El pasado fin de semana acerté a visitar Madrid, como suelo de cuando en vez, para ver de desprenderme del pelo de la dehesa que dicen que le sale a uno cuando vive en provincias. Y como no me alcanza el sueldo para ir a ... Egipto, aproveché para darme un garbeo y ver el templo de Debod, un catafalco egipcio salvado de las aguas.
Publicidad
Como saben, esta construcción faraónica iba a ser sumergida tras la construcción de la gran persa de Asuán; y Madrid, ciudad acogedora donde las haya, aceptó hacerse cargo del templo, trayéndoselo desmontado piedra a piedra para reconstruirlo como un Lego en el Parque del Oeste.
Paseaba pensativo reflexionando sobre la hazaña de aquel traslado en tiempos en que no había Amazon todavía, cuando a lo lejos comencé a escuchar pequeñas detonaciones de petardos y tracas festivas, junto a destellos de luminotecnia. Y como la curiosidad es la madre del conocimiento, me dirigí raudo hacia el origen del ruido por mor de hallar entretenimiento entre aquel folklore local tan animado y polícromo.
Me vi sorprendido porque a medida que me acercaba al núcleo del festejo acerté a ver un sinfín de banderas vitorianas, con la cruz de san Andrés roja sobre fondo blanco, ondeando por encima de las testas de unos cientos de mozalbetes.
Publicidad
Me extrañó porque estaba seguro de que el Deportivo Alavés no jugaba aquel fin de semana en Madrid, sino en Barcelona. A renglón seguido, barajé la hipótesis de que se tratara de una despedida de soltero. Una de estas procesiones que proliferan últimamente atufando las ciudades, ataviados con lencería variopinta y miembros viriles hiperbólicos sujetos por diademas sobre las cabezas. Las gentes que por allí saltaban llevaban muñecas hinchables con el nombre de un tal Sánchez, a la sazón.
A medida que alcanzaba la calle del jolgorio, Ferraz por más señas, me acerqué a un agente de uniforme futurista, con escudo en la mano derecha y una verga en la izquierda. Tras saludarle con un «buenos días», que la curiosidad no está reñida con la educación, pedí información sobre el origen de aquel festejo. El policía bajó la defensa con gesto de incredulidad, me miró dubitativo, y me indicó que volviera por donde había venido con gestos y ademanes inconfundibles.
Publicidad
Contemplé entonces la idea de que se tratara de una performance de La Fura dels Baus como aquellas de olimpiadas e inauguraciones, con alarde de pirotecnia. Pero a pesar de no ser yo muy ducho en el lenguaje de signos, intuí que aquel agente me estaba advirtiendo de que pusiera tierra de por medio y del riesgo que corría mi persona ante la eventualidad de no hacerlo.
Y pensé que quizás hacía falta entrada o ser socio o disponer de algún tipo de carnet para acceder al recinto vallado. Así que me quedé con las ganas de saber qué demonios celebraban allí. Colegí que Madrid ya no es lo que era, que hay que pagar por todo. Y me dije que la próxima vez mejor me iba a Barcelona a probar suerte.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.