
Michael Marder. Filósofo
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Michael Marder. Filósofo
Nació en Rusia, se formó en Canadá y trabaja como investigador de Ikerbasque en el departamento de Filosofía del campus de Vitoria de la UPV/EHU. La perspectiva global que tiene Michael Marder (Moscú, 1980) le hace enfocarse en conceptos como el de 'museo vegetal', que va más allá de la arquitectura o de una construcción en un entorno verde. Esta tarde (a las 18.30 horas, entrada libre) desglosará en el museo Artium algunos apuntes sobre este tema, que parten de un «desapego» y de una «represión» con lo 'green' en la cultura occidental.
– Invita a sus oyentes a reflexionar sobre la posibilidad de «vegetalizar el futuro del museo». ¿Qué quiere decir con eso?
– Hablo de repensar las instituciones económicas y sociales de acuerdo al modo vegetal, en vez de organizarnos como animales que nacemos y morimos en un momento determinado. Las plantas funcionan como sujetos con unas formas de ser muy complejas en las que tiene cabida el crecimiento, la pudrición o la metamorfosis. Propongo un cambio en la ciudad a partir de la transformación de un museo.
– Entonces, ¿la metamorfosis que experimentan las plantas la tienen que vivir también nuestras calles?
– Sí. Las organizaciones políticas o sociales no son inventos de los seres humanos sino reflejos de ideas metafísicas tan antiguas como Platón. Para el pensador sólo importaba lo que no muere. Eso lo hemos heredado. Hemos adoptado que lo que vale es el ser inmutable. De eso van los museos tradicionales. Siguen un modelo por el que preservan las obras de arte del propio tiempo que, de manera natural, provoca que las cosas se deterioren, se pudran y pueda crecer algo nuevo. Para mí, un museo tradicional es la traducción de la idea platónica del ser inmutable. Y eso es lo que tenemos que cuestionar.
– Con propuestas concretas como... ¿más exposiciones temporales?
– Sí, claro. Eso podría ser. Pero también me refiero a un intento de repensar la relación entre las exhibiciones y el archivo de arte. Tal y como la planta vive en dos mundos de manera simultánea, podríamos pensar en las exposiciones como el trabajo visible que alimentan los comisarios. También habría que olvidar la misión del museo, que es la preservación de las obras artísticas. Eso no quiere decir que no vaya a haber ejemplos de creaciones más excepcionales que se vayan a mantener mucho más allá de su época.
– Pero...
– Si el museo se convierte en vegetal, no debería haber una separación rígida entre lo que está dentro y lo que está fuera. Porque las plantas no se preocupan por eso, están muy involucradas con su alrededor. Al igual que las condiciones externas actúan en lo vegetal, el medioambiente y los barrios tendrían que influir en la agenda de los museos.
– ¿De dónde surge esta preocupación?
– Por un lado, de la crisis medioambiental. Por otro, del desapego que en la cultura occidental hemos desarrollado con las plantas. Hemos reprimido nuestra relación con el mundo vegetal y la hemos instrumentalizado para recibir los nutrientes necesarios, el aire para respirar o los materiales para la construcción de nuestras casas. Debemos aprender de ellas a ser más fluidos, menos rígidos...
– Olvide los museos. Explique esa filosofía en otros campos.
– Me centraré en el político. Recordemos la configuración del estado en el siglo XIX. Era un modelo totalitario donde había un centro de decisiones al cual obedecían todos los sujetos. Doscientos años más tarde lo debatimos al pensar en las plantas como ejemplo de funcionamiento.
– ¿En qué se fija?
– La vida vegetal es mucho más dispersa. Los árboles crecen de una forma modular y lo hacen donde hay condiciones medioambientales propicias. Esta manera de crecimiento es incluso favorable para las protestas. No son iguales las manifestaciones por las calles que cuando un movimiento , como el okupa, se asienta y se apodera de un espacio concreto. El primero tiene un principio y un fin; el otro, crece a nivel global.
– ¿Cómo se le convence a las instituciones de este pensamiento?
– Con el discurso de la sostenibilidad. Si realmente nos comprometemos con el principio de la sostenibilidad, ésta se tiene que aplicar a todas las acciones humanas. Ese cambio de mentalidad no puede restringirse a una esfera. Y es que el mundo en el que vivimos ya es vegetal. Nos falta reconocerlo.
– ¿Esta transformación radical también será viable a nivel económico?
– No puedo saberlo con exactitud. Pero al abrirse los procesos a la comunidad, ésta también aportará económicamente.
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