
Tempus fugit
Se non e vero... ·
El Ayuntamiento autoriza la instalación de esos relojes en comercios y debiera controlar que la información que en ellos aparece sea fidedignaSecciones
Servicios
Destacamos
Edición
Se non e vero... ·
El Ayuntamiento autoriza la instalación de esos relojes en comercios y debiera controlar que la información que en ellos aparece sea fidedignaAlonso! Recuerde usted que un hombre con un reloj, sabe la hora que es. Mientras que uno con dos, no puede estar seguro», dijo el ... profesor de lengua española al verme consultar la hora en el reloj de mi muñeca y en el reloj de pared del aula con impaciencia, en el transcurso de un examen final en el instituto mixto Francisco de Vitoria.
No sé si aquella advertencia me sacó del trance o me sumergió en otro peor. Aunque la verdad es que todavía recuerdo aquel momento y aquel consejo, apreciándolo en lo que vale.
Recordé aquella anécdota el otro día cuando me dirigía ufano al gimnasio en la calle de San Prudencio, más tranquilo que Petronilo. Había salido de casa sobrado de tiempo para disfrutar del paseo a mis anchas. Y al doblar San Antonio vi el reloj digital de un comercio -9.55-, de cuyo nombre no quiero acordarme, y me dije: «Joder, qué tonto eres. Te entretienes con cualquier cosa». Y salí corriendo para no llegar tarde a mi clase de pilates de las diez.
Al aterrizar en el gimnasio miré el móvil y me di cuenta de que efectivamente iba sobrado de tiempo, que todavía eran las diez menos veinte y de que el reloj del maldito comercio estaba adelantado veinte minutos. Casi me da una 'linotipia' de la carrera que me había pegado y que a punto estuvo de hacerme tropezar con el perro del mendigo que acampa en las inmediaciones del supermercado. Vamos, que llegué a la clase con los deberes aeróbicos hechos y la camiseta sudada.
Y me puse a pensar que, ya que el ayuntamiento autoriza la instalación de esos relojes en tiendas, comercios, farmacias, ópticas y demás, debiera controlar que la información que en ellos aparece sea fidedigna. Que si pone que son las doce, no sean las doce y cuarto. Y que si añade que hace diez grados, no sea que haga uno bajo cero.
Y con afán de poner orden en este desbarajuste de relojes a lo largo, ancho y alto de la ciudad, pudiera promulgarse una ordenanza, pongamos por caso, que estableciera unas penalizaciones por inducir a los ciudadanos a la confusión. Una multita de un euro por minuto de desfase y día haría que los propietarios del artefacto digital se cuidaran de no alterar el tiempo con tanta desenvoltura como irresponsabilidad. Asustando peatones y atemorizando a apacibles jubilados.
Y creo sinceramente que, si los relojes pertenecen a instituciones políticas o financieras o religiosas, las multas debieran ser ejemplarizantes dado que ellas precisamente no toleran ni lapsus ni aplazamientos en cobrar sus intereses y deudas. Por lo que debería aplicárseles idéntica vara de medir con sus deslices. Máxime si estos afectan al tiempo, siendo éste tan escaso y volátil.
Recuerdo que aquel profe de lengua, de apellido Regalado, que nos impactó por su vasta cultura y su amor por las palabras, me puso un cero con rotulador colorado sobre la primera hoja del examen por escribir el número once con z.
Me costó un disgusto de pantalón largo, bien es cierto. Pero en vez de buscar excusas e instalarme en la inquina, aprendí la disciplina que llevaba aparejada la veneración de las palabras. Y aprendí de igual modo que el tiempo, como las convicciones políticas y la virginidad, una vez perdidas no vuelven a recobrarse. Así que menos bromas con los relojes en la vía pública. Tempus fugit.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.