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Portal de Castilla, mediados de los ochenta, en la juventud de la vida un primer piso algo desvencijado pero dignamente aprovechado con habitaciones reconvertidas en funcionales espacios a modo de ateliers; mesas, tableros, pinceles, lápices, libros y revistas conformaban un progreso hacia el futuro; las ... estanterías en un legítimo y caótico vendaval. Reducto bendecido por San Aguarrás con olor a barnices, a pintura, impregnado todo con grandes ilusiones. Aquellos fabulosos radio-casettes de entonces emitían las variaciones tonales de Philip Glass, Mike Oldfield, John Cage y otras músicas como las de Emerson, Lake & Palmer, Pink Floyd y David Bowie. Quiero recordar. Compañeros ensimismados en su propio mundo que eran amigos, muchachada sana y activa que comenzaba a reivindicar sus prematuros quehaceres artísticos. Cada uno con su parcela diferente de realidad, pero se compartía camaradería, motivos y sueños...
Ahí estaban Juan Carlos Meana, Gorka Otxoa de Alda y Javier Díaz de Garayo, y con las bestias una chica tan imponente como salerosa: Eva Mesanza. Incluso me atrevo a recordar que formaron ocasionalmente una suerte de colectivo: 'Paralelos'. Pero lelos, ellos, para nada. Buena gente, tiempos maravillosos respirados a bocanadas. Todo aquello, ya lo sé, son memorias de una prehistoria antediluviana que a casi nadie interesa. Pero son las primeras y ya nublosas imágenes que me vienen a la cabeza. Recuerdos de unos tímidos esbozos biográficos que ciertamente resultaron muy felices, quizá insustanciales ahora, cuando como guadaña directa al cuello me comunican el fallecimiento de Juan Carlos Meana. Ocurrió este pasado domingo. Cuesta creerlo todavía.
Juan Carlos Meana (1964-2023). Tipo serio, agradable, sobrio y encantador en su modestia. Comedido, nada presuntuoso. Muy reflexivo. Transparente, amigable. Transmitiendo confianza desde la primera toma de contacto. Una personalidad silenciosa, pero profunda y de largo recorrido. No soliviantó multitudes, vale, pero contribuyó a mejorar el arte contemporáneo alavés con una cohesión formal enteramente diferenciadora. Esencial en sus intenciones, apostó por un campo de trabajo muy personal y experimental. Autónomo en sus formalidades, compaginaba sus proyectos y sus prácticas desde principios de los noventa con la docencia en la facultad de Bellas Artes de Pontevedra-Vigo. Con otros vitorianos como Juan Luis Moraza y Javier Tudela.
Entre más de noventa solicitudes aparece ya seleccionado en la I Anual Amárica de Artes Plásticas en noviembre de 1993 con otros conspicuos representantes del arte provincial: Alfredo Álvarez Plágaro, Txaro Arrázola, Pablo Milicua, Arturo 'Fito' Rodríguez y Javier Tudela. En las mismas fechas exponía en el antiguo Depósito de Aguas y a título individual en la Galería Trayecto con 'Tiempo y memoria', reflexiones muy interiorizadas que a modo de inventario priorizaba aspectos de su biografía explorando igualmente otras vías de atención y de interpretación. Buscando ya la participación co-creativa del espectador. Lo individual definido siempre en relación con otros desarrollos más colectivos en su tensión dialéctica.
Ya están aquí presentes los fundamentos más duraderos y permanentes de la obra de Juan Carlos Meana. Modelos rigurosos para el análisis y la reflexión, psicologías de una percepción, despliegues de una memoria y de unos pensamientos que van hacia lo comunitario, hacia lo social, que materializaba con piezas y objetos hostiles a cualquier tradición clásica. Su fuerza plástica procedía de la elaboración de conceptos propiamente existenciales con el uso y la sobriedad de unos materiales casi encontrados, puramente extraartísticos, nada decorativos ni estéticos: placas de radiografías, cristales, maderas, telas, montajes mixtos hermanados entre el cuadro, la escultura y la instalación.
El arte entendido en clave muy personal, con indagaciones introspectivas entre la existencia y la realidad. Y muy a menudo el color blanco como asepsia, acaso también como purificación poniendo distancia para el orden, la reflexión y la intimidad. Sobre la identidad artística y determinados símbolos sociales que aprehendía de aquí y de allá giraban muchos de sus desvelos.
Consciente Juan Carlos Meana de que sus estímulos visuales y su tipo de comunicación no eran inteligibles para todo el público, enfatizaba sus propuestas expositivas en aquellos sitios donde podía tomar conciencia de su singularidad en el arte con comodidad y sin cortapisas. En su ciudad natal expuso individual y colectivamente en repetidas ocasiones en la mencionada Galería Trayecto de la calle Ramiro de Maeztu con habituales como Fernando Illana, Iñaki Cerrajería, Juan Carlos Román, Juncal Ballestín, Néstor Sanmiguel y un largo etcétera prolijo ahora de enumerar.
Ya no habrá más obras por venir, ni más exposiciones, ni más docencia, ni más clases, ni más conferencias que impartir. Todo interrumpido por el aguijón definitivo de la parca cruelmente antes de tiempo. Nos queda el trabajo del artista, su hondura, el balance de una trayectoria como la de Juan Carlos Meana con una curiosidad que siempre estuvo abierta al fluir y las fronteras de la vida.
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