MÁS (IN) QUE (AC)
El tragaluz ·
Ángel Resa
Martes, 13 de febrero 2018
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
El tragaluz ·
Ángel Resa
Martes, 13 de febrero 2018
Hay cifras que a botepronto presionan el botón de las alarmas. Números que conviene meter en el contexto adecuado y rebozar de algunas explicaciones lógicas. Así, de repente, 31 sucesos durante todo el año pasado con el tranvía de por medio suenan hasta a mucho. ... Pero si aceptamos que el registro cuenta más (in)cidentes que (ac)cidentes el asunto pierde su gravedad presunta. Recuerda en cierto modo a las conversaciones cíclicas en torno a la seguridad del tráfico aéreo. Ningún medio locomotor resulta menos dramático por el enorme volumen de pasajeros y desproporción de víctimas que los aviones, aunque no sean estas las mejores fechas para reafirmarlo tras la reciente tragedia en Rusia.
El metro ligero se ha integrado paulatinamente dentro del paisaje urbano hasta verlo como un elemento de los nuestros con los ojos de la naturalidad vitoriana, entre cuyas señas diferenciales figura montar polémicas alrededor de todo y, claro, a santo de qué iba a librarse la extensión futura de los raíles. Con el tiempo se ha alzado como un trasladador de personas bien evaluado por una ciudadanía -la que puede aprovecharlo- que lo rentabiliza socialmente. Más rápido de cuanto aparenta, limpio, menos ruidoso de lo que querrían los vecinos y mimado como el rey del transporte colectivo que es. El tranvía viaja bajo el palio que le proporciona la preferencia semafórica en cada cruce que cierra discos a los coches un par de minutos antes y después de deslizarse a su manera imperial.
Se le abren puertas y ventanas, lleva a la gente desde los confines septentrionales de la capital alavesa hasta el hocico mismo del centro y, además, avanza libre de pecado original. ¿Qué se contabilizan (in)cidentes con el metro ligero inmerso en el golpe? Pues culpas e imprudencias de factores humanos y externos. A saber: automovilistas en Duque de Wellington que calculan a la ligera o ciclistas y peatones ya en el Ensanche que no oirían ni el bramido de un buque oceánico con esas protuberancias llamadas cascos como una segunda piel de las mismísimas orejas.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.