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Los sueños de asfalto de la Montaña Alavesa tuvieron mala suerte. La riqueza que alberga el subsuelo de Atauri, Maeztu, Peñacerrada y Antoñana ofreció un sustento complementario a las rentas agrícolas de las gentes de la zona durante casi un siglo y enriqueció a algunos ... empresarios, sobre todo franceses que invirtieron en las minas en los siglos XIX y XX. El hallazgo de bolsas de asfalto, generados a partir de la descomposición de grandes masas vegetales en el subsuelo montañés durante suvesivas eras geológicas, eneró una enorme expectativa económica a partir de 1856, cuando se identificó el filón de San Ildefonso, en Atauri, alrededor del que se generó una importante industria.
IMPULSO
Sin embargo, «el desarrollo de la industria automovilista en Estados Unidos que dio lugar a la explotación de los grandes pozos petrolíferos de Texas y Oklahoma y al desarrollo de un proceso de fabricación sintético del asfalto a partir de la destilación de los hidrocarburos y la Guerra Civil después» dieron al traste con los sueños económicos de la Montaña, como señala el historiador Rufino López de Alda. Más tarde, el progresivo envejecimiento de las instalaciones, sumió a esta industria en una agonía que recibió algunas bocanadas de oxígeno a partir de 1927 con la llegada del Ferrocarril Vasco Navarro, que dio momentos de gloria a las fábricas porque agilizó la logística de transporte de los materiales obtenidos en las minas.
fRENO
López de Alda señala que las principales fábricas se localizaron en Atauri, alrededor de la mina San Ildefonso, en Maeztu-Leorza, que también explotaba los yacimientos de Santa Eufemia, San Sebastián y San Joaquín; Peñacerrada, alrededor de la mina Diana, y Antoñana que se nutrió de varias minas pequeñas que dieron lugar a la fábrica Asfaltos de Campezo, ubicada muy cerca del ferrocarril para aprovechar sus ventajas aunque quedó desmontada hace unos años.
La actividad alrededor de las minas de asfalto era discontinua e irregular. «Solo se trabajaba en verano, para evitar los grandes contrastes térmicos del invierno» señala el experto, porque había que fundir las rocas obtenidas de las minas a cielo abierto y de las galerías, muchas veces de pequeño tamaño y explotadas por una o dos personas, que vendían en fruto de su trabajo a las grandes empresas. Según recogen Beatriz Herreras, María Romano, María Molinuevo y Leire Milikua en su libro 'Los asfaltados naturales de la Montaña Alavesa' fueron tres las grandes empresas generadas alrededor de las explotaciones. La Sociedad de Asfaltos Naturales de Maestu-Leorza, la Compañía de Asfaltos Naturales de Maeztu S.A. y Asfaltos Naturales de Campezo S.A. que a día de hoy, ha reconvertido su actividad y sigue en activo. Sus principales impulsores fueron inversores franceses que llegaron de la mano de la compañía minera Ledoux en 1858 que dio lugar a la compañía Asfaltos de Maeztu, que logró un gran impulso gracias a la construcción de la carretera que enlaza la localidad con la capital alavesa.
El proceso era penoso. La extracción de las rocas se realizaba en minas a cielo abierto o en galerías subterráneas y el mineral se trasladaba a la zona de tratamiento con vagonetas o carretillas. Una vez molidas las rocas, se obtenían tres tipos de productos; el polvo que se vendía en sacos y que se usaba para asfaltar carreteras después de calentarlo; los panes, de unos 25 kilos, que eran una mezcla de betún, gravilla y polvo a los que no había que añadir ningún otro producto y se podían aplicar directamente una vez calentados; y las losetas, mucho más pequeñas y manejables, que se colocaban como baldosas con un mortero sin tener que aplicar calor.
López de Alda reconoce que es «muy difícil calcular el impacto económico que llegaron a tener estas industrias en la zona. En épocas de gran producción, podían emplear «a quince operarios y hasta doce carreteros como ocurrió en 1912 en la Compañía de Asfaltos Naturales de Maeztu, pero el empleo que generaban era muy irregular. Solo se trabajaba cuando hacía buen tiempo y a menudo dependía de la aparición de vetas aprovechables».
«La reconstrucción de la trayectoria de las minas es un enorme puzle del que sigo encontrando piezas», asegura López de Alda. Su trabajo y el entusiasmo de representantes institucionales y personas de la zona, ha dado lugar a la puesta en marcha de un proyecto museístico que la Diputación va a acondicionar en mina Lucía de Atauri para explicar el proceso productivo de los asfaltos naturales. «Es la mina que ofrece mayor estabilidad. Por eso se ha elegido», asegura el historiador. Aunque hay otras más espectaculares a cielo abierto, entrañan mayor peligro. La inversión ascenderá a 670.000 euros y está previsto que abra sus puertas como museo en verano de 2023 tras 27 meses de obras. La experiencia incluirá un equipo para proyección de audiovisuales y la reproducción de los sonidos de la mina, incluida la explosión de un barreno. La inversión permitirá recuperar el acceso a la entrada y construir una salida de emergencia.
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