Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
j. romero, s. l. de pariza y r. albertus
Domingo, 24 de enero 2021, 04:05
En 2020, año del coronavirus, la sociedad enfermó. Un enemigo invisible mundial hizo que Vitoria fuera la primera ciudad del país en cerrar cines, teatros y salas de conciertos en marzo. Tras el confinamiento, el escenario había cambiado. Durante este tiempo las novelas, las películas, ... la música y las visitas virtuales a museos lograban aliviar el malestar, aunque fuera de manera momentánea. Las letras se convirtieron en un refugio frente al maldito número diario de fallecimientos. EL CORREO consulta a artistas, cineastas, escritores y representantes públicos de la cultura en Álava las enseñanzas (o no) que deja en ellos esta pandemia. El optimismo y escepticismo se alternan en las reflexiones. ¿Hemos aprendido algo de 2020?
De la pandemia, y en especial del período más duro, el de la primavera de 2020, exploramos y aprendimos muchas cosas sobre lo que significa vivir juntos. La primera es nuestra capacidad de adaptación a las circunstancias más adversas, las de un confinamiento total prolongado. También como una situación tan inesperada nos lleva a valorar todo aquello que nos rodea, lo más cotidiano, y el modo en que muchas cosas que creíamos sólidas y duraderas, se nos muestran ahora necesitadas de atención y cuidados para permanecer.
Uno de las mayores taras del ser humano, que cada persona sufre en mayor o menor grado, es la necesidad de sentir la ausencia para valorar la presencia. Ir a un concierto, disfrutar de una película en un cine, acudir a una obra de teatro, admirar una exposición de arte... son placeres que damos (¿dábamos?) por sentado. Que van en el 'pack de la vida', ese que nos entregan si tenemos la suerte de nacer en una zona del globo terráqueo. Y de repente... todo se hizo mucho más difícil. Y de repente... todo tenía mucho más valor. Porque además toda esa cultura nos hacía más falta que nunca. Necesitábamos sumergirnos en la creatividad ajena para trasladar nuestra atención, al menos durante un rato, lejos del maldito bicho. Hemos podido imaginar lo que sería vivir encerrados únicamente en nuestra propia vida. Que no nos haga falta perder la cultura para saber lo que vale. Lo que cuesta.
Somos capaces de movilizar todos nuestros recursos para sobrevivir. Y eso supone ser capaces de adaptarnos, de cambiar. Por un lado, para salir de ésta y también para prepararnos para el futuro, porque otra de las cosas que también hemos aprendido es que todo esto no sólo puede volver a repetirse sino que se repetirá en cualquier momento. Cambiar las cosas también supone reflexionar sobre la importancia de cosas que ya teníamos y que nos parecían normales y corrientes y que ahora se han convertido en un lujo como disfrutar sin miedo de la familia y los amigos, seguramente vamos a darles más valor ahora. También está el tema económico. Para miles y miles de personas, muchos de ellos autónomos, la pandemia ha supuesto la pesadilla de quedarse sin trabajo. Hay muchas cosas que han cambiado, si, porque en adelante se harán de otra manera y todo el esfuerzo de especialización que habíamos hecho para ser los mejores en lo nuestro, ahora puede haberse convertido en un lastre. Hemos aprendido que cuando llega un imprevisto te puedes quedar mucho tiempo sin ingresos. Aquí también tendremos que cambiar y reinventarnos. Donde antes se valoraba la especialización igual ha llegado el momento de diversificar, de reinventarnos y ser capaces de no tener todos los huevos en la misma cesta. No será fácil pero miro alrededor y veo a gente que está echándole ganas e imaginación reinventándose y buscando tener diferentes fuentes de ingresos.
