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Ayer, estaba tomando una caña en el batzoki del barrio cuando a mi derecha, un jubilado con aspecto venerable que tomaba plácidamente un chato de vino, charlaba con solemnidad con sus dos compañeros de ronda vespertina.
-Tengo una sensación realmente extraña, apuntaba. Como si ... este otoño fuera a ser especialmente triste. Fallecen Maria Teresa Campos y María Jiménez, se nos jubila Pedro Elósegui, lo dejó Urtaran, Suso tira la toalla… Se nos van los mejores.
-Así es, terciaba un colega.
-Es una pena, sentenciaba compungido el tercero.
Y es que, como probablemente sabrán, acodarse en la barra de un bar es una manera curiosa de repasar la actualidad sin necesidad de pasar las hojas de un periódico y entintarte los dedos. Los bares son nuestros centros cívicos y ludotecas por excelencia y en ellos nos socializamos a golpe de chascarrillo que flota por el aire de lengua en lengua.
La noticia que suscitaba mayor interés, sin lugar a dudas, era aquella que narraba las cuitas de un preso de Martutene, recién trasladado a la cárcel de Zaballa que pidió que le permitieran despedirse de su perro, desahuciado por el veterinario. A tal fin, había solicitado un vis a vis a comienzos del verano para despedirse del can. Un encuentro de esos que las prisiones permiten para intercambiar saludos y afectos varios en la gélida intimidad que proporciona la sala de la prisión habilitada a tal efecto.
Tras denegaciones varias por parte de la dirección -seguro que el director no tiene perro-, el penado apenado había acudido al juez de vigilancia penitenciaria -que probablemente sí tenga chucho- y que había resultado mucho más comprensivo, ante la eventualidad de que el animal falleciera sin despedirse de su dueño y se liara parda con el Pacma y las asociaciones animalistas.
Ahora bien, es sabido que en la administración siempre está uno a falta de un papel o una póliza para realizar cualquier gestión o para completar una solicitud. En esta ocasión el juez le pidió al preso que aportara un certificado del veterinario que asegure que le van a dar matarile al cuadrúpedo y que esto no es un vacile del recluso para marcarse una gracieta ante el resto de compinches. Y previsor como nadie, el probo juez obligaba en su resolución al preso a hacerse cargo de la limpieza, en el caso de que la emoción del momento fuera causa de una deposición canina o de una micción propia de los nervios del encuentro vis a vis.
En la barra había opiniones para todos los gustos. Desde el buenismo que apelaba a que se permitiera un paseíllo por Nanclares a bípedo y cuadrúpedo, amo y perro, con una discreta vigilancia a cargo de los agentes que fueran precisos. A otro sector que demandaba mayor rigor y era firme partidario de prohibir tales sandeces.
-Que se lo hubiera pensado antes de delinquir el muy gañán, si tanto quería a su mascota o a su familia, señaló un parroquiano enfadado, subrayando sus palabras con un manotazo sobre la barra del establecimiento.
El debate se fue enconando porque la cuestión perruna tiene a la gente bastante cabreada. Los jardines están llenos de mierda y los mordiscos y molestias de los animales resultan bastante habituales, al parecer de la mayoría de clientes. Todo el mundo apuntaba experiencias personales y se proponían medidas drásticas como la de poner chips a los dueños también, dado su comportamiento inadecuado y descuidado.
El camarero, todo un profesional, viendo que el ambiente se tupía y que no se iba a alcanzar una moción de consenso, cambió de tercio con la misma habilidad que antaño mostrara Curro Romero, abanicando el hocico del toro con la punta de su muleta. Y con gesto marcial cerró la discusión de perros, presidiarios y vis a vis para abrir un nuevo tema de discusión que intuía más ligero.
Y a modo de introducción, dejó caer una frase lapidaria a modo de introito: -¿No habréis leído la noticia del nuevo Satisfyer que acaban de sacar al mercado? Un grupo de mujeres que al fondo del bar daban cuenta de unos pinchos de tortilla silenciaron bruscamente su conversación y volvieron las cabezas hacia el camarero, esperando algún detalle que les mostrara los derroteros por los que estaba a punto de encaminarse este nuevo y vibrante tema de coloquio.
El profesional reforzó su argumentario abriendo las páginas de un diario nacional y leyó con solemnidad y con voz engolada el titular y la entradilla de la información. «El Satisfyer ha muerto. Triple orgasmo con el juguete sexual más sofisticado. No es sólo un succionador ni sólo un vibrador. Lo he probado y te voy a contar cómo estimula tu clítoris y tu punto G a la vez y en tiempo récord».
El silencio que se produjo en el local, a una hora en la que el bullicio era habitual, se hacía eterno. Por eso, nuestro director de orquesta y 'bartender' aprovechó la ocasión para echarle unas dosis de picante al debate. -Lo más impactante, continuó, es el nombre que le han puesto. No os lo vais a creer. Le han bautizado con el nombre de LELO.
Bastó encender la mecha para que se orquestara un tumulto en el local. Los más ofendidos apuntaban que ya estaba bien. Que esos artefactos habría que prohibirlos. Que aquello era un insulto a la masculinidad. Que ya estaba bien de inteligencias artificiales y orgasmos múltiples. Que aquello no sólo dejaba en ridículo a los pobres esposos, sino que además le habían puesto un nombre insultante y provocador.
-Llamarle LELO al aparato será para que cuando te llamen las amigas y te pregunten a ver si sales, puedas contestar que estás con el Lelo. Todas pensarán que te refieres a tu marido, dijo con sorna una de las chicas del fondo.
¡Hasta aquí podíamos llegar!, bramaba el batallón de jubilados septuagenarios. ¡Ya ni con Viagra puede uno competir contra este Terminator del sexo! ¡Qué vergüenza! ¡Qué atropello!
-Esto Vox lo prohibiría, susurró alguien tratando de pescar adeptos en el lugar inadecuado.
-Pero para qué quiere alguien tener tres orgasmos seguidos, señaló una abuela tras ajustarse el sonotone y apuntarse al lío. A buenas horas, mangas verdes. Y por pura curiosidad, ¿cuánto dicen que cuesta, majo?, dijo guiñando el ojo con picardía.
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