El mensaje de la abuela
Vitoria como escenario de figurantes con causa, actrices protagonistas de una película basada en hechos reales
Ángel Resa
Viernes, 9 de marzo 2018, 00:13
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Ángel Resa
Viernes, 9 de marzo 2018, 00:13
Impresionante. Pero de verdad, no ese neologismo que creó Jesulín de Ubrique al separar el presunto prefijo del resto largo de la palabra. Me refiero a Vitoria ayer como decorado repleto de figurantes con causa, de actrices protagonistas porque a pesar del inmenso número de ... ellas en las calles nadie representaba papeles secundarios o de reparto dentro de esta película basada en hechos reales. Nada más acceder hacia el centro a través de la senda que concluye o arranca en el Parlamento vasco y al lado de la iglesia de San Antonio la escenografía humana recordaba mucho al descenso jubiloso de Celedón la tarde del 4 de agosto. Difícil avanzar hasta el centro de la plaza de la matrona o, qué decir tiene, alcanzar ese palco maravilloso que es la balaustrada de San Miguel.
Algunos hombres y casi todas las mujeres se concentraban de forma pacífica al mediodía para propinar un golpe audible en la mesa. Ojo y aviso para navegantes empeñados en el inmovilismo del timón. La conciencia colectiva que se vivió ayer en la capital alavesa no parece moda de temporada o tendencia caduca. La protesta enfocaba mucho más allá que a las portadoras más activas de las pancartas. Era un reproche con formas educadas de toda una mitad entera de la sociedad: de chicas jóvenes, adultas de tiempo atrás y señoras mayores. Quizá estas las más emocionadas al ver lo que tantas veces, mitad rabiosas y otro tanto frustradas, habrán musitado entre dientes para que lo oyeran los cuellos de sus blusas respectivas.
El autor siempre busca el extremo del hilo que desenrede el ovillo que encierra historias. Y lo encontró en la esquina de San Prudencio y Arca, donde El Caminante vestía delantal y fular de color malva. En esa confluencia del puro centro urbano una chica no podía ocultar, ni quería, la satisfacción al leer a sus amigas el mensaje en el móvil de su abuela. «Ánimo, chicas, hemos avanzado mucho. Tu abuelo no entendía que yo quisiera estudiar y…». Pegué la oreja, pero no tanto como para escuchar el mensaje íntegro que, por otra parte, quedaba claro. A la chavala no le cabía más orgullo de nieta ni conciencia de mujer en tercera generación.
-Jo, mi abuela, no me lo esperaba.
-Se ha venido arriba tu abuela-, respondían en el grupo.
Reina el tono violeta en brazaletes a media manga, pañuelos al cuello, lazos prendidos de las solapas y banderas a modo de estandartes para una fecha histórica. No el color púrpura de las túnicas en determinadas épocas del calendario religioso. Y piensa uno que mejor así, que Dios nos guarde del obispo Munilla y su manía de meter al diablo en el terreno de juego. Hay colectivos que aprovechan la jornada para reivindicarse como mujeres y pedir que el foco apunte a sus tareas profesionales. Me refiero a un grupo de ayuda a domicilio y pocos sectores parecen conjugar mejor genética y dedicación laboral. Bastarían probablemente los dedos de una mano para contar el número de hombres dedicados a cuidar desamparos.
«Nos sobra trabajo, queremos empleo», empieza a corear una activista que cierra de pie la sentada en el cruce de Dato con Florida. Las compañeras secundan la proclama, que se mezcla con cánticos a la causa -Gora Borroka Feminista- unos metros más allá. Insisto en la multitudinaria toma de conciencia de género, que sobrepasa con mucho la idea de movilizaciones minoritarias a cargo de militancias estrictas. Algunas chicas musulmanas de pañuelo sobre la cabeza y raya malva pintada en la cara avanzan entre el gentío. A los pies de El Caminante se enarbolan pancartas artesanas sin ofensas que reclaman igualdad real y respeto verdadero. Una participante levanta al aire una cartulina pintada. En ella se ve a Lisa Simpson, tal vez el remedo estadounidense más afín a Mafalda, en su reconocida faceta de oradora combativa. Delante de un atril riñe al auditorio con el contenido del bocadillo que sale de su boca. «Este sistema está mal». Sencillamente.
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