Además de la pandemia, este año 2020 me ha traído el regalo de la maternidad. En marzo nació nuestra pequeña Noa y ha sido sin duda el acontecimiento más importante y el que más me ha hecho crecer y aprender, a dar importancia a las cosas que de verdad la tienen y a disfrutar de cada segundo del día.Sí que creo que la pandemia nos ha enseñado una forma diferente de entender el tiempo, nos ha permitido bajar el ritmo de vida que llevábamos, un ritmo que resultaba insostenible. Esto ha hecho que podamos observarnos más a nosotras mismas y en consecuencia, sentirnos más plenas. También es verdad que a nivel emocional este año ha tenido sus momentos difíciles, algo normal cuando tenemos el tiempo de estar más con una misma. Y ha sido todo un reto también convivir con todas estas sensaciones, emociones, pensamientos... Aún así, las cosas bonitas son con creces muchísimas más. Además soy optimista respecto al futuro, siento que todo esto ha generado que las personas tengan muchas más ganas de vivir, de salir y juntarse con la gente, de ir a los teatros, conciertos... de compartir. Esta necesidad de cultura que se siente nos da una perspectiva muy esperanzadora a los artistas.
El 2020 nos han enseñado a tener paciencia y a priorizar la salud sobre el resto de cosas. Asimismo, nos ha servido para resetear la vorágine de vida en que estábamos inmersos. También nos ha descubierto a las personas que trabajan por la salud y el bienestar y que estaban, algunas de ellas, infravaloradas.
La pandemia me ha enseñado que soy más vulnerable de lo que pensaba. Creía que el progreso nos había puesto al abrigo del mundo y sus peligros. Epidemias, pestes y plagas eran fenómenos medievales. He comprobado que la naturaleza sigue teniendo la capacidad de devolvernos a la incertidumbre. Yo soy yo y mi circunstancia, pero la circunstancia se había hecho pequeña mientras que el yo era inatacable. Pues bien, ahora siento el yo encogido y la circunstancia muy crecida.
Creo que lo que más me ha aportado es parar. Ir más lento y mirar hacia adentro. Aprender a centrarme en pequeñas cosas, descubrir que no necesito tanto. Tanto viaje, tanto movimiento, tanta gente. He reducido al mínimo mis contactos y mi energía, pero lejos de ralentizarme he ganado impulso.
Crecemos pero no dejamos de aprender nunca. La vida nos confronta con nuevos e inimaginables escenarios que nunca hubiéramos ni siquiera intuido. La pandemia es uno de esos capítulos oscuros, difíciles, que nos ha tocado transitar. Y sin embargo, cuánto estamos aprendiendo en ella. Me doy cuenta de que he descubierto nuevas configuraciones de los verbos empoderarse y comprometerse. He entendido el significado profundo de nuestra naturaleza humana, que se gesta a partir de las experiencias de expresión, de socialización y de comunicación. Que contemplar el mundo y la vida es una tarea olvidada, pero imprescindible, que nos ha traído a la memoria el canto de los pájaros. Que el Arte y la Cultura no son solamente lenguajes de una hermosa profesión, sino que constituyen el camino para descubrir los misterios de la existencia y disfrutar de la esencia de la vida. Que la salud no es solo la del cuerpo, sino también la del alma, porque estamos hechas de la materia de los sueños. Que no podemos bajar los brazos y renunciar a reflexionar y transformar el mundo a través del desarrollo sostenible. Y sobre todo he descubierto que un abrazo es el refugio más pequeño en el que puede resguardarse el ser humano.
Lo primero; no soporto a quién dice 'nueva normalidad', 'vamos a salir más fuertes' o 'yo soy persona de riesgo'. Creo que no vamos a aprender nada o casi nada de la pandemia. Hemos tenido y tenemos miedo, pero eso no es demasiado interesante como enseñanza. Nos hemos dado cuenta de que somos tan frágiles como copitas de fino cristal, pero tampoco es de sabios darse cuenta de lo evidente. Alguno habrá aprendido ahora lo importante que es vivir el momento, pero si lo ha aprendido tan tarde seguro que lo olvida muy pronto. Es triste saber que casi nunca pasa nada que no haya pasado antes y que actuemos tan torpemente como si fuese la primera vez.
