Juan Pablo Álvarez: retratos en fiestas de Elburgo
El Sfumato ·
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Para no tratarse del cura del pueblo, tiene su mérito. Conferir protagonismo al prójimo a partir de tu propio trabajo y esfuerzo no está al alcance de todos. Ya ni siquiera los comunistas utópicos resisten sobre el papel los pretendidos compromisos solidarios y de entrega ... comunitaria si no es para buscar más pronto que tarde el beneficio particular. En este sentido sorprende como 'rara avis' que el pintor, dibujante y grabador vitoriano Juan Pablo Álvarez Merino, establecido desde hace años en la localidad de Elburgo-Burgelu, haya dedicado desinteresadamente su tiempo desde 2012 a retratar a sus vecinos. No es que sea la suya una labor de apostolado evangélico, puesto que nadie lo invitó a tales menesteres, pero tampoco está nada mal para los tiempos tan ásperos que corren.
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En el mismo orden ojalá se contagiara también la iniciativa a otros núcleos del territorio alavés la sensibilidad que manifiesta el Ayuntamiento de Elburgo con la reciente publicación de un pimpante y lustroso libro (135 págs.): a la sazón, magnífico como entretenido y locuaz repertorio de imágenes y textos con sus vecinos como protagonistas principales. Ataviados apropiadamente todos ellos con ocasión de las fiestas patronales del municipio en torno a la festividad de San Pedro. Unas fiestas que se dedican cada año a una temática muy concreta y cómo desde ese punto de encuentro se articula todo un proyecto festero, pleno de jolgorio, por lo tanto, muy participativo, entre sus más animosos residentes.
Con la reproducción también de una cartelística local siempre interesante, ahí, recorriendo los festejos de Elburgo-Burgelu desde 2011 hasta 2019, se encuentra en este libro 'La fiesta dibujada'. Así lo plasma y lo describe con pulcritud en los retratos de sus extrovertidas gentes Juan Pablo Álvarez. En esa línea de trazos apreciamos igualmente la incorporación de otras fisonomías fechadas en este mismo año de 2021 pero a partir, eso sí, de fotografías tomadas en los años anteriores. Lo transmite con sus propias palabras el protagonista de esta actividad ilustradora: «Treinta y ocho dibujos realizados a lápiz y tinta, algunos coloreados con acuarelas y témperas. Dibujos en los que sois protagonistas unos cuantos vecinos. Y en los que retratados y retratadas tenéis en común algo fascinante: una extraordinaria expresividad, y mucha satisfacción de vivir los momentos de fiesta».
Ardua y problemática tarea a la que se enfrentan los retratistas sea cual sea su comunidad de pertenencia. Hagan lo que hagan, siempre son sospechosos. Se trata de un género muy ingrato. Además de exigir a estos pintores un parecido justo y razonable con los modelos representados, es decir que las personas efigiadas se parezcan a sí mismas y que resulten veraces en sus rasgos físicos, lo cual tiene su intríngulis se mire como se mire nunca mejor dicho, a los retratistas suele reclamárseles todavía mucho más: plasmar la personalidad de esos modelos y no digamos ya algo tan moderno como testimoniar el temperamento del artista. La caraba.
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Y luego está ese resignado estigma que sobre ellos recae, merecido unas veces, de manera ingrata otras, de que intentan adular o peor todavía que se postran ante sus modelos de referencia endulzando aspectos que no poseen: ni de cerca ni de lejos. En cualquier caso, el retrato es un género que tiende mucho al mundo de las vanidades en pos casi siempre de imágenes favorecedoras. Y si no ocurre así, entonces no se valora tanto la especialidad y se desprecia su resolución. Y el culpable, por supuesto, 'el maestro', que no se sabe la lección.
Retratar, por lo tanto, es exponerse; mucho más que con otros géneros. Y si el retrato hace miles de años tuvo como origen conmemorar exclusivamente a los muertos, en este sentido hemos progresado bastante. Las motivaciones por el retrato ya son muy diversas, así como la naturaleza de los encargos. Así también las veleidades y los caprichos personales, como los que saludablemente se ha concedido Juan Pablo. Nada ya de mostrar el poderío de las clases sociales más privilegiadas y dominantes. Se retrata a las gentes del entorno, de la comunidad, a los amigos y conocidos con sentido del humor y la sana algarabía compartida. Sin prosopopeya ni otras gravedades reales o impostadas. Recogiendo la espontaneidad de personajes de distintas edades, en actitudes y comportamientos jocosos, lúdicos, y sin recargar las escenas con atrezos que distraigan otras atenciones que las del mismo divertimento. La eficacia es también un arte. Como la sencillez.
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El protagonismo, más que nunca, es social: las gentes del pueblo, hombres y mujeres, ocasionalmente algún niño y alguna niña, individuos todos netamente diferenciados y caracterizados. Gente retratada con verismo y objetividad. Con mucho respeto y cariño. Y estas cualidades empáticas nunca pueden ser debes para el retratista, tampoco lo son en las elaboraciones muy sintéticas de este pintor y dibujante con un largo recorrido a sus espaldas: con intermitencias vitales, desde aquellas aventuras juveniles emprendidas con el colectivo vitoriano 'Klin' a finales de los sesenta; inmediatamente después durante su etapa estudiantil en la balbuceante Escuela de Bellas Artes de Bilbao a principios de los setenta, después Facultad. Más de cinco décadas y hasta el día de hoy.
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