El historiador Ahmed Chagouaoui nació en Alhucemas y lleva más de dos décadas en Vitoria. Rafa Gutiérrez

Una comunidad «integrada» en Vitoria que se ha cuadruplicado en menos de dos décadas

En el censo hay casi 5.000 marroquíes. Ya no piensan en regresar a su país, forman parejas mixtas y sus hijos hablan euskera

Domingo, 18 de diciembre 2022, 01:52

Estaban aquí. En las aulas, detrás de las barras de los bares, al cuidado de mayores, en las filas de la Ertzaintza, subidos a los andamios... o en la plantilla del Alavés. Y, por supuesto, en las calles. Pero nunca se había visibilizado tanto la ... presencia de la comunidad marroquí sobre el asfalto vitoriano -no como grupos de amigos o familias sino como colectivo, con una identidad común- como en las celebraciones en pleno centro por las sucesivas victorias de la selección alauí en el Mundial. Y eso que representa ya el 2% del censo local. Unas 5.000 personas nacidas en Marruecos (4.931 para ser exactos, según el Instituto Nacional de Estadística) viven en la capital alavesa y en su inmensa mayoría, coinciden ellos mismos y también expertos en el retrato sociológico, están «integradas». «Con total normalidad», recalcan.

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La comunidad marroquí, la segunda de extranjeros más numerosa en Vitoria tras la colombiana, comenzó a venir en los noventa y, con el cambio de milenio, se disparó en el padrón. Desde 2003, por ejemplo, se ha multiplicado por cuatro. «Al principio llegaron sobre todo varones para trabajar en la construcción y la obra pública, coincidió con el desarrollo de los nuevos barrios», recuerda el antropólogo Jesús Prieto Mendaza. Y aún hay medio millar menos de mujeres que hombres (2.200 frente a 2.731) procedentes de Marruecos en la ciudad. Unos y otras han dejado atrás sobre todo «la zona rural» del país -«un mundo muy pobre con estructuras rigoristas y un modelo de comportamiento más tradicional», dice el experto- que perdió primero población por el Norte, de puntos como el Rif, hacia la capital vasca y que hoy le aporta nuevos vecinos desde todos sus rincones.

El 25% de los magrebíes, entre quienes sobresalen los oriundos de Marruecos, apunta la última Encuesta de la población inmigrante extranjera en Euskadi analizada por Ikuspegi, se planta aquí porque conocía a alguien que había venido antes. Ahmed Chagouaoui Saidi, historiador nacido en Alhucemas y fundador hace más de dos décadas de la plataforma Iniciativa Marroquí en Euskadi, aterrizó en 1996 en Vitoria, tras los pasos de sus padres. «El perfil del inmigrante de mi país ha cambiado bastante y ha desaparecido la idea de estar unos años y marcharse de vuelta. A muchos les costaría volver a integrarse en su lugar de origen», lanza. Ahora forman matrimonios mixtos, sus hijos -existe una numerosísima segunda generación alumbrada en el hospital Txagorritxu- hablan en euskera y viven más allá de las fronteras de Aldabe, donde las primeras oleadas fijaron su residencia. «Iban a los barrios donde estaban los pisos más baratos. Del Casco Medieval se trasladaron a Coronación, El Pilar, Judimendi, Zaramaga, Aranbizkarra... y a Salburua y Zabalgana, que tienen mucho piso social», repasa el antropólogo. Ocho de cada diez, eso sí, están de alquiler.

«Falta de conocimiento»

Pero los años compartidos en el censo no han acabado con esa «falta de conocimiento, a veces mutua, pero sobre todo por parte de la sociedad de acogida», plantea el historiador, que ha dado clases durante una década en el campus alavés de la UPV/EHU. Y como ejemplo señala las mezquitas, que en Vitoria superan la decena aunque la comunidad marroquí no frecuenta todas. No es sólo un espacio religioso sino «un lugar donde sentirse en un ambiente familiar, aceptado», dentro de una sociedad como la vitoriana, la vasca, que se mezcla en cuadrilla. «No siempre es fácil relacionarse». Ikuspegi ya alerta de que las personas del Magreb son, entre los extranjeros, quienes menos simpatía (un 5,7 sobre 10) despiertan a ojos de los autóctonos. «No hay que negar que hay comportamientos antisociales. Son muy pocos pero tienen una gran repercusión», insiste Prieto Mendaza, consciente de que la crisis del ladrillo empujó a un buen puñado al paro que, a pesar de ello, decidió «quedarse acogiéndose a las ayudas sociales». En la actualidad, algo más del 20% de los vecinos originarios de Marruecos hace cola en Lanbide.

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Los hijos de los marroquíes que llegaron años atrás a la ciudad, y que en más de la mitad de los casos carece de estudios o sólo posee el título de Primaria, tienen «más formación académica» y han «asimilado» hasta su vestimenta al estilo local. «Eso no quiere decir que una chica de 20 años no pueda llevar velo», señala el antropólogo. Esta segunda generación, compara Chagouaoui, «se siente de aquí aunque pueda sentirse también de la tierra de sus padres». Y lo mismo botan con la bajada de Celedón que cumplen con el Ramadán.

El fútbol como vía para mostrar «una parte de su identidad»

Las celebraciones de la comunidad marroquí en el corazón de Vitoria por las victorias de su selección en el Mundial de Qatar -con kalejira, música e incluso fuegos artificiales- reflejan más que su afición a un deporte. «Muchas veces intentamos que el inmigrante deje el bagaje que trae consigo y esa emoción que han mostrado por el fútbol es también parte de su identidad, es muy importante», argumenta Ahmed Chagouaoui. Él, historiador con más de dos décadas de residencia en la capital alavesa, sabe que ese «sentimiento de pertenencia» se transmite incluso a la segunda generación. «Hacerlo visible no nos debería molestar sino servir para reconocer que la sociedad vitoriana es diversa», comenta.

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