En 2020 he aprendido al menos dos cosas valiosas. Una es, por ejemplo, hacer focaccia. Otra cosa que he aprendido durante este 2020 es que no podemos esperar mucho de las instituciones locales durante las situaciones de anormalidad. Durante el confinamiento no hemos tenido ni una sola visita online, ni una charla en zoom para amenizar nuestras horas muertas, ni tampoco un taller digital... Ni siquiera unas fotos con el teléfono de las exposiciones que estaban ya montadas y de persiana bajada. Nada de nada,
He constatado que incluso en la zozobra se puede optar por la alegría. Que la resiliencia es voluntaria y el sosiego y las fuerzas se comparten y retroalimentan. Que estamos lejos de ser verdaderos ciudadanos, con un egoísmo y polarización hirientes. De la paz y el amor de nuestro entorno al mundo.
La pandemia ha demostrado lo que estamos dispuestos a dar de nosotros mismos, el sentido de comunidad. El sector cultural ha sido azotado por todos los flancos, nos hemos tenido que encoger, hilar desde una quietud forzada, generando ese sentimiento de pertenencia, expandimos el tejido de conexiones que evidencian lo interconectados que estamos.
La pandemia evidencia un organismo universal en profundo desequilibrio.El hundimiento del Sistema es consecuencia del abuso continuado por parte de una sociedad infantilizada que no quiere tomar consciencia de sus acciones y permite que la ideología y el consumismo bulímico dirijan su vida. Madurar es responsabilizarse de los propios actos. Los niños no lo hacen, esperan vacunas mágicas.
La pandemia nos ha hecho valorar más si cabe la Cultura. Ha sido nuestro bálsamo durante el confinamiento y una vez que volvimos a la actividad nos ayuda a sobrellevar la situación actual. Las nuevas tecnologías se han convertido en aliadas indiscutibles de los agentes culturales, que han podido crear y difundir su obra a pesar de las circunstancias. Nuestra apuesta desde el Ayuntamiento es programar, programar y programar, ya que se está demostrando que la Cultura es segura.
Si tuviera que elegir una palabra que relacionase Cultura y 2020, sería: reinvención. Este 2020 hemos aprendido a reinventarnos. A sacar lo mejor de nosotros para que las cosas, aunque diferentes, salgan adelante. Para que nadie se quede atrás, para que con el esfuerzo de todas y todos, salgamos adelante. Hemos aprendido que en equipo, con ese objetivo en común y mediante la reinvención, era posible hacerlo todo. Y ahora podemos afrontar 2021, aunque todavía con incertidumbre, también con una gran dosis de esperanza.
Lo que personalmente he aprendido es que no podemos planificar nada al 100 %, y que es necesario dejar un espacio vital a lo impredecible, es decir, ser conscientes de que en cualquier momento todo puede volar por los aires. Creo que este aspecto me ha dado una nueva perspectiva a la hora de enfrentarme a algunas situaciones. Ahora intento involucrar este fenómeno en mis interpretaciones al piano: procuro no dejar todos los detalles atados completamente, controlando el proceso musical en todo momento, sino que dejo más espacio a lo 'impredecible' en la música, a la espontaneidad. Creo que la pandemia nos ha mostrado lo débiles que en realidad somos, pero justamente eso nos ha vuelto más humanos y humildes, mostrando la verdadera importancia de la solidaridad.
Los últimos cinco años he tenido un ritmo de trabajo muy alto y, tratándose de una profesión tan vocacional como la dirección de orquesta, casi ni te das cuenta de que está ocupando toda tu vida. Esta pausa, paradójicamente, ha sido una especie de cura de desintoxicación. Reconozco que al principio tuve que 'aprender' qué hacer con el tiempo libre pero enseguida pude disfrutar de volver a hacer deporte, las salidas a la montaña, las videoconferencias con la familia y los amigos (a los que tenía un tanto abandonados) y de tocar el piano por puro placer. La música es mi vida pero hay vida más allá de la música.
He vuelto a descubrir el placer de escribir y enviar cartas, y me han sorprendido las cartas que más tarde he recibido en mi mustio buzón. También he redescubierto mi ciudad: no es mal sitio para sobrellevar un confinamiento; Ihurre, Arkaia, Eskibel… a un paso. He confirmado que los libros sirven para que podamos tener dos vidas, y que no es casualidad que tengan forma de maleta. Me gustaría haber aprendido a ser más agradecido, entre otras personas con bibliotecarios y libreros, con las maestras. He aprendido que esta especie de letargo es peligrosa, y que es necesario estar atento y despierto; como decía Cercas, en esta vida al final son necesarias tres tipos de personas: profesores, que nos enseñan a vivir; médicos, que nos ayudan a vivir y a morir; y las personas que dicen no, que son las que preservarán la dignidad colectiva.
