No deja de sorprenderme el hecho de que los diferentes cuerpos de policía que trabajan en nuestra ciudad hayan pasado a convertirse en el pimpampum de pandillas violentas y de toda suerte de grupos de delincuentes.
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Con más frecuencia de la deseada, los periódicos nos ... ilustran sobre las palizas que reciben los funcionarios encargados de garantizar nuestra seguridad, como en un juego de policías y ladrones en el que siempre ganarán los forajidos.
Hace apenas una semana, dos policías municipales se personaron en una trifulca en la vía pública vitoriana para poner paz y sosiego, recibiendo una golpiza como respuesta a tan noble intención. Uno de los agentes acabó en las urgencias del hospital, agredido y apaleado con saña por tres malhechores presentes en el tumulto.
Pocos días después hemos podido leer que en el transcurso de una acción protagonizada por GKS -los nuevos gudaris vascos escindidos de Jarrai que se reclaman herederos de la pata de Stalin- organizaron una kalejira y ocuparon un local de propiedad privada. Al parecer, parte del montaje no era sino un trampantojo para llamar la atención de la policía y organizarles un comité de bienvenida.
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La encerrona fue de chupa de dómine. La operación se transmutó en una batalla campal en la que nuevamente ganaron los forajidos y que se saldó con una patrulla de ertzainas perniquebrados y zaheridos.
Cuando los agentes acudieron a restablecer el orden público se vieron sorprendidos y acosados por una falange de indudable pericia que se encargó de facturarlos al hospital en un estado físico lamentable. La mayoría de agentes recibieron puntos, cuidados y la pertinente baja médica tras los oportunos análisis de los facultativos que los atendieron de todo tipo de contusiones y quebraduras.
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Por si esto pudiera parecer una exageración, se suceden las agresiones a médicos y profesores en el ejercicio de su magistratura, y parece como si se hubiera desatado una nueva epidemia -de rabia esta vez y no de covid-, que estuviera aquejando a una buena parte de individuos iracundos y pendencieros.
Ante tanto desvarío, sólo nos faltaba que una buena parte de mandatarios europeos nos adviertan de la inminente llegada de los rusos, dispuestos a invadirnos y sojuzgarnos, aconsejando a las naciones europeas que se rearmen hasta los dientes y repongan el servicio militar obligatorio.
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Los adalides de la restauración del palo y tentetieso han encontrado la solución para todos nuestros males en la implementación de la mili con carácter obligatorio. Sólo de este modo, arguyen, se pondría fin a este desvarío juvenil de agresiones, palizas y pérdida de respeto a la autoridad que infesta nuestras plazas.
Yo no tengo muy claro si la disciplina cuartelaria solucionaría este estado de cosas o espolearía aún más a los bandoleros. Lo que sí sé a buen seguro es que si una sociedad no es capaz de proteger a sus 'profes', sanitarios y agentes del orden, tiene un problema de pantalón largo.
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