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Según el Diccionario Enciclopédico Vasco, Nicolás Armentia y Ugarte fue «el geógrafo más importante de América en el siglo XIX». No es cualquier cosa en ... un continente cuyas naciones, ya independientes de España, peleaban por cada centímetro de tierra de frontera. Y a este religioso franciscano le tocó delimitar países como Bolivia, uniéndose a la plantilla de grandes exploradores del continente que atravesó selvas y quebradas americanas y navegó por la cuenca del Amazonas por lugares nunca pisados por un blanco y con gran riesgo de su vida.
Admirado por todos aquellos para los que un mapa entre las manos es un tesoro del que disfrutar, Nicolás, misionero franciscano, geógrafo, lingüista, antropólogo, escritor y obispo de La Paz, es otro de esos alaveses venerado por su obra lejos de aquí y absolutamente desconocido entre nosotros. Nació en Bernedo en 1845 y murió en La Paz en el año 1909. Cuando contaba 12 años se fue a estudiar a Elorrio (Bizkaia) e ingresó en el noviciado de los frailes menores franciscanos de Amiens (Francia) el 6 de diciembre de 1860 al cumplir 15 años. Tenía importantes conocimientos matemáticos, astronómicos y geográficos, que adquirió en sus años de formación. Pidió ser enviado por sus superiores como misionero a América, y dio el salto a Bolivia, al Colegio Propaganda Fide, de La Paz. Se ordenó sacerdote en 1869. Según su biógrafo, Fernando Rodríguez de la Torre, empezó a trabajar como misionero en Tamupasa (1869) y en Covendo (1873).
A mediados del siglo XIX hay pioneros industriales en la cuenca del Amazonas que buscan la apreciada goma para el caucho. Pero también exploradores ávidos de conocer lo desconocido. El 6 de agosto de 1880 el médico norteamericano Edwin Ruthven Heath, se lanza aguas abajo del río Beni desde el puerto de Rurrenabaque, con el objetivo de descubrir su desembocadura. La descripción de esta aventura es extensible luego a la del padre Armentia. Heath se embarca en una canoa tripulada por ocho indios y durante su navegación se va encontrando los puestos gomeros de los pioneros, que ya se habían aventurado en busca de riqueza. El día 24 llega a la desembocadura del río Geneshuaya, punto donde los indios pacahuaras, que tripulan su embarcación se niegan a seguir bajando por temor a lo desconocido de la zona infectada por animales salvajes y temibles bárbaros.
El norteamericano se ve obligado a volver aguas arriba hasta llegar a San Antonio el 25 de septiembre. Allí el empresario y explorador Vaca Díez le facilita un bote con dos indios, «una embarcación vieja de 15 pies de largo y 4 de ancho». Los indios se visten de luto porque consideran que marchan a una muerte segura. Sin embargo, descubren el arroyo Ivon, la confluencia del río Beni con el Madre de Dios y el río Orthon, llegando hasta Cachuela Esperanza donde el bote se raja al chocar contra las piedras. A pesar de arreglar la embarcación con hojas de maíz y lodo en vez de alquitrán, y temer lo peor, el explorador americano llega hasta la unión del Beni con el Mamoré.
Armentia conoció esa barca de Heath cuando unos meses después, ya en 1981, llega hasta el Beni «donde se les aparecen indígenas desnudos como su madre los pariera». Desde el inicio la labor del franciscano es encomiable. Recopila vocabularios, estudia fauna, flora, costumbres y celebra misas. Hace referencias a las tribus araonas entre las que había un número considerable de «indios sin barba absolutamente, con la nariz chata, aplastada y con los labios bastante abultados y color obscuro».
A mediados del siglo XIX se realizaron las primeras descripciones etnográficas de los araonas por parte de una pléyade de exploradores como el citado Heath o el coronel Labre (1887). Pero es Armentia quien se interesó por encontrar a los grupos dispersos y agruparlos para evangelizarlos. Posteriormente, entre los últimos decenios del siglo XIX y las primeras del siglo XX, el territorio araona es invadido con fines comerciales para la explotación industrial de la goma, que ya se empezaba a utilizar para los neumáticos. Este fenómeno hizo que los indígenas fueran reclutados para trabajar en los gomales, en la mayoría de los casos en contra de su propia voluntad y en condiciones de esclavitud. El régimen de trabajo en las barracas, las condiciones de vida reinantes y las enfermedades traídas por los explotadores diezmaron dramáticamente la población indígena.
Frente a la ambición de los colonos gomeros, la pérdida de la salida al mar de Bolivia, y la presencia cada vez mayor de peruanos y brasileños, el Gobierno boliviano de Narciso Campero encarga al franciscano Nicolás Armentia la exploración de estos territorios entre los ríos Beni y Madre de Dios. El alavés conocía el terreno porque había estado de misionero en la zona años antes. En su primer viaje cuenta el sinnúmero de contratiempos y dificultades por los que tuvo que atravesar para lograr su cometido. Los indios desconfían y es un problema sacarles información sobre costumbres e idioma. Además, el clima caluroso y la humedad eran un tormento y las enfermedades, el pan de cada día.
