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Entre las letras que componen las calles, las plazas y los cantones, los barrios, los parques... se esconde a menudo una valiosa información, algo así como el ADN de cada lugar. «Es un bien patrimonial intangible», reconoce Elena Martínez de Madina tras un cuarto ... de siglo dedicada al rastreo de la toponimia vitoriana. Ella, filóloga vasca y miembro de la comisión de onomástica académica de Euskaltzaindia, ha diseccionado para EL CORREO quince de esos nombres a lo largo y ancho del mapa local. Desde Judimendi a Borinbizkarra, de Tenerías a El Batán.
Vitoria destaca por haber conservado muchos de sus topónimos aunque algunos se hayan «desfigurado» con el paso del tiempo. Es el caso de Uritiasolo respecto al original, y que hace unos años se recuperó, Oreitiasolo. También se han perdido unos cuantos, más de uno ha pasado por el traductor y otros se han mantenido impasibles, siglo tras siglo, como Mendizorrotza, Arana, Salburua... o Lakua, que no nació con la sede del Gobierno vasco. Su uso está documentado desde, por lo menos, 1532.
La experta, que acaba de publicar el séptimo volumen de la colección 'Onomasticon Vasconiae, Toponimia de Vitoria', defiende la «riqueza histórica y patrimonial» que acompaña a estos términos. Detrás de cada letra hay muchísimas pistas del pasado de la ciudad.
Esta calle del barrio de San Martín nace «de la toponimia del entorno» y suma 'buztin' (arcilla) y 'zuri' (blanco) en su composición. Muy cerca, Bastiturri, podría ser una «desfiguración» de Buztinzuri ya que «desde siempre» se ha denominado así a este término y, además, llama la atención que no se conocen fuentes (iturri) a su alrededor.
A Judimendi no le falta ninguna letra. A lo largo del siglo pasado, explica Elena Martínez de Madina, la «grafía errónea» con una zeta en mitad de este barrio se convirtió en «corriente», pero en los archivos históricos, incluso de hace casi medio millar de años, gana el topónimo escrito sin ella. El bautismo le viene del «antiguo cementerio judío donado a la ciudad por la aljama vitoriana en el siglo XV que fue respetado y no roturado hasta convertirlo, parcialmente, en un parque». El término Polvorín, aclara, surge del «almacén de explosivos que permaneció allí desde 1853 hasta principios del XX».
No son pocas las ocasiones a lo largo del pasado siglo en las que esta calle del Casco Medieval se documentó como Barrancal, «quizá por la asociación con barranco». Pero en el año 1590 ya se hablaba, recoge el principal archivo del territorio, del barrio Barrencalle y en el callejero que maneja hoy el Ayuntamiento vitoriano figura como Barrenkale. El significado de este topónimo, apunta Martínez de Madina, se traduce como «calle de abajo».
El término Landaberde aparece asociado a Arriaga hace unos cuantos siglos. Allí, rescata, se levantó un molino en el XVIII «una vez desaparecida la rueda de Aramangelu o Errotabarri, propiedad de la familia Álava». La nueva infraestructura se alimentaba de «las aguas del Zapardiel» y aguantó en pie hasta mediados del XIX. En su lugar se construyó la fábrica de fundición de Robres.
El parque que hoy frecuentan los 'runners' fue «una dehesa para pastos que se extendía desde Armentia hasta los aledaños del barrio de la Magdalena» –de ahí que se conociera como Prado de la Magdalena– aunque el espacio se redujo con el tiempo y en 1831 quedó acotado por un pequeño muro. Con ese nombre, El Prado, se denominaba también al río Abendaño, que discurría por allí, y a la presa que existía aguas arriba donde se bañaban los chavales en verano. «Posiblemente sea la llamada Presa Txiki».
El GPS se hubiera vuelto loco siglos atrás al buscar Txagorritxu. «Hubo dos topónimos en Vitoria con este nombre», cuenta. Uno es el que ha sobrevivido y otro se refería a una zona por la actual plaza de toros y abarcaba un barrio, una cruz y una casa. Martínez de Madina explica que, «en realidad, el nombre es Etxagorritxu o Etxagorritxo» y así aparece documentado en el siglo XIX. Se traduce como «la casita roja».
Antonia era la encargada de un popular hostal-restaurante en Ariznabarra que sirvió a la clientela hasta 1977. Después fue derruido pero su nombre, que era también el del establecimiento, ha perdurado en la ciudad a través del callejero, donde bautiza a un paseo. La experta recuerda que para las calles de «los polígonos de viviendas» que se levantaron en la zona se recurrió a topónimos nuevos o rescatados de la toponimia del lugar.
