La carestía del alquiler empuja a familias y trabajadores a tener que compartir hogar con personas que, por lo general, ni conocenvitoria. El incremento feroz de los precios de la vivienda, alimentado por la escasísima oferta tanto de compra como de alquiler, está expulsando a ... miles de vitorianos al uso exclusivo de una habitación en un piso de alquiler compartido, generalmente con personas que ni conocen. A esta opción, antes reducida a estudiantes o jóvenes recién salidos de la carrera, se suman cada vez más familias, adultos solos o trabajadores de mediana edad que se han visto abocados a renunciar a una vivienda independiente, a pesar de que ésta tampoco sea una alternativa de bajo coste.
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Lograr un contrato temporal de una habitación en la calle Txirula, en Adurza, «con llave individual, salón, televisión y lavabo privado» puede costar más de 600 euros. O residir en un dormitorio minúsculo de la calle Mendoza, en Zaramaga, «sólo para mujer y no se aceptan visitas», ronda los 350 euros.
Claro que ese auge forzoso por esta modalidad residencial llega cuando, de media, la renta mensual que se paga en la capital alavesa es de 713 euros, según los contratos de arrendamiento inscritos en el Gobierno vasco en junio de 2024. Una cantidad que varía en función del barrio, ya que en Zabalgana, por ejemplo, la mensualidad asciende hasta 837 euros. Y expertos inmobiliarios apuntan que «encontrar pisos enteros con esos precios es como ver un unicornio. Los habitables empiezan en mil euros».
La consecuencia de esta crisis habitacional parece clara, y los datos la refrendan. Sólo en el territorio, Cáritas ha atendido en los últimos cuatro meses a 317 personas con «inestabilidad habitacional». En este término engloban a los casos más extremos: a individuos o familias que viven en viviendas con otras, en condiciones de hacinamiento, ocupación, sin contrato, o con padrón en una vivienda y residencia en otra. Pero también «ya es habitual encontrarnos con trabajadores con un empleo estable, divorciados que ven en estos pisos la primera opción factible para construir un nuevo hogar o incluso personas mayores, de hasta 68 años, que no pueden costearse otra cosa», explica Josu Moraza, de la agencia inmobiliaria Rentirax, que opera en la ciudad desde hace un año.
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A estas conclusiones llega también el Ejecutivo autonómico en un informe reciente. El documento, que analiza el perfil de los demandantes de VPO, alerta de que el «tensionamiento del mercado» ha «intensificado el nivel de precariedad» de los solicitantes de vivienda pública. Quien alquila una casa en la provincia dedica el 35% de sus ingresos a pagarla y los que optan por una habitación deben hacer un «esfuerzo» del 16%, según datos del Observatorio del Alquiler impulsado por la Fundación Alquiler Seguro y respaldado por la Universidad Rey Juan Carlos.
Lakua detecta, además, que el 46,6% de los vitorianos que se inscribieron en Etxebide entre enero de 2023 y junio del año pasado residía en una habitación o piso compartido. Son 6.845 vecinos a los que habría que sumar los que no están inscritos en el Servicio vasco de Vivienda y que tampoco tienen contratos de este tipo. En el caso del resto de alaveses, el porcentaje es del 44%, unas 6.547 personas.
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La demanda es «brutal» y choca con la «limitada» oferta. Un 'stock' tan bajo que Idealista calcula que ha descendido en la ciudad un 20% en el último cuatrimestre de 2024. Lo que deriva, a su vez, en un encarecimiento de los precios. Estima el Ejecutivo que los vitorianos se gastan 372 euros de media en arrendar un dormitorio. Es un 12% más de lo que tenían registrado en 2022 y, en realidad, un precio a pagar que no suele encontrarse en las plataformas 'online', donde constan cerca de doscientos anuncios publicados.
Los medios consultados aseguran que alquilar habitaciones aporta más «rentabilidad» a los propietarios, así como una mayor «flexibilidad» legal. ¿El motivo? Estos contratos no se rigen por la Ley de Arrendamientos Urbanos, lo que posibilita no tener que establecer un período mínimo de residencia y tampoco depositar la fianza en el registro oficial, como sucede con otros alquileres.
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El caso es que, con todo este negocio, aparece otra cara perjudicial para el inquilino. Y es que éste a menudo se encuentra con personas que ofrecen rentas irregulares. El último caso que ha trascendido en Vitoria fue el de un vecino que cobraba hasta 400 euros por censar a extranjeros a espaldas de los dueños legales. Éste llegó a controlar «más de un centenar» de padrones falsos. Tras su detención a finales de 2024, el Ayuntamiento obliga a los alquilados en habitaciones a realizar ese trámite junto a sus propietarios para «evitar irregularidades».
