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La «ciudad» de Labastida fue durante unos días, junto a Vitoria y Madrid, el epicentro de la crisis sanitaria en España por el Covid-19 ... . Representantes del Gobierno central ponían al mismo nivel a las dos capitales y a un municipio de Rioja Alavesa de apenas 1.500 habitantes cuando hablaban de áreas de «alta transmisión comunitaria» del virus. «Nos llamaban la ciudad de Labastida -recuerda Serafín García-, pero si somos un pueblo. Y bien orgullos estamos, eh», dice sacando pecho este autónomo de la construcción, que sigue trabajando bajo el estado de alarma. «Hago pequeñas obras exteriores y voy yo solo», puntualiza.
Un mes después de ser considerada poco menos que la 'zona cero' de la epidemia en España, la vida en Labastida sigue, pero sin olvidar que por sus calles se vieron a los primeros ertzainas embutidos en trajes que parecían espaciales, y que ahora todos llamamos con naturalidad EPIs, notificando casa por casa la obligación de cumplir la cuarentena y las consecuencias legales de violarla. Como en la vecina localidad riojana de Haro, donde el grupo de élite de la Guardia Civil también se desplegó con el mismo cometido, asegurar el confinamiento estricto de la población contagiada.
Aquellas estampas dieron la vuelta por medios nacionales e internacionales, y la imagen de Labastida se vio «tocada», reconocen en el pueblo. «Parecía que todos teníamos la peste. Ahora nos queda claro que se actuó con rapidez», explica la alcaldesa, Laura Pérez. Aquí se cerraron los primeros colegios de España y también instalaciones públicas como el polideportivo, la biblioteca o la casa de cultura. Esas medidas, «al principio, podían parecer excesivas, pero estábamos en fase de contención de la infección y había que prevenir cualquier contagio», añade. Un mes después, se confirma que fueron «efectivas».
«Ya podían haber actuado así en Madrid. No se habrían disparado ni el número de enfermos ni, sobre todo, el de fallecidos», tercia Serafín García. Los 21 casos positivos registrados en Labastida a fecha del 20 de marzo, cuando se publicó el primer desglose por municipios de Euskadi, apenas han aumentado. Hasta 26.
Aquellos primeros días de marzo no fueron sencillos. Ni para la regidora, ni para el resto de vecinos. «Entonces no sabíamos a lo que nos enfrentábamos. Estaba cerca el puente de San José y pensábamos en cómo nos iba a afectar. ¡Y mira ahora, ni Semana Santa ni...!». El mal sueño por estar un día sí y al otro también en el foco mediático ha desaparecido. «Creo que podemos hablar de una situación controlada» en el plano sanitario, apunta la alcaldesa.
Laura Pérez agradece a sus convecinos que hayan sido «muy respetuosos con las normas en todo momento. Desde el Ayuntamiento hemos tratado de ayudar; por ejemplo, con la desinfección de mobiliario urbano y contenedores o facilitando servicios a las personas de más edad para que no salgan de casa», destaca.
El coronavirus es la prioridad, «y así seguiremos por un tiempo». Pero la regidora mira ya al día después, cuando empiecen a relajarse las medidas de aislamiento social y regrese la actividad económica. «Tenemos que estar al lado de nuestro tejido comercial con ayudas fiscales. Desde el primer momento vio la gravedad de la situación, bajó la persiana y ya va para un mes». Justo en una época del año buena para hacer negocio. Cinco días de Semana Santa habitual «habrían dado para mucho, con visitas a bodegas, turistas tomando pintxos o comiendo en los restaurantes...».
Y el futuro, ¿cómo será? «Distinto, por lo menos al principio. Quiero decir, cuando salgamos de la pandemia y la vida vaya recuperando poco a poco la normalidad», reflexiona Carol Gutiérrez, de la agencia de enoturismo Thabuca, que contrata viajes para que visitantes nacionales y extranjeros conozcan Rioja Alavesa. Tenía un calendario para abril y mayo «repleto», que se ha ido al traste por el patógeno. «Salimos perdiendo nosotros y, por efecto cascada, las bodegas, los hoteles y restaurantes, los chóferes...», lamenta.
Y los comercios, porque en la calle Mayor el estanco, la carnicería o la tienda de comestibles solo abren por las mañanas. «Si no hay un alma por las calles... Y en estas fechas tenía que estar todo lleno de gente, de turistas», se duele Laura García detrás del mostrador de la farmacia, el único comercio operativo por las tardes. «Tratamos de resolver los problemas de la gente, sobre todo los mayores, que son un grupo de riesgo. Nos llaman o pasan a por lo que necesitan y también charlamos un poco», confiesa.
En Thabuca, que tiene su local a escasos metros de la botica, asumen que es un año perdido para el turismo internacional. Pero el talante optimista de Carol Gutiérrez le lleva a ver el vaso medio lleno. «Aunque en los bolsillos habrá menos dinero y en el cuerpo más miedo a salir de casa», defiende que la comarca «puede ser un destino de cercanía que dé confianza, porque la gente seguro que seguirá viajando y querrá relajarse de esta presión con unas vacaciones».
No. Labastida no es una ciudad, como decían en Madrid, sino un pueblo con reflejos y mucha segunda residencia que anhela esos fines de semana de vino y alegría. Con sus medidas pioneras y excepcionales, que tanto extrañaron y luego las incorporó todo el país, sueña con ser también uno de los primeros en recobrar la normalidad. «Ni estamos masificados, ni corremos el riesgo de estarlo», recuerda Carol.
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