La sexta edición de la Semana del Deporte Alavés culminó el sábado 22 de junio de 1974 con una demostración de rugby, una práctica que daba sus primeros pasos en los colegios y que había tenido años atrás su bautismo oficial en Vitoria con un ... partido entre las selecciones juveniles de Castilla y Cataluña. La campaña de promoción de la Junta Provincial de Educación Física y Deporte estimó la conveniencia de impulsar el rugby frente a otros deportes de equipo más desarrollados y con competiciones ligueras en marcha. Se pensó en poner en juego el caprichoso balón ovalado, ese que pasa de mano en mano entre dos equipos de quince jugadores cada uno, en el mismísimo Mendizorroza, pero se descartó la idea al encontrarse el estadio en obras después de acabada la temporada del Deportivo Alavés. La exhibición se llevó finalmente al campo de fútbol del parque municipal de Gamarra, curiosamente el escenario que con los años se convertiría en el recinto por antonomasia del rugby alavés y de su máximo exponente, el Gaztedi. Se montaron las porterías reglamentarias y se anunciaron dos encuentros amistosos (en la foto), uno local, entre los conjuntos escolares del Salvador de Amurrio y el San Viator, y otro de más empaque entre el Atlético San Sebastián y el Olympique de San Juan de Luz. Acudió a la cita menos público del esperado por los promotores, pero quien lo hizo disfrutó de una tarde entre melés y ensayos encantado con las maneras de un deporte rudo pero nobilísimo.
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El Ferrocarril Vasco-Navarro, ese tren de vía estrecha que unió Vergara (Guipúzcoa) con Estella (Navarra) a través de Vitoria hasta su último servicio el 31 de diciembre de 1967, funcionó primero con locomotoras de vapor y más tarde, eléctricas. El nuevo método de tracción trajo la modernidad a la popular línea férrea a finales del año 1929. Como cada vez que había una novedad en el conocido como el 'Trenico', también la electrificación ferroviaria de la sección Estella-Vitoria mereció un acto inaugural a bombo y platillo. Aconteció la mañana del 21 de diciembre, que amaneció infernal, con un tiempo tan desapacible que dejó caer nieve entre el apeadero de Ullívarri-Jáuregui y Estella. El tren de tres unidades había partido a las 11.15 horas desde la Estación del Norte vitoriana con llamativos adornos, entre ellos un hermoso escudo de Álava en su parte frontal. En sus dos vagones de pasajeros, uno de primera categoría con doce asientos y el de cola, de tercera, con otros 32, las autoridades e invitados comprobaron el correcto funcionamiento de la red eléctrica tirada por la empresa Siemens y la comodidad de los dos coches construidos por la Casa Escoriaza, de Zaragoza. Al paso del convoy por las distintas localidades del recorrido, numeroso público salió a saludarlo mientras retumbaban los cohetes y las bombas lanzadas al aire. A la vuelta de Estella, donde la comitiva comió en el hotel Comercio, el Vasco-Navarro no paró en Vitoria sino que siguió hasta Salinas de Léniz para verificar las obras de electrificación del tramo alavés-guipuzcoano (en la foto).
Una boda entre miembros de la alta burguesía se celebró en Vitoria el lunes 7 de julio de 1913. El enlace unió en matrimonio a Aurelio Vera-Fajardo, militar y pintor, con Modesta Ibarrondo, joven descendiente de una acaudalada y distinguida familia. Se dieron el 'sí, quiero' en la capilla de la Virgen Blanca, adornada con flores blancas, alfombrada para la ocasión e iluminada con gusto exquisito, de la iglesia de San Miguel en una ceremonia oficiada por Emeterio Abechuco con asistencia de familiares, amigos y otros invitados ilustres y música de órgano. Ella lució espléndida un traje de novia de seda blanca con aderezos brillantes y él se presentó ante al altar vestido de uniforme de gala militar en su condición de oficial de Intendencia. El posterior banquete nupcial se sirvió en la mansión familiar de la esposada en la calle de la Magdalena, donde días antes la señorita había reunido a sus amigas para obsequiarlas con un luncha como despedida de soltera. Ante decenas de comensales que aclamaron a los contrayentes, el hotel Quintanilla presentó un esmerado menú francés con postre alavés, compota de frutas de Vitoria. Al día siguiente, la feliz pareja abandonó Vitoria en un tren correo que partió a las dos de la tarde con destino al extranjero. De luna de miel se fueron a Suiza, Italia y Francia en busca, seguramente, de paisajes de los Alpes que inspiraran la sensibilidad pictórica de Aurelio. En la foto, el matrimonio posa con un guía en un paraje rocoso cercano al Mont Blanc, aunque una parte del fondo llama la atención de manera sospechosa, como si fuera un mural de pega.
