La traición de Goicoechea se consumó en Arlabán

El puerto más disputado de Álava fue el escenario elegido por el creador del Talgo para cruzar las líneas y pasarse del Ejército vasco al de Franco con los planos del Cinturón de Hierro

Miércoles, 26 de marzo 2025, 00:47

Hay lugares y paisajes a los que la historia vuelve una y otra vez. Son puntos estratégicos, cruciales en los movimientos de los ejércitos y en las guerras. Y son un continuo objeto de disputa. Entre estos espacios, Álava cuenta con el puerto de Arlabán y los montes que lo protegen (apenas 800 metros de altitud), una zona crucial en las comunicaciones con Gipuzkoa y Francia. En los últimos tres siglos, Arlabán ha sido testigo de grandes batallas durante la Guerra de la Independencia (Sorpresas de Arlabán), Primera Guerra Carlista (batalla del mismo nombre el 16 de enero de 1836) y Guerra Civil (combates de Isusquiza).

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Pero este escenario bélico –no hay otro igual en Álava salvo Legutio (Villarreal), o la misma Llanada con la Batalla de Vitoria- esconde en su memoria pequeños episodios sin tanta transcendencia pero de una gran importancia. Esta cordillera era el punto elegido por los desertores de los dos bandos de la Guerra Civil para pasarse al otro lado. Y este es el caso de nuestra historia.

A las 10 de la noche del viernes 27 de febrero de 1937, tres hombres cruzan por algún punto desconocido del frente de guerra de Álava, cerca del monte Maroto, las trincheras y las líneas de las tropas nacionalistas y republicanas y entran en contacto con las fuerzas nacionales de la IV Brigada de Navarra que están acantonadas cerca de Ventabarri (también Venta Barri), una antigua casa de postas, en las estribaciones del puerto de Arlaban, punto crucial de la calzada con destino Guipúzcoa y Francia. Las ruinas de la posada todavía pueden verse actualmente a orillas del embalse de Ullíbarri cerca del nuevo pueblo de Landa y de un promontorio donde hubo un castillo francés. Cuando baja el nivel del agua se observa junto a la vieja y recta carretera restos del zócalo y muchas piedras de la antigua posada de arrieros y viajeros.

Se trataba de Alejandro Goicoechea, ingeniero y capitán del Ejército vasco; Javier Medrano, abogado-fiscal de la Audiencia de Bilbao; y el hijo del Marqués de Casa-Jara, Jaime Unceta, teniente del Batallón de Zapadores Nº 6 del Ejército de Euzkadi. Según describe en el reciente libro 'Historias del Cinturón de Hierro. Alejandro Goicoechea, un vizcaíno de la Quinta Columna', el investigador José Angel Brena Alonso «dejaron el vehículo lo más cerca posible de las faldas del Jarindo, (en la carretera que une Legutio con Aramaio), y subieron desde allí hacia la cima o la bordearon para, seguidamente y prácticamente llaneando, llegar al monte Maroto, donde se situaban las últimas posiciones de las tropas gubernamentales. En ese punto habrían cruzado las líneas para o bien llegar a las posiciones fortificadas del bando rebelde en Isusquiza –desde donde se controla el puerto de Arlabán- o bien bajar directamente hasta Ventabarri. Aunque lo más probable y lógico sería acercarse a las líneas rebeldes y entregarse a los soldados allí acantonados, para después ser llevados escoltados al puesto de mando de esa posición, evitando de esta manera un encuentro fatal con alguna patrulla aislada. Recorrieron en torno a 25 kilómetros.

Juicio por traición y rebelión

Una vez presentados ante las tropas de la IV Brigada de Navarra fueron trasladados a Vitoria, donde esa misma noche se les tomó la primera declaración. Al día siguiente, Goicoechea comenzó a redactar un informe con toda la documentación que llevaba consigo, incluyendo los mapas del Cinturón de Hierro, nombre con sorna que pusieron los nacionales a la fortificación del entorno de Bilbao. Fue un trabajo tan extenso y con tal cantidad de datos que estuvo trabajando en él durante los días 28 de febrero y 5 y 8 de marzo. Tras esto se puso a disposición de las autoridades militares y trasladó su residencia a Burgos.