Las cuentas no salen. Salud Peña se ha pasado la última década de habitación en habitación. Tiene 30 años. Y esta etapa de compartir piso con otros desconocidos comenzó a la vez que su trayectoria laboral. Es enfermera; desde hace ocho años en Vitoria. Y el hecho de tener que mirar por un futuro fuera de su hogar familiar en Valladolid es el que le ha llevado a esta situación. ¿La parte positiva? «Me permite ahorrar porque lo que, de verdad quiero, es comprarme una casa». Aunque «dentro de poco va a ser más caro pagarse una habitación compartida que una hipoteca», advierte.
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En la capital alavesa ya ha probado distintas habitaciones. En la actual casa, donde vive con otras cuatro personas, se ha pasado los últimos seis años. Al entrar firmó un alquiler de 300 euros. Su contrato ya ha ascendido a 400. Y, como consecuencia de esa carestía en el alquiler, una de las sensaciones más «extrañas» que le toca experimentar cada poco tiempo es el cambio de compañeros.
«En la mayoría de casos, sólo sabes dónde trabajan. Lo normal es que se genere una relación cordial en la que no tienes ni idea de su vida, no sepas nada sobre sus horarios o tampoco sobre sus amigos», refiere. «Tener que estar así durante tantos años cansa bastante. Si tienes suerte, algunos llegan a ser amigos. Pero lo que suele pasar, por otro lado, es que, si alguien se marcha de esa casa, nunca sabes nada más de esa persona», expresa.
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Aún con todo, Salud prefiere esperar a encontrar otra vivienda completa. En su caso, quiere conseguir una en el mercado libre porque considera que «las VPO que hay en Vitoria no están integradas en la ciudad». «No quiero vivir en la última casa de Salburua o Zabalgana, y tampoco me voy a ir de una habitación para meterme en otra», asegura. Y lo dice porque encontrar un domicilio se antoja cada vez más complicado. «Ya no es sólo que te guste a ti o que, incluso, encaje con lo que has visto en las plataformas... En muchos casos te dicen que no incluye la cocina o que tienes que irte el fin de semana. Y, además, te tienen que aceptar».
- ¿Aceptar?
- La edad es un hándicap para compartir piso, yo les parezco mayor... Y cuanto más años sumes, menos te quieren. A veces no entiendo dónde se meten los treintañeros, la gente como yo.
El trabajo de Moussa Kone le obliga a levantarse, de lunes a viernes, a la cuatro de la madrugada. Su empleo en una empresa de gestión de residuos como ayudante de camión hace que su jornada comience a las seis de la mañana. En su casa de Zaramaga, en la que vive con otro compañero y una pareja, las rutinas diarias suelen comenzar más tarde, al menos cuando ya ha amanecido. El suyo no es un horario habitual. Así que en el suelo de su cubículo tiene reservado un hueco para un calentador de té con el que se prepara la primera bebida caliente del día. «No quiero dar problemas», justifica. En esos mismos -y escasos- metros cuadrados tiene aparcada la bicicleta y el patinete con los que se mueve por la ciudad. «Me encanta Vitoria», comenta. Y el hilo que se emplea para colgar la cortina con la que tapa las vistas de su ventana también se observa que le sirve para tender el uniforme que usa en su trabajo.
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Todos esos útiles de los que ha hecho acopio durante los nueve años que lleva en la capital alavesa -llegó a la ciudad desde Costa de Marfil- los tiene que meter en esa habitación, en la que este 2025 cumplirá tres años. «La encontré a través de una amiga. Antes me pasé mucho tiempo buscando por Internet, pero no encontraba nada».
- ¿Qué ocurría?
- Creo que me mentían. Yo cumplía los requisitos que los propietarios pedían. Tenía un contrato estable y una nómina. Y me rechazaban, o me decían que ya no estaba disponible, pero seguía viendo el anuncio. No tenía sentido. Me pasó varias veces y supe que era por no hablar castellano bien.
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Moussa es consciente de que el dormitorio en el que vive se le ha quedado pequeño. Aunque, por el momento, con 33 años, no está entre sus planes cercanos cambiar de domicilio.
«Duermo y trabajo. Y, si vienen amigos, nos apañamos como podemos. Me canso de buscar porque no suelo tener suerte, además de que la mayoría son mucho más caros. Los precios están locos ahora», comparte, con un arriendo actual de 315 euros.
Además, «si viviera solo, igual también me sentiría solo», se consuela. En su tiempo libre, estudia euskera y practica en la cocina porque «quiero saber más».
El contrato verbal que tiene comprometido Amira Belio en un piso de la calle Francia le permite vivir con su hija de diez años en una habitación, así como hacer uso del baño y de la cocina. Sin embargo, los problemas de convivencia que tiene con el resto de personas con las que vive -una pareja con sus dos hijos- hace que ella no pueda disfrutar de la casa cuando quiere o lo necesita. «No me merezco esto, pero tampoco puedo quejarme», expresa. Lo dice porque paga 360 euros mensuales, gastos aparte, por un subarriendo con una sola cama. Es decir, no hay un documento legal que acredite que está aportando ese montante por un dormitorio. Y su situación se enreda aún más al contar que está empadronada en otra vivienda.
