Del laboratorio al contrabajo

«Estoy muy ilusionado con este premio, al igual que el resto de miembros de la junta. Este es un trabajo colectivo, además de nosotros cinco hay mucha gente detrás que hace el festival posible», agradece. Él mismo arrimó el hombro como voluntario en varias ediciones, por lo que no olvida la aportación de este medio centenar de personas. «Todos hemos ayudado en la asociación, al fin y al cabo lo hacemos todo por amor al arte», señala.

A Zárate el gusto por la música le viene de su padre, gran amante de la clásica. «Él hizo que me picara el gusanillo. Mi tía es profesora de música y la música siempre ha estado presente en mi vida», explica. De hecho, antes de convertirse en contrabajista aprendió a tocar la guitarra y el bajo eléctrico. «Lo tocaba en una banda hace mil años, cuando todavía no sabía ni leer música», sonríe.

Blusa de corazón, Zárate se declara un gran seguidor de las fiestas de Vitoria y también ha tocado en varias fanfarres. «He estado con los Desiguales, Gasteiztarrak, Zintzarri... son unas fechas muy especiales», reconoce. Unos amigos de aquel entonces le propusieron formar parte de Steamboat Jazz Band hace quince años, cuando el grupo ya estaba en marcha.

«Empecé de ensayo en ensayo y me quedé. Hemos tocado en festivales de la zona y en el de Jazz de Vitoria en dos ocasiones», relata sin dejar de reconocer que estar sobre o tras el escenario son dos experiencias muy distintas. «Presidiendo el festival lo ves con otra perspectiva. Disfrutas menos de las actuaciones porque controlas que el público esté bien y todo salga perfecto», confiesa.

Pese a que en este año frenético apenas ha tenido tiempo para tocar con su banda, Zárate recupera el tiempo perdido con su pasión mientras trabaja en algo muy diferente. «Soy protésico dental y me gusta escuchar discos en el laboratorio, el jazz me acompaña todo el día aunque escucho un poco de todo», añade.

Aunque el rock y la clásica completan su podio de preferencias, Zárate considera que, para traer a los jóvenes al jazz, es fundamental hacerlo «más accesible. Hemos querido acercarlo a la calle con los conciertos en Falerina, queremos que la gente vea que no tiene que ser algo caro o para estar sentado», afirma. Es ahí donde entran artistas como Jorge Drexler. «Queremos que cualquier ciudadano, sin ser fanático del jazz, encuentre algo que le guste en el festival sin dejar de hacer cantera. El Festival de Jazz no es un evento de masas, ni tampoco es ese su objetivo», asegura su presidente, quien valora positivamente la 43ª edición. «La hemos cerrado bien y la próxima cita está asegurada», celebra.

La nueva junta tiene «miles de ideas y detalles que mejorar» pero tampoco planea sacudir el festival hasta sus cimientos. «Nos encantaría hacer algo fuera del mes de julio para disfrutar del jazz durante todo el año, pero nos limita un poco el presupuesto», reconoce. En lo personal, Zárate tiene una espinita clavada: un viaje pendiente a Nueva Orleans, la cuna del jazz. «En nuestro segundo disco, que lleva el nombre de la ciudad, contamos con la colaboración del saxofonista Rob Espino». ¿Han heredado sus dos hijos la pasión por el jazz? «Les gusta pero el mayor, de 9 años, toca la guitarra y me ha salido más rockero».