En este punto se levantaba «el Mercado del Ala, donde se comerciaba con ganado vacuno», así que no es de extrañar que en el vecindario se le identificara como plaza de los bueyes. El nombre le acompañó incluso cuando se quitaron los puestos y se reurbanizó la zona, al construir Los Arquillos, y en algún momento del siglo XIX se le llamó asimismo plazuela de La Blanca. Pero el nombre actual le viene de antes, del XVIII. «En el nicho detrás del ábside de la iglesia de San Miguel se guardaba el famoso machete vitoriano. En principio era figurado, de madera; después se hizo de hierro», detalla la filóloga vasca sobre el origen. La última vez que se efectuó la ceremonia del juramento del Síndico «fue en 1841».
El callejero local se ha servido en este caso del río –río pequeño si se traduce al castellano– que discurre entre Judimendi y Santa Lucía. La filóloga vasca pone la atención en la «interesante» alternancia que experimenta este topónimo en su parte final, unas veces 'txiki' y otras 'txipi'. El Archivo Histórico Provincial de Álava ha sido testigo de esa evolución a lo largo del tiempo: Rrecachipi (1662), Herrecachipi (1693), Errecachiqui (1700), Herrecachiqui (1765), Recachipi (1807)...
El cantón que baja desde Correría a Herrería recibió el título de Anorbín en 1887. «No sabemos cómo se denominaba antes», admite la especialista. Sí se conoce, en cambio, que el topónimo «es una corrupción de Angevín». Así se identificaba al pasadizo que se abría en el tramo final (Portal de Angevín u Oscuro) hasta la construcción de las escaleras a mediados del siglo XIX. «El nombre de pila y apellido Angevín fue muy conocido en Vitoria, y se asociaba a varias familias», destaca. Una de ellas poseía casa en la zona.
Hace más de dos décadas que el Ayuntamiento vitoriano, a instancias de Euskaltzaindia, decidió cambiar Uritiasolo por Oreitiasolo. Un par de letras que a más de uno aún le bailan. «La sustitución se ha hecho efectiva a nivel oficial aunque muchos particulares todavía usan el nombre anterior», reconoce la experta. El original, otorgado en 1973 al polígono industrial que nacía entonces al sureste de la capital, era en realidad «una desfiguración» de Oreitiasolo, que significa «la pieza de Oreitia».
Otro río, en este caso seco si se toma la traducción literal, presta su nombre a todo un barrio. En sus orígenes «se decía Recaleor» pero en el siglo XX, además de respetar «la forma original», también «se documenta como Errecaleor», expone Martínez de Madina. Una dualidad, con o sin 'e', que se suele dar en topónimos y apellidos que empiezan por 'erreka'. En los archivos aparece asimismo como Recaliorra o Recallor, entre otros usos.
En Vitoria pudo haber «más de un batán» pero sólo un rincón de la ciudad lo ha heredado como topónimo. Este nombre recuerda a la «máquina compuesta de gruesos mazos de madera que golpean, desengrasan y apelmazan los paños». El aparato, describe la experta, funcionaba con energía hidráulica y se asemejaba a un «molino harinero». Una cita de 1584 ya localiza uno junto a Santo Domingo y la primera constancia documental del ubicado junto a Mendizabala «habla del Nuevo Batán», lo que reafirma la idea de que existieron varios repartidos por la capital alavesa.
No es casualidad que esta calle de Coronación se llame así. Los profesionales del curtido y el tratamiento de las pieles, cuyo oficio era conocido como el de la tenería o la adobería, se repartían por diferentes puntos de Vitoria pero la mayoría se «concentraba» en este barrio. A principios del siglo XVI, señala Martínez de Madina, ya hay constancia de su existencia en la ciudad. El término procede del francés 'tannerie', que deriva de 'tan', la corteza de roble y otros árboles que se empleaba para la curtición.
Se trata de uno de los barrios jóvenes de la ciudad pero los terrenos que ocupa han recibido más de una decena de denominaciones en 500 años. Borunbizcarra, Vorinvizcar, Borronmiscarra, Borenbizcar, Bolunbizcarra... En 1975 se bautizó como Burubizcarra pero, al proyectar su urbanización, se optó por el modo «tal y como lo dicen hoy los lugareños del pueblo, Borrobizcarra». «El nombre es en realidad Borinbizcarra. Es un topónimo muy conocido en nuestro municipio y significa la loma del molino», cuenta.
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