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Enrique Arberas vive en Agiñiga, cerca de su querida Sierra Salvada. La aletean mariposas en el estómago cuando caen las primeras nieves y solo espera la hora de de salir de las clases que imparte a diario en el colegio Amaurre de Amurrio ... para coger las raquetas y refugiarse en su mundo, donde la naturaleza lo es todo. La que ofrece pistas de lobos, la que guarda secretos en madrigueras profundas o esconde sorpresas tras una leve huella marcada en el barro. Arberas dedica todos sus esfuerzos a divulgar el entorno de la Sierra Salvada, a dar conferencias, a difundir el trabajo del pastoreo. Pero tenía un sueño desde hacía tiempo, viajar a Canadá, donde la naturaleza es salvaje y forma parte consustancial del ser humano. Allí podría hacer realidad su sueño de convertirse en un personaje de las novelas de Jack London, que le apasionaban cuando era un crío; un trampero con su gorro de piel y sus raquetas, atravesando el bosque y ríos helados en busca de osos, visones y castores. Allí encontraría la felicidad porque además, es un enamorado del frío. Su aventura canadiense podía tener el aspecto de una apacible postal navideña, con bosques, nieve, paz y naturaleza. Pero detrás de las imágenes que trajo consigo hay mucho más. El trampeo es una forma de vida, de relación con el bosque y los animales inconcebible en nuestra cultura. «En el bosque todo tiene que ser doble, las herramientas, los vehículos, todo. Y hay que estar bien equipado. A mí me dieron un rifle por si acaso, pero es que para sobrevivir en el bosque hay que conocerlo muy bien».
Su sueño se hizo realidad en octubre de 2016 cuando llegó a la Reserva Faunística de las Laurentides, al norte Montreal y Quebec, junto a la desembocadura del río San Lorenzo, un territorio virgen del tamaño de Euskadi. Allí vivió la aventura que siempre había soñado, gracias a su amigo Fernando Fernández, que vive en Canadá desde hace tiempo. Le puso en contacto con Dennis, un trampero no profesional que le acogió en su cabaña y le enseño cómo sobrevivir en el bosque cuando las temperaturas apenas sobrepasan los ocho grados bajo cero.
Allí fue donde se convirtió en un verdadero explorador y ayudante de trampero. «Parece una contradicción para alguien como yo, dedicado a la biología, pero es que aquello es otro mundo. La relación que tienen con la naturaleza es completamente diferente. Allí no viven de espaldas al bosque como nosotros», asegura.
Lo cierto es que el bosque boreal nada tiene que ver con lo que aquí llamamos de la misma manera. Los árboles, «parecen dispuestos en formación, absolutamente firmes, imposibles de atravesar». Caminando, descubrió rincones de una belleza espectacular y aprendió que «todavía se puede vivir de manera completamente agreste, silvestre, un modo de vida que creía extinto», como en las novelas de su juventud.
«Allí matan al alce -un animal que puede llegar a pesar mil kilos- de la misma manera que aquí hacemos la txarriboda», asegura Arberas. También cazan, pescan, obtienen madera y trampean para capturar animales como visones, castores, martas, lobos, linces y osos. «Para hacerlo hay que conocer las costumbres de cada especie». Lo que allí es una práctica habitual, en Europa sería un delito, porque todos ellos son animales protegidos. En cambio, su captura está totalmente regulada en Canadá. «Dennis tiene una extensión de cien kilómetros cuadrados para hacer las capturas que le asignan de quince animales, entre los que había de todo, castores, armiños, nutrias, martas, linces hasta incluso lobos- aunque nos sorprenda- pertenecientes, como mínimo, a cinco especies y con la obligación de aprovechar las pieles».
Arberas llegó dispuesto a aprenderlo todo del trampeo, una técnica que en España se usa con fines científicos y que a él le resulta muy útil para capturar animales a los que anillar y colocar dispositivos de seguimiento. «Allí hay auténticos supermercados para este tipo de prácticas, aunque Canadá suscribió hace años con Rusia y Estados Unidos un acuerdo de captura no cruel para evitar el sufrimiento de los animales. Porque lo cierto es que en el país norteamericano la industria peletera genera muchos puestos de trabajo. Allí es una forma de vida».
La aventura le ha sabido a poco y mientras recorre la Sierra Salvada en busca de huellas de lobos y de otro tipo de animales que lee en el suelo como si fuera un libro, prepara su siguiente viaje para ir a Alaska o a Siberia, al frío, «a pescar salmón, batear oro, ver orcas y osos grizzly. Vivir en una cabaña en invierno. A poder ser, sólo». Y sobrevivir para contarlo.
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