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Como mandan las leyes de guerra vigentes en esos momentos inmediatamente se le abren dos expedientes judiciales. Por un lado, las tropas franquistas buscan esclarecer el comportamiento de Goicoechea y sus compañeros en relación con el Movimiento Nacional. Por otro, el Tribunal Popular de Euzkadi inicia un juicio por traición y rebelión.

Del primer juicio o más bien expediente informativo se deduce que Goicoechea ha tenido una actitud adecuada hacia el Movimiento Nacional. El juez incluye un alegato engrandeciendo su labor, que en sus palabras, «en nada había sido similar a la de muchos otros militares que se limitaban a pasarse sin más méritos que no haber colaborado con el bando republicano y haber pasado ese tiempo escondidos». En el caso de Goicoechea «había reunido una muy importante documentación militar, a lo que había que sumar la ayuda prestada a otras personas perseguidas por el bando republicano».

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El fallo del tribunal popular consiste en declarar a los juzgados en rebeldía y condenarlos a pena de muerte y el pago de las costas del juicio. Tenemos pues al principal actor de este episodio convertido en héroe para los nacionales y villano para los republicanos.

Alejandro Goicoechea, ingeniero, inventor y ferroviario por encima de todo, es el militar más odiado por los nacionalistas y las fuerzas republicanas vascas. Le culpan de la rotura de la flamante barrera defensiva creada en torno a Bilbao. Las tácticas modernas de la guerra con el uso mixto de aviación y artillería que utilizaron los franquistas habrían conseguido saltar la red de fortificaciones, trincheras, nidos de ametralladoras, construidos en torno a la capital vizcaína, con los planos de Goicoechea o sin ellos. La eficacia de la información evitó posiblemente más muertos y más tiempo en los combates de la fractura del frente vasco, puesto que la ruptura real de la línea tuvo lugar el 12 de junio de 1927 en Gaztelumendi, un punto bien señalado por Goicoechea como deficiente en las defensas. Esta es una de las cuestiones en las que insiste el investigador José Angel Brena. Los planos y el conocimiento sobre el Cinturón del capitán nacido en Elorrio solamente aceleraron la rotura, que se iba a producir si o sí, ante la deficiente resistencia de las tropas republicanas y nacionalistas, generosas en valor y actitud, pero escasas de aviación y artillería y de mandos competentes.

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A pesar de los avisos de algunos militantes izquierdistas de que Goicoechea no era de fiar, el PNV y el mismísimo José Antonio Aguirre desoyeron las advertencias con el argumento de que su familia era nacionalista y él como empresario se había decantado a favor de ELA-STV en detrimento de UGT. Y a pesar de las voces contrarias se le pone al frente de los trabajos de ingeniería para construir la línea defensiva vizcaína.

Goicoechea, que había compaginado siempre su vocación militar (estuvo en África luchando) con su carrera de ingeniero ferroviario en empresas del sector se puso en contacto, una vez empezada la guerra, con miembros de la conocida como la Quinta Columna, personas del Ejército y civiles de ideas monárquicas o favorables a los sublevados. Entre ellos está el capitán Murga, segundo de Goicoechea en las obras de la fortificación de las defensas de Bilbao. Ya en octubre de 1936 el general Mola tiene un amplio conocimiento de las obras que se están realizando en los montes vizcaínos y en el frente alavés, gracias a este grupo de quintacolumnistas que se las arregla para pasar informaciones importantes a los sublevados.

