Raúl Verdugo saca a la basura decenas de ramos mustios que guardaba en sus cámaras. Blanca Castillo
Diario en cuarentena. Día 36

Marchitas y colaterales

Floristas ·

El ramo deshoja la margarita de la supervivencia de sus negocios, también cerrados, y ya da por perdida toda la campaña

Jueves, 16 de abril 2020, 06:00

Claveles blancos reventones, margaritas de pétalos prietos y tallos largos, lirios elegantes con los pistilos del color del azafrán. Ellas, que un día fueron las flores más hermosas de sus jardines, están ahora marchitas, ahora putrefactas. Ahí tienen a Raúl, el florista. Ahí lo tienen ... mirando a cámara con ese gesto, entre compungidos y hastiado, entre triste y cabreado. No tiene que ser nada fácil que la belleza se te convierta en podredumbre entre las manos.

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Raúl Verdugo está sacando todas esas flores a la basura, como quien lleva al contenedor las raspas del pescado, las mondas de la naranja, los posos del café. Envueltas en su celofán, con el tallo todavía verde, se le han echado a perder en sus floristería Angelines, en la calle Perú y también en Abastos. Se han pasado resistiendo, tiritando, en la cámara todo un mes. Y no hay flor lo suficientemente lozana que aguante tanto tiempo.

Raúl, como todos los floristas, no vende un clavel. No puede vender un clavel. Claro que la gente sigue cumpliendo años, claro que la gente se sigue queriendo y necesitando demostrarlo con media docena (o docena y media) de rosas rojas. Y claro que la gente se sigue muriendo. Ahora, de hecho, más que nunca. Pero, con estos funerales tan descarnados, en soledad, se encargan las flores justas. Un centro. Una corona de las más modestas. Total, para qué, si nadie las va a ver. No servían para honrar a a los muertos, solo para agasajar a los que quedaban vivos.

«Somos de los pocos sectores que tienen un género no perecedero que tenemos que tirar porque seguimos sin trabajar», lamenta el florista. El hostelero puede congelar ese cuarto y mitad de solomillo. Pero qué va hacer un florista con tanta gerbera, tanta peonía, tanta cala. ¿Adornar su hogar? La casa de las flores, para Netflix.

Y mientras los minoristas, con la persiana bajada, deshojan la margarita de sus negocios (sobrevivirá o no sobrevivirá), José Antonio Jiménez hace lo propio con el ramo entero. Él es el único mayorista de flor cortada de Álava. Junto con su hermano, riega un negocio que ahora también se le está mustiando. No sabe si se les acabará secando. «Esto nos ha machacado vivos», lamenta el hombre.

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12.000 euros a la basura

Hoy José Antonio hará una ofrenda floral. Nada que ver con esa tan sentidísima que miles de zaragozanos hacen a la Virgen del Pilar cada 12 de octubre. Él seguro que también acabará con lágrimas en los ojos. Pero de rabia, no de emoción. Peregrinará a Gardelegi con todo lo que queda en sus cámaras. 12.000 euros enteritos en pétalos, en pistilos, en estambres, en sépalos y en carpelos. 12.000 euros de rosas rojas de aroma embriagador, de crisantemos y de claveles. «Esto me pilló con el almacén lleno hasta arriba», se duele el mayorista, que ya da por perdida toda la campaña y no quiere ni oír hablar del día de la madre, que está al caer. «No pienso traer ni un ramo. Para qué, si ni siquiera sé si para entonces van a estar abiertas las floristerías».

Entretanto, en Aalsmeer (Países Bajos), el mayor mercado de flor cortada del mundo, el Wall Street de las flores, los tulipanes y las orquídeas y los narcisos y los claveles cotizan a la baja. «¿Dónde han ido a parar 140 millones de tulipanes holandeses? Machacados por el coronavirus», titulaba el viernes el New York Times. Otro daño colateral, otro más, en un mundo que se nos marchita.

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Menos mal que todavía queda mucho para el 9 de noviembre. Que si no, hasta Cecilia se nos iba a quedar sin su ramito de violetas.

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