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«Se aprovechan de la necesidad y hacen negocio con nosotros. Yo no puedo tener contrato o padrón donde resido porque alguien está pagando para tenerlo, pero sin vivir en la casa», expone.
Por eso, Amira tiene «miedo» de que «si encuentra a alguien que le pague más, me eche». Así que, desde hace seis meses, busca otro alquiler.
La mayor barrera a la que se ha enfrentado en este tiempo es que «no aceptan niños, aunque haya oferta». Es algo que se comprueba en las plataformas donde se publican estas habitaciones. De los casi 200 dormitorios que hay registrados en la capital alavesa en Idealista, sólo cuatro «admiten menores». El precio que debería desembolsar por habitar alguno oscila entre 395 y 695 euros.
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«Es muy complicado vivir con gente», resume Amira. A ella le gustaría encontrar un trabajo de cocinera (por el momento, está tirando de ahorros) para poder buscar una vivienda en la que darle a su hija una vida mejor. «Ella también necesita su espacio y no entiendo por qué tener una hija les da desconfianza», razona.
En busca de mayor fortuna, en las próximas semanas se pondrá a buscar una vivienda de alquiler en los pueblos cercanos a Vitoria. «Confío en tener más posibilidades. Aunque tenga que venir aquí cada día en bus, prefiero eso que estar más tiempo en esta situación». Mientras, estudia castellano y pronto se matriculará en un curso formativo.
La casa de Sonia Carvajal tiene una cama de matrimonio, una minúscula mesa redonda, un armario y un escritorio. Esa habitación en la que se asentó hace ya tres años la comparte con su marido. «Corrimos muchísima suerte», asegura esta mujer, originaria de Colombia. Y cada mes tiene que desembolsar 350 euros, a los que se suman los gastos de agua, luz y gas. Tiene 38 años y trabaja tres días a la semana en los mercadillos de Vitoria, mientras que su pareja acaba de encontrar una oportunidad laboral como repartidor de Amazon. «Poco a poco nos hemos ido acomodando. Tenemos paciencia. Llevamos un año buscando piso para nosotros solos, pero no es fácil acceder a uno. El mínimo que nos piden son dos meses de fianza. El problema es que no tenemos 4.000 euros debajo del colchón», expone.
Esta estancia, ubicada en el barrio de Zaramaga, la encontró como suelen aparecer las ofertas más decentes: por un conocido. «Si no nos hubieran aceptado aquí, no sé qué hubiéramos hecho. La búsqueda fue horrible. O no nos dejaban estar en una habitación los dos juntos, o no te hacían padrón, tampoco contrato... Lo peor es que no te dan ninguna explicación. Y, en muchas, sin esos documentos legales, nos pedían 500 euros. Es una vergüenza», concreta.
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Eso sí, al llegar a este piso, en el que conviven con otros dos chicos trabajadores, no lo encontraron demasiado adecentado. «Estoy agradecidísima, pero lo hemos tenido que arreglar nosotros. Suerte que somos 'manitas'. Porque, por ejemplo, la puerta estaba llena de moho, el armario completamente desbaratado...». Un colchón antiguo hace hoy de cabecero, así como varios botes vacíos de yogur sirven como tarros para guardar muchos de sus enseres. En una de las paredes también tienen colocada una barra para hacer deporte. «Vamos comprando cosas porque si no aquí uno no tiene mucho que hacer».
Respecto a la convivencia con sus compañeros, la define como «distante». «Intentamos integrarlos porque todos estamos viviendo situaciones difíciles. Aunque, en el fondo, no tienes intimidad, es incómodo», describe. Por el momento, además, cree que «no existen alternativas». «Mi sueldo no llega al salario mínimo. Así que estoy haciendo cursos en Lanbide, formándome para conseguir un empleo que me genere más ingresos», relata. Sonia es de las que prefiere ser optimista y confiar en que, con el tiempo, «todo se irá arreglando».
En su contexto
713 euros es el precio medio del alquiler en Vitoria, según el Gobierno vasco. Todavía así, muchas de las ofertas colgadas en los portales inmobiliarios superan con creces esa cifra.
Mayor precariedad El Ejecutivo autonómico alude que el «tensionamiento» del mercado ha «intensificado» la vulnerabilidad de los vecinos. Cáritas calcula que 317 personas han estado desde septiembre en una situación de «inestabilidad habitacional».
46,6% de vitorianos que se inscribieron en Etxebide entre enero de 2023 y junio del año pasado residían en una habitación o piso compartido con una renta mensual de 372 euros de media.
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