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Sospechas sobre Goicoechea

Un argumento que desmitifica en parte la trascendencia de Goicoechea en la rotura del Cinturón en junio de 1937 es que uno de estos grupos que espiaban a favor de los sublevados es descubierto cuando algunos de sus componentes tratan de embarcar a un destructor inglés con información sensible para los nacionales. Entre ellos está el capitán Murga, que es detenido y tras juicio sumarísimo fusilado por traidor junto a sus compañeros Wakonigg (excónsul austro-húngaro en Bilbao), el empresario Federico Martínez Arias y el capitán Anglada. Las sospechas sobre Goicoechea son abrumadoras pero tras varios encuentros con responsables del PNV, el ingeniero consigue frenar la presión como hombre afín a los nacionales, acusación procedente de los grupos de izquierda. A partir de ese momento se podrían haber revisado los trabajos mandados hacer por Goicoechea, pero no se hizo manteniendo el Gobierno de Euzkadi –salvo algún consejero como el comunista Astigarrabia- plena confianza en él, sin modificar nada.

A pesar de esa circunstancia, Alejandro Goicoechea tomó decisiones para entorpecer y retrasar las obras de la fortificación de Bilbao, como deja constancia en sus informes y en los testimonios de las autoridades militares franquistas. Al mismo tiempo contactó con la red de espías de los servicios de información de la IV Brigada de Navarra. Utilizó el seudónimo de Ángel López y recibió una señal de radio para su evasión al otro lado. La clave para su huida se envió el 26 de febrero y al día siguiente cruzó las líneas con toda la información y los planos del Cinturón de Hierro.

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El trabajo de José Angel Brena Alonso sobre Goicoechea destaca por su rigor y por la aportación de muchos textos inéditos. Frente a los que repiten lugares comunes el autor utiliza fuentes primarias, es decir, los propios informes del ingeniero vizcaíno, que nos ayudan a entender bien la importancia del espionaje en aquella la guerra. Como ejemplo, ahí va lo que escribe de una de las secciones del Frente de Álava, que será en definitiva la que utiliza el personalmente para huir al otro bando:

«Sección de Ochandiano: Comprende las posiciones del Maroto, Jarinto (Jarindo), Albertia y Pagochiqui que constituyen las cuatro un nudo de defensa del frente alavés. Las fortificaciones actuales de esos cuatro puntos son también deficientes consistiendo en zanja corriente, algún parapeto de saco terrero con alambrada de dos filas de estacones. Debo hacer notar la importancia extraordinaria que el mando rojo da a la posición del Albertia habiendo llegado a ordenar la concentración en la misma de todos los grupos de zapadores para convertirla, según expresión del Jefe de Estado Mayor rojo (Montaud) en un nuevo Peñón de Gibraltar. Sin embargo, en el día de mi presentación al Ejército Nacional esa fortificación estaba aún tan solo iniciada y dada la forma de haber desarrollado los trabajos de zapadores hasta el presente, esa fortificación no podrá hacerse en plazo inferior a cuarenta días, sospechando el informante que como es natural las circunstancias harán quizá activar estos trabajos en forma mucho más violenta que hasta el presente».

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Goicoechea, una vez terminada la guerra, se dedicó a inventar trenes que han tenido mucho que ver con Álava. En 1942 fundó Talgo, acrónimo de Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol, junto al diputado de la Comunión Tradicionalista por Álava (1931-1939) , arquitecto e industrial, José Luis de Oriol y Urigüen, propietario también del diario Pensamiento Alavés. Goicoechea siempre agradeció a este hombre, casado con la alavesa Catalina de Urquijo y Vitorica, que confiara en él cuando no había más que informes contrarios al desarrollo de los talgos. Oriol también fue el constructor del famoso chalé de Izarra, donde posteriormente hubo un colegio elitista ya desaparecido. Durante la Guerra Civil ese edificio fue objetivo número uno de la artillería republicana.

Como se sabe por las tensiones actuales sobre el reparto accionarial de la empresa Talgo, con sede en Rivabellosa desde 1966, este tren tiene una estrecha relación con Álava. En 1970, Goicoechea utilizó instalaciones sin uso del Vasco-Navarro en Santa Cruz de Campezo, para presentar mundialmente su tren vertebrado, que solamente pudo ponerse en marcha en Las Palmas de Gran Canaria, aunque la idea era que recorriera toda la isla. Finalmente, el proyecto descarriló.

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El libro de José Angel Brena (se puede encontrar en Amazon), es una gran ocasión para desmontar muchos de los mitos surgidos en torno a la figura de Alejandro Goicoechea

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