En un octógono acristalado cabía de todo, y eso que los lados ni por asomo llegaban al metro. Entraba la señora que se ocupaba del tenderete -ellas, Merche, Julia, Casimira, 'la Nieves'... eran mayoría en la atención al público de todas las edades- y cada cual se rodeaba en tan parco habitáculo de prensa diaria, revistas, fascículos, tebeos, chucherías, juguetes y de todo cuanto fuera capricho de pequeños y grandes. Durante décadas, los quioscos, como el de la fotografía, situado en la plaza de la Virgen Blanca -había otro igual frente a la desaparecida pastelería Hueto-, fueron parte esencial del mobiliario urbano de Vitoria. Tenían vida propia. Por un ventanuco se asomaba la mujer y rara era la vez que carecía de lo que se le solicitaba. Hasta fiaba el género si mediaba confianza. Hubo como unos treinta repartidos por la ciudad. Barrios como Abechuco, Adurza, Ariznavarra y Zaramaga tuvieron el suyo, aunque mayormente se distribuyeron de forma estratégica por el centro. Muy solicitados fueron los del exterior del mercado de Abastos. Los de periódicos y demás abonaban una renta mensual de 25 pesetas. Tres veces más era el pago por el uso de casetas como la de 'la Nieves' a la entrada de La Florida o los carritos de barquillos y golosinas de la plaza de España.
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El ciclista Federico Martín Bahamontes pone buena cara al mal tiempo cuando se percata de que el fotógrafo le tira una instantánea con el trofeo de líder del premio de la montaña en la Vuelta a España de 1958, cuya undécima etapa acababa de llegar a Vitoria procedente de Soria. En realidad, 'El Águila de Toledo' estaba enfadado porque al equipo español no le iban bien las cosas pese a contar en sus filas también con ases de la talla de Loroño y Manzaneque. La ronda de entonces se corría por selecciones nacionales (España, Francia, Italia, Bélgica y Holanda) con el complemento de escuadras como la vitoriana del KAS-Boxing. A mitad de carrera el liderato lo ostentaba el holandés Rick Van Looy, que respondía a todos los ataques de los españoles asistido, al parecer, por los otros países. «Pues apunte, que le voy a hablar bien claro para que se entere toda España», advirtió Bahamontes al enviado especial de EL CORREO, patrocinador de la vuelta, al poco de llegar a la meta en la plaza Juan de Ayala. «Vidal Juliá, el masajista catalán que llevan los franceses, es el que ha arreglado la coalición entre estos y los belgas. Así, ¿cómo quiere que el equipo español salga adelante? Hacemos más de lo que podemos y siempre encontramos hombres a nuestra rueda dispuestos a anularnos las escapadas». Aquel 10 de mayo lluvioso, Bahamontes lo intentó en Piqueras y luego en Herrera ante un gentío impresionante, pero ni por ésas. Al día siguiente, Vitoria-Bilbao, la carrera dio un vuelco con la retirada de Van Looy en Sollube, tomando el primer puesto el francés Stablinski, a la postre ganador. Federico logró su propósito, coronarse rey de la montaña. Un año después se encumbró en el Tour.
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