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En la soledad de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, el artillero Frank Bracey le escribió a su esposa, Win. Ella estaba desesperada y amenazaba con pasar a mayores si él no regresaba. El soldado le apuntaba que era él quien necesitaba saber que ella seguiría viviendo, que sería feliz, aunque fuera con otro. La misiva emocionó a Lucía Lacarra y la bailarina y coreógrafa la compartió con Matthew Golding, de manera que el tándem creativo vio claro un camino que ha desembocado en más de una epifanía. Su consecuente, 'Lost Letters' llega hoy al Teatro Principal (19.30 horas).
Rebobinemos hasta antes de la dichosa pandemia. Lacarra recuerda que participó en unos actos de hermanamiento con el País Vasco en Washington. Allí, con la ciudad trufada de «haizkolaris, pelotaris y talos» bailo en el Museo Smithsonian. La artista guipuzcoana tuvo conocimiento de que se recopilaban cartas perdidas, enviadas durante conflictos bélicos. Incluso «se intentaba encontrar a descendientes de los destinatarios para dárselas».
Pero la carta, que también ha dado lugar a que la artista vasca cree su propia compañía con jóvene bailarines, llegó a su destinataria. Los dos autores de la obra imaginan cómo podría haber cambiado el destino de aquella señora Bracey si no hubiera recibido el escrito de su marido.
El texto original venía en un libro donde compartía páginas con misivas «de Churchill o Hemingway y de soldados desconocidos». La portada era «una amapola» que, dentro de la cultura británica (y de la Commonwealth), viene a representar con gran potencia visual un soldado caído.
Tanto Golding, que pronto relacionó música de Rachmaninov con unos soldados, como Lacarra vieron claro el argumento. Y hasta la fórmula para llevarlo ante el público. «Nos gusta contar historias. Es más difícil hoy, cuando se opta por piezas más abstractas. Es más complicado que la gente comprenda pero disfrutamos de ese proceso de plasmar una idea o concepto y decir algo, es algo en lo que me he involucrado personalmente durante años», señala la creadora que ha estrenado en el Arriaga y ha contado con la colaboración del Teatro Principal.
«La gente sale emocionada, entiende muy bien la historia», con una mirada a la comunicación y las relaciones humanas. «No tiene que saber todo lo que hay detrás, pero se involucra y lo cree de verdad», precisa Lacarra.
El vehículo es doble. Por un lado, la pantala aporta la ,localización y la atmósfera, la situación de los dos personajes, detalla orgullosa de su localidad natal quien junto a Golding ha apostado por Zumaia para un rodaje «muy poético» realizado en noviembre de 2022. Por otra parte, en escena la danza representa emociones. Y los jóvenes del ballet también se empapan de pasión y experiencia profesional. Aquí no se pierde nada.
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