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Una fosa común en la localidad de Ocio escondía hasta hace poco una de las historias más execrables de Álava: el enterramiento de trece jóvenes en la arruinada ermita de la Asunción, que a mediados del siglo XIX fue rehabilitada para acoger la sede concejil ... . Los hechos se remontan a 1822 cuando el derruido templo ya servía de cementerio a los vecinos del pueblo. Unas obras en el inmueble en otoño de 2010 exigieron el pertinente seguimiento arqueológico y «nada más iniciarse los trabajos se detectaron numerosos restos humanos que condujeron a la excavación integral de la estancia», explica el arqueólogo e historiador José Ángel Apellániz. El resultado fue «una insólita realidad de carácter bélico», el hallazgo de trece esqueletos de personas jóvenes «con claros signos de haber fallecido por muerte violenta».
El análisis documental posterior y el examen antropológico, a cargo del prestigioso forense Francisco Etxeberria, situaron los restos óseos en el preámbulo de las Guerras Carlistas, en unos enfrentamientos conocidos también como la primera guerra civil española, que enfrentó a realistas –conservadores defensores del poder absoluto del rey– y a liberales –defensores de la Constitución de 1812, en vigor en el Trienio Liberal (1820-23)–. Este «brutal episodio violento apenas conocido, desde la perspectiva actual, parecería vulnerar el más elemental de los derechos humanos», indica Apellániz.
los 13 constitucionalistas
Tras unas primeras conclusiones realizadas junto al arqueólogo Miguel Ángel Berjón, que dirigió las excavaciones en 2010, José Ángel Apellániz ha continuado la investigación hasta reconstruir los hechos del «combate y posterior ajusticiamiento» de los jóvenes milicianos originarios de Briñas (La Rioja). Su estudio será parte del libro que la Diputación publicará este año sobre el 275 aniversario del Fuero de Villazgo de Zambrana.
El episodio tuvo lugar «al amanecer del 16 de agosto de 1822, por sorpresa», cuando los trece muchachos, diez de ellos tenían entre 21 y 28 años, se enfrentaron en un «combate desigual» a unos cien hombres que formaban la partida realista del experimentado militar Ignacio Alonso, alias 'Cuevillas'. El escenario fue una posada, hoy desaparecida, situada en el camino a las Conchas de Haro, en la actual carretera N-124, cerca del cruce con Salinillas de Buradón. En el lugar, conocido como la Venta del Moral, los jóvenes de Briñas «controlaban el paso de las Conchas hacia su pueblo, que estaba en fiestas».
En un momento dado fueron «sorprendidos por un fuerte contingente realista armado que se dirigía a Miranda para someter y alzar la comarca contra el régimen constitucional», detalla el historiador vitoriano. Apellániz indica que «los milicianos, parapetados en la posada, repelieron inicialmente el ataque, pero rápidamente muchos de ellos cayeron heridos, dos cuando intentaban huir».
A tenor de los orificios que presentan los esqueletos, «cinco de ellos murieron en esta refriega inicial, a causa de las heridas sufridas en puntos vitales del cuerpo producidas por los proyectiles de fusilería y trabuco disparados contra ellos: dos por heridas mortales en el cuello cuando se encontraban frente al enemigo, quizá reclinados o con una rodilla en tierra mientras recargaban sus armas o intentaban repeler el ataque». Los otros ocho, la mayoría de ellos «heridos y sin posibilidad de defensa y socorro, fueron apresados y maltratados físicamente», conclusión extraída de las incisiones que presentaban sus cadáveres. Fueron «golpeados con objetos contundentes, posiblemente con las culatas de las armas, quizá para sonsacarles alguna información», desvela. «Es posible que los captores lograran saber que todos eran de la cercana localidad de Briñas, que cinco de ellos estaban casados, uno puede que recientemente, y emparentados. Había dos pares de hermanos y otros dos de primos».
Pero «ni su juventud ni el parentesco ni su estado civil levantaron la menor compasión entre los realistas», ya que «a continuación los ocho fueron ejecutados». Tras el fusilamiento, los cuerpos de los fallecidos fueron «transportados en carreta hasta Ocio, a escasos 4 kilómetros del lugar del enfrentamiento armado, escoltada por jinetes realistas y guiada por el ventero o algún arriero huésped al que se pagaría alguna cantidad de dinero. Una vez en Ocio, los soldados vencieron las lógicas reticencias de las autoridades locales» para acoger aquellos cuerpos de personas foráneas en su cementerio, «bien con dinero o con la amenaza de las armas, de ahí su inhumación inmediata», explica. «Podían haberlos llevado a Briñas, que está a la misma distancia, pero quizá por miedo a represalias fueron conducidos a Ocio», presupone Apellániz.
El estudio de la disposición de los esqueletos en la fosa determinó una «inhumación premeditada y ordenada en cinco filas, con los cuerpos de espaldas al suelo, salvo uno que está ladeado», por lo que el autor del estudio descarta que «fuesen arrojados a la fosa desde el borde de la misma. Fueron colocados con cierta premura y sin la formalidad funeraria cristiana de colocar los brazos sobre el pecho ni orientados al Este. Esta circunstancia podría venir dada de la animadversión del párroco local hacia los voluntarios de Briñas, al pertenecer al bando liberal y no al del 'rey y la Iglesia', de ahí que no asistiese a las honras fúnebres durante el enterramiento ni dejase mención alguna de ello en el registro del libro parroquial de difuntos», explica el historiador.
Los cuerpos fueron inhumados «desnudos o cubiertos con un simple sudario», ya que junto a los esqueletos «no se halló ni un botón ni una hebilla». Ninguno de los esqueletos conservaba las alianzas de sus esponsales en sus respectivas falanges del dedo anular en sus manos izquierdas, a pesar de que cinco de ellos estaban casados. Todo ello hace suponer que «antes de ser enterrados fueron despojados de su ropa». «Es probable que sus verdugos les hubieran sustraído sus armas, objetos de valor y prendas más vistosas, como gorros o calzado en el mismo lugar donde fueron asesinados», desgrana este estudioso.
la partida realista
Una vez dispuestos en el fondo de la fosa, los cadáveres fueron «cubiertos por una capa de cal viva, lo que da la coloración que mostraban los restos óseos tras quedar descarnados». Encima, otra capa más espesa de tierra ocultó durante casi dos siglos los cuerpos de los jóvenes riojanos. «En los días siguientes, vecinos y familiares de Briñas debieron acercarse al cementerio de Ocio para honrar y recordar a sus seres queridos», y dejaron anotado en el pueblo los nombres, edad y parentesco de los trece milicianos fallecidos. Cinco años después, en 1827, algún vecino de Ocio trasladó los datos al libro de difuntos de la parroquia, y gracias a su localización y estudio se han podido conocer la identidad de los protagonistas y los últimos hechos de armas de aquellos hombres que dieron su vida en defensa del orden constitucional.
Por ello, José Ángel Apellániz, que ofreció estos y otros detalles en una conferencia hace unas semanas en Ocio, estima de justicia que se recuerde a estos trece jóvenes y propone «algún tipo de acto de homenaje y de recuperación de la memoria histórica tanto en Briñas como en Ocio», durante el 200 aniversario de su muerte, que llegará en agosto de 2023.
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