Junto al empresario y delegado del gobierno Antenor Vásquez explora el arroyo Ivón, de aguas cristalinas, y toma apuntes sobre el Beni. «Desde Ivon subimos hasta la barraca de San Francisco en catorce días. Aquí encontré seis individuos pacahuaras que me pidieron con mucha insistencia el bautizo. Deseando prepararlos por medio del catecismo, me puse a catequizarlos día y noche (deseando yo también aprovechar en su idioma, pues como dicen, el que enseña aprende) y ellos tomaban mucho empeño en instruirse. Mientras estaba ocupado en esto, llegó el capitán Huari Araona, con cinco de sus hijos, y ocho más de su tribu, a llevarme a su país, pues había sabido que yo estaba en busca de ellos».
El franciscano rectifica algunos informes de Heath. «Hay en el Beni y el Madre de Dios –había dicho el norteamericano- gomales para ocupar más de cien mil trabajadores; un árbol da una arroba de goma». Armentia describe y enumera las barracas del caucho, al tiempo que observa animales y plantas raros, «pescados microscópicos que forman sus casas en los árboles. Hállanse muchos caimanes sin dedos, porque se los comen las palometas (pirañas)». La relación de este viaje contiene abundantes datos «que el hombre público y el industrial siempre pueden consultar con provecho», afirma Antonio Quijarro.
Armentia cuenta que estuvo convaleciente mientras veía morir a gente a su alrededor. Los indígenas eran especialmente vulnerables a las enfermedades del hombre extraño. Lo que hizo que aldeas enteras fueran diezmadas por la escarlatina o por un simple resfriado. No son los jaguares o las serpientes los que causan más problemas a los expedicionarios sino lo mosquitos, los insectos y el sudor que se mezcla con el lápiz y el papel haciendo que uno pierda la paciencia. En su diario, Armentia anota: «Parece como si no tuviéramos tiempo más que para quitarnos niguas (pulga diminuta que crece bajo la piel alrededor de las uñas del pie)».
En febrero de 1885 sufre una fuerte inundación, tan temible en aquellas latitudes que tuvo que bajar por el río Madera hasta el Atlántico para no morir de inanición. Regresó a La Paz a finales de julio del año siguiente habiendo cumplido satisfactoriamente el encargo del gobierno. Tras 20 años entre los indios volvió a la capital y ocupó importantes cargos.
En 1886 ejerció de profesor de Teología y de vicario en 1888, a la vez que de guardián del convento franciscano de La Paz. En 1898 fue nombrado inspector general de misiones e incorporado al Colegio de Misiones de Sucre, ejerció el cargo de comisario general de la orden franciscana de Bolivia. Fue consagrado obispo de La Paz el 24 de febrero de 1902 y desde ese cargo comenzó un nuevo edificio para seminario en la capital boliviana e hizo frente al régimen liberal impuesto, con una actitud muy tolerante y siempre conciliadora.
El Diccionario Histórico de Bolivia reconoce que «su aporte al conocimiento de la geografía, etnografía y lingüística del Norte del país y de los derechos territoriales de Bolivia fue de primera magnitud». Su obra sobre las lenguas bolivianas se encuentra en la Biblioteca del Congreso de Washington.
De él escribió en 1948 Eugenio d'Ors (quien fue director general de Bellas Artes cuando el Ministerio de Educación tuvo sede en Vitoria durante la Guerra Civil) que era un continuador ejemplar de aquel linaje de hombres que Goethe definió como «perteneciente a la raza de quienes desde las tinieblas se esfuerzan hacia la lu». Refiriéndose a otras facetas de Armentia describió con autoridad que «otra nota común a tan excelsas mentes es la facilidad con que juntaron el cultivo de las ciencias naturales, con el de las más extrañas variedades lingüísticas. Tienta al uno el ver lo que el euskaro lleva dentro, a la vez que lo contenido en las entrañas de los volcanes. El otro se mete en guisa de misionero, en el territorio ocupado por indios llamados chunchos, y entre alma y alma de indio que ganaba para el Evangelio, les estudió el cráneo como les estudia el habla (se cuenta que publicó un dicicionario con más de 3.000 voces). La distinción entre ciencias de la natura y ciencias de la cultura no significa nada para estos hombres. Su enciclopedismo se universaliza en la curiosidad, como en la caridad».
El libro 'Límites de Bolivia con Perú' es el resultado de su misión diplomática en favor del establecimiento de la frontera a causa de las disputas territoriales de ambas repúblicas. Se le reconoció haber realizado la localización exacta de ríos y aldeas. Esos trabajos le condujeron a ser miembro fundador y vicepresidente de la Sociedad Geográfica de La Paz.
En 1902 fue elegido obispo de La Paz. Desgastadas sus fuerzas tras sufrir algunos disgustos en su obispado falleció el 24 de noviembre de 1909 a los sesenta y tres años.
Daniel Bustamante, ministro de Relaciones Exteriores de Bolvia, pronunció un brillante discurso en su honor en el que subrayó «la simpatía, la admiración y la gratitud del Gobierno nacional hacia el ilustre recoleto que hace 25 años penetró solo, valiente y abnegado, a la selva ignota del extremo norte de la República….Su obra fue una revelación. Los datos de su sencillo 'Diario' y de sus relaciones de viaje corrieron por el mundo, despertando gran interés en los institutos sabios, y se incorporaron en los archivos de la geogrfía, la etnografía y la lingüística, cual brillante patrimonio y opulenta presa que un modesto fraile entregaba a la ciencia….Al volver de sus exploraciones, era un sabio ardoroso, un conversador infatigable y un boliviano de corazón…El gobierno de Bolivia lamenta profundamente la pérdida que acaba de sufrir la República».
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