Jon Landa, de lo eficaz a lo eficiente en la pintura

Como el rigor y la sensibilidad; como la formalidad estética en su esencia, que son autorreferencias, por tanto, del propio autor, que connotan un modo estable de entender los procedimientos de la pintura sin extremismos ni aires de alboroto o asonada. Que lo virtual de la pintura sobre un plano no estropee la realidad; que la mejore incluso. De este modo, los intervencionismos estéticos soñados por el pintor han de servir para exaltar benéficamente lo reflejado, pero sin robar un ápice el protagonismo a la verdad de ahí afuera, que es siempre interpretable. Se trata de una muestra pictórica que se ve bien y se contempla todavía mucho mejor.

Así los dieciocho cuadros que conforman esta exposición con los contenidos de las dos vitrinas que agrupan otra media docena más de pequeños dibujos. Así la 'rentrée' del pintor Jon Landa García-Uceda (Vitoria, 2-6-1969) de vuelta y en nuevo contacto con sus paisanos. Con una selección de asuntos y temas variados que han sido exhibidos en otros lugares, por fin, aquí, ahora entre nosotros. Obras con esos datos topográficos que son temperaturas de color de las grandes avenidas de la ciudad de Nueva York; las reverberaciones lumínicas de las aguas de Venecia con sus siluetas urbanas señoriales y sus góndolas; esa otra panorámica siempre de postal pero majestuosa de Florencia desde la orilla sur del río Arno, más allá del Ponte Vecchio; rincones mediterráneos, esa plaza castellana típicamente porticada, hasta incluso nos encontramos con un espectacular horizonte vitoriano muy aéreo desde la torre de San Vicente como atalaya o vigía.

De los retratos de estirpe hollywoodiense, arrinconado el de Marlon Brandon para otra ocasión, pues sabemos de su existencia, Jon Landa nos muestra el de la grácil y etérea Audrey Hepburn que forma pareja con el más adusto de un jinete pálido, uno de esos pistoleros crepusculares sin nombre con la efigie hierática y resolutiva de míster Clint Eastwood. Empero, pensamos que este pintor vitoriano traduce todavía mucho más empaque y resolución, más 'personalidad' en las vibrantes testuces del toro, de la cebra, del gorila, del elefante y del rinoceronte que cohabitan poderosamente en la sala de exposiciones; partes superiores de la cabeza de estos animales que rezuman deslumbrante y ambicioso protagonismo en su ternura.

Acerca de los seductores procedimientos pictóricos de Jon Landa, a la vista están, se ha destacado -y estamos de acuerdo, tampoco vamos a descubrir la pólvora a estas alturas- la exquisitez y destreza de su técnica, su competencia productiva, esa gozosa reivindicación del oficio de pintar al modo más tradicional, cultural e histórico posibles, como si estuviera rotulando una serie de fotografías retocadas en la apariencia de sus resultados. Pero nada más lejos. No hay trampas; efectos técnicos, resoluciones y estrategias visuales, los que se quieran. Ahí, la honrada sabiduría de cada cual. Todo es producción pictórica desde sus grandes planos en perspectiva genérica hasta en esas aproximaciones más inmediatas a ras de tela y epidermis, convertidos igualmente estos planos minúsculos en activos cómplices con sus manchas y rasgos cromáticos casi infinitesimales.

En la obra del vitoriano Jon Landa asistimos a la legitimación del acto de pintar. Con la autoridad y el talento, y los recursos fo, de su autor. El arte por amor al arte. Sencillamente. Sin más exploraciones ni otros experimentos. Únicamente representando y traduciendo formas naturales con intención de artista. Ni más ni menos, que no es poca cosa.