Nos habían vendido, o yo al menos lo había comprado, que el hecho de que los cinco partidos con representación en el Ayuntamiento de Vitoria estuvieran dirigidos por lideresas obraría el prodigio de cambiar estilos y modus operandi. Y que mudando hormonas en los escaños ... consistoriales de mayor abolengo daríamos paso a un clima más sosegado y tranquilo que el que tuvimos años atrás durante el patriarcado.
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Pues bien, la primera en la frente, Vicente. Lee uno el parte de guerra tras el primer debate sobre tasas y precios públicos en el Ayuntamiento y parece que se repitió el clásico de «cualquier argumento es bueno para dar por el saco al adversario». Dale a tu cuerpo alegría, Macarena. Que no hubo acuerdo ni en si se daban los buenos días.
Parece que el mito de las 'armas de mujer' no ha obrado el milagro, dado que las armas no han ido enfundadas en guantes de seda, como se presumía, sino que se han trocado en garrote de monja alférez. Y que si me copias las propuestas, que si esto es un hachazo fiscal, que si no me has dado tiempo, estamos donde estábamos, echando mano a los socorridos argumentos del clásico manual del concejal tocapelotas, mudado en 'tocaovarios' en aras del lenguaje inclusivo.
Parece que somos expertos en cambiarlo todo para que todo siga igual. Como ya apuntó aquel inconmensurable líder político gallego, hemos dado un giro de 360 grados. No andaba sobrado de conocimientos de coordenadas geográficas y los giros de 180 grados le parecían poca cosa a su afán por cambiar el rumbo para permanecer en el mismo sitio.
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Creo que en el libro de estilo, nuestras ediles debieran echar mano de aquella fábula o sucedido, que narraba la historia de un pueblo que contaba con su tonto particular. Cuentan que, a falta de otro pito que tocar, un grupo de paisanos se divertía a costa del tonto del pueblo. Se trataba de un pobre infeliz de inteligencia ajustada que deambulaba de aquí para allá haciendo encargos y viviendo a cuenta de la caridad de sus vecinos. Caridad que se cobraban sobradamente, claro está, con chanzas y risas a su cuenta.
Todas las tardes, en la tasca del pueblo, se oficiaba idéntica ceremonia. Sobre una mesa se le ofrecía escoger entre dos monedas, una de tamaño grande y otra de tamaño pequeño que tenía el doble de valor. El muchacho se sujetaba la cabeza con gesto de actor 'shakespeariano' en el trance de pronunciar el «To be or not to be» y, tras emitir un gemido como de estar repasando la tabla de multiplicar, siempre cogía la más grande y menos valiosa a la sazón, lo que era motivo de bromas y de carcajadas por parte de quienes allí se daban cita, desternillándose ante las limitaciones mentales de su tonto particular que confundía el tamaño con el valor facial.
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Un día, alguien ajeno a la jarana que observaba la escena a prudente distancia, tras llevárselo a un aparte, preguntó con discreción al inocente si tras tantos años de broma no había caído en la cuenta de que la moneda más grande valía menos que la pequeña. El tonto, mirando a los ojos del interlocutor, le respondió que por supuesto, que no era tan corto de entendederas como para no saberlo. Que con quién pensaba que estaba hablando. Pero que el día que escogiera la moneda de más valor, la pequeña, se acabaría el juego y no le volverían a dar una moneda más en su vida. Y se alejó dejándole con la palabra en la boca y la cara de estupefacción. Cuando él iba, el tonto parecía haber vuelto.
Joder, se dijo el foráneo, recapitulando. ¡Qué ironía! Primero, quien parecía tonto, va a resultar que no lo era tanto y que, pensándolo bien, los tontos son los parroquianos que se reían a su costa. Segundo, que una ambición desmedida puede arruinar tu fuente de ingresos. Y tercero, que podemos estar tranquilos aun cuando los otros no tengan una buena opinión de nosotros.
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Podríamos aprender, a la vista de la fábula, que una foto en el periódico no merece una posición política que se sujeta con alfileres. Y que los rendimientos en política raramente son a corto. Porque la gente valora más la estabilidad y la formalidad en sus representantes, que la volubilidad. Y pese a todo, uno puede hacer una gestión cojonuda e irse por el desagüe de la microhistoria municipal.
En Vitoria se ha demostrado que el electorado es extremadamente infiel. Y su valoración se realiza más con el olfato que con la sesera. Se olisquea el ambiente y da lo mismo lo que un grupo votara a tal o cual tasa. Los votantes saben que el que gobierna necesita ingresos y equilibrio presupuestario, y que la oposición no hace sino tratar de cortarle las alas al alcalde de turno.
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Aprender la lección
Es mejor ir ahuchando moneda a moneda, poliki-poliki, y sostener posiciones solventes que tratar de convertir tu política en un rosario de escaramuzas en las que no obtienes sino calderilla en forma de breves en el periódico. Claro que esto lleva mucho más trabajo que hacer un discurso ocurrente para cada actuación en el teatro del salón de plenos.
Pensé que las lideresas que dirigen el cotarro habrían tenido tiempo de aprender la lección que les brindó el recorrido de los cuatro últimos alcaldes. Aunque veo que en vez de intentar mejorar el clima político lo único que pretendían es cambiar el marco del cuadro.
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La política municipal siempre ha sido un reducto de 'magufismo' donde se anuncia el apocalipsis en cada sesión plenaria. El rumor, la desinformación y el terraplanismo local campan por sus fueros. Y el cotilleo sustituye sin rubor a la información.
La legislatura no ha hecho sino comenzar. O se nos van espabilando nuestras portavoces o van a ser causa de una decepción morrocotuda. Aunque sólo sea por el prurito de mostrar, como en la fábula, que la tonta del pueblo no lo era tanto. Los aragoneses lo patentaron con un modismo curioso: «Tonto, tonto… Mierda, mierda». Expresión que viene a reconocer al que parece que se chupa el dedo pero siempre obtiene ganancia de sus acciones.
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Sería triste acabar constatando que nuestro reino de los listos llevase camino de convertirse en el reino de las listas. Quietos hasta ver, que igual no es nada.
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