 600 euros hace cinco o seis años. «Lo encontró tirado en la calle y lo trajo. En el interior había una tarjeta de una boda en un restaurante. Cuando vinieron, los novios contaron que era todo el dinero con el que contaban para su viaje. Tenían un disgusto enorme y no sabían cómo agradecérselo a este ciudadano», aduce.
La normativa actual marca que el propietario del objeto perdido debe gratificar a la persona que lo encontró y entregó. «Pero la mayoría no quiere nada».
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