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Su hallazgo, desvelado en exclusiva por este periódico, tuvo eco nacional. Nadejda Belozor apareció en su piso de Zabalgana tras permanecer ocho años muerta sobre la cama del dormitorio. En todo ese tiempo nadie la echó en falta. No hubo denuncia alguna ... sobre su desaparición. Su coche, un utilitario, acumuló polvo en el garaje comunitario. En 2013, los vecinos alertaron del mal olor al Gobierno vasco, propietario del bloque. Nadie les hizo caso.
Hace un par de meses, un email, supuestamente enviado desde su Ucrania natal, avisó a la Ertzaintza. En un castellano rudimentario, el texto reflejaba la angustia de un familiar por la falta de noticia de Nadejda, nacida en Kiev y con una notable habilidad para la gimnasia. Policías desplazados a su domicilio descubrieron el cuerpo «momificado». A partir de ahí, la cascada mediática, los análisis sobre la soledad, las manos a la cabeza.
Mes y medio después, aquel ruido ha cesado. Y Nadejda sigue igual. Fuentes judiciales explican que su cuerpo continúa a la espera de que algún familiar le proporcione una despedida digna. Se ha localizado a una de sus dos hijas, reside en la cercana Navarra. La otra viviría en las islas Baleares.
La relación con su madre, deslizan medios consultados, «era nula por el peculiar carácter» de Nadejda, a la que en Vitoria se conocía como Esperanza (una traducción literal de su nombre ucraniano). Su conexión con España nació de la mano de su segundo marido. Éste aprendió castellano en Cuba, así que acompañaba a los deportistas de habla hispana que acudían a Kiev. Su primer esposo, por cierto, fue un reputado músico.
El caso es que las amistades de su segunda pareja le abrieron puertas aquí. Primero en Salvatierra y después en la capital alavesa. Esos contactos deportivos le ayudaron a ejercer de profesora de aeróbic en un conocido colegio vitoriano. «A pesar de que ya tenía una edad, exhibía una flexibilidad increíble fruto de su preparación deportiva», evoca una de las personas que le trató durante sus primeros años en Vitoria.
Su personalidad «siempre difícil» se agrió con los años. Por ejemplo, a un conocido ni siquiera le dio el pésame cuando le telefoneó para pedirle un favor y éste se excusó porque entraba al funeral de su padre.
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