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Si una imagen vale más que mil palabras, un vídeo de la selva amazónica tomado a miles de pies de altura debería ser una maravilla de la naturaleza. Y lo es, pero no tanto. Con matices, heridas, rasguños... El vitoriano David Martínez de Aguirre, dominico ... misionero desde 2001 y obispo de Puerto Maldonado (Perú) a partir de 2014, se sirve de su teléfono móvil para mostrar la captura aérea que confirma la devastación de tan hermoso paraje de la Tierra. Por intercesión humana. Columnas de humo por aquí, señal de incendios inmensos; hectáreas de tierra volteada allá, prueba inequívoca de que se busca oro, cualquier otro mineral preciado, hidrocarburos... Como si fuera el bazar del Planeta, del que todos se sirven para su exclusivo provecho.
La Amazonia -siete millones de metros cuadrados repartidos entre nueve países de América del Sur- sufre un drama en tiempo real. Lo advirtió el papa en una visita a aquellas tierras inhóspitas, de la que fue testigo cercano el fraile alavés. «Francisco dijo que probablemente los pueblos indígenas no han estado tan amenazados como ahora». Son más 350 comunidades con una forma de vida tan natural y básica como inexplicable por estos lares.
«Es uno de los rincones más ricos en biodiversidad y culturas, un ecosistema vulnerable cuyas consecuencias se trasladan al resto de la Tierra. Regula el clima de todo el continente americano, de tal forma que, por ejemplo, la sequía de California tiene que ver con la deforestación de la Amazonia. Es igualmente un escenario geoestratégico. Posee el 20% del agua dulce no congelada de la Tierra, minerales, riqueza... Un sitio para invertir desde un punto de vista exclusivamente de negocios», relata Martínez de Aguirre, estos días de visita en Vitoria, donde viven su familia y amistades, antes de proseguir viaje hasta Roma.
Del 6 al 27 de octubre, convocado por el papa, se celebrará en el Vaticano el Sínodo para la Región Panamazónica, del que será secretario especial el sacerdote dominico. Decenas de obispos, indígenas, laicos y mujeres debatirán sobre su religión y una ecología integral. Acuden con un trabajo previo de campo, en el que han participado más de 87.000 opiniones. «La Amazonia es el banco de pruebas de la Iglesia universal», hace suya Martínez de Aguirre una anterior reflexión del sumo pontífice. «Esas gentes ven a la Iglesia como alguien bueno, amigo, que les ayuda, pero de la que no forman parte».
La cita en la Santa Sede ha de concluir con una respuesta convincente a un escenario inmenso, con un alto porcentaje de católicos, en torno al 75%, pero casi ridículo de practicantes (5%). «Padre, ¿existe la aspirina?', me preguntó una vez un indígena», recuerda el cura vitoriano. «¿Existe de verdad? Pues también existe la brujería», le respondió el buen hombre acerca del más allá. De religiosidad popular, son gentes que creen en imágenes de cristos, de vírgenes, en los cerros montañosos, en la madre naturaleza, también en hechizos...
«Los pueblos indígenas saben encontrar en nuestro pensamiento occidental elementos que les sirven y ayudan a caminar mejor. ¿Podemos nosotros encontrar también algo en la vida de ellos que nos ayude a caminar mejor?». El vitoriano de la calle Bastiturri, austero, amante de la vida en comunidad, entregado «a los que han tenido una suerte diferente a la mía», entiende que sí. Que Europa puede aprender de la selva. «Su riqueza reside en que están abiertos a encontrar algo en nosotros; nuestra pobreza es que somos un poco egocéntricos», reflexiona Martínez de Aguirre sobre dos mundos antagónicos.
Licenciado en Teología Bíblica en Deusto y misionero en Perú desde 2001 -«un sueño que creí no alcanzar»-, el dominico de la parroquia de los Ángeles compara el Primer Mundo con el Tercero y llega a una duda relevante. «No veo que la gente sea aquí más feliz. No sé si somos más felices que allí». Aun así, aboga por ayudar. «Es importante la educación y la sanidad. Darles herramientas para que ellos mismos vayan tejiendo su propia historia».
Mientras, Martínez de Aguirre no tiene reparos en admitir que «la Iglesia se ha distanciado de la gente, del día a día» entre escándalos, pérdida de fe, de vocación... Aunque también censura formas de vida en un mundo exagerado. «Nos alejamos de lo trascendente. En la vida urbana se tapa todo y cada uno vive aislado en su mundo. En la medida que hay una urbanización yo siento que va de la mano una secularización».
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