Tengo la sensación de que hemos vivido de espaldas a la naturaleza, a la que hemos creído dominar y ahora nos muestra la fragilidad del ser humano. Veo la necesidad de cambiar de hábitos e incluso de pensamiento global en un futuro, ser más solidarios y responsables, también menos crédulos y más críticos. La ciencia, la sanidad, la educación y la cultura han jugado un papel decisivo y espero que nuestros políticos no lo olviden.
Aún estamos en un periodo cortoplacista, viviendo al día, demasiado ocupados entre brotes y confinamientos, sin ser capaces de mirar más allá. Que vivamos una época de alienación y paranoia acrecentada por la vida digital tampoco ayuda. Aún así, llegará un día en que algunos levanten la vista y descubran lo que muchos otros ya hicieron en el pasado: que las grandes crisis cambian rumbos. ¿Hacia dónde nos conducirá ésta? ¿A convivir de una vez con nuestro milagroso hogar llamado Tierra o a seguir con nuestro suicida y enfermizo desafío a la naturaleza? No alcemos la vista demasiado tarde, por favor.
A nivel laboral he aprendido de la pandemia la enorme capacidad que tenemos para reinventarnos. Somos capaces de darle la vuelta a la situación y sacar proyectos adelante con capacidades como la versatilidad y la flexibilidad. Si me cuentan años atrás que podemos hacer lo que hemos hecho, en una especialidad cómo la nuestra, presencial 100% y con el contacto humano que se requiere para ello.... No me lo hubiera creído. También me asombra, aunque eso ya lo intuía, el talento que tienen los más pequeños para normalizar y aceptar las situaciones complicadas y hacerlas usuales. Ese nivel de aceptación me asombra y me encanta. A nivel personal, me he dado cuenta de la importancia que tienen las demostraciones de afecto físico. Besarnos, abrazarnos... Es algo que ahora valoro mucho, precisamente porque, de momento, lo hemos perdido. Los aprendizajes de esta situación son infinitos, siempre se aprende mucho más de lo malo que de lo bueno.
A nivel personal, además de estar encerrados, ha sido muy duro ver cómo la pandemia ha afectado a amigos y familia laboralmente y en su salud y sigue haciéndolo. Da la sensación de que el mundo se está volviendo cada vez más loco e incomunicado y distanciandose de la calle. La cuarentena me ha obligado a posponer mis proyectos aunque todo haya arrancado otra vez. A pesar de lo malo, al pararse el mundo, he aprovechado para escribir nuevos proyectos y hacer cosas que nunca había hecho como atreverme a cantar en un grupo con colegas. Ha venido muy bien para desahogarse. No hay que parar, tenemos que pelear por lo nuestro, por los espacios y las experiencias compartidas en contra del aislamiento emocional. ¡Tenemos que seguir dando guerra!
Ha sido el año más horrible por todas las consecuencias del coronavirus, pero a nivel personal y profesional, el más bello y bonito. Me resulta difícil conciliar ambas cosas.Soy partícipe de lo que veo en la sociedad, lo que ha pasado en las residencias, en la crisis sanitaria y económica que estamos sufriendo... siempre te toca algo. Quizá nos hemos dado cuenta de lo que significa conectar con las pequeñas cosas. Hemos tenido que frenar nuestro día a día y ese frenazo de actividad nos ha permitido tener más tiempo para estar con familiares, leer o ver cine; el placer de entretenerse o el de aburrirse. He reflexionado mucho sobre ello, el no tener la necesidad de tener que hacer cosas productivas todo el tiempo.
La pandemia me ha enseñado sobre todo a a no planificar demasiado y vivir el presente, a utilizar las nuevas tecnologías para poder comunicarme con la gente que quiero, a cocinar mejor, a leer más y a tratar de ser más positiva y ver menos la televisión, que solo me creaba frustración e impotencia. La pandemia ha sido y es un ejercicio de paciencia.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.