El otro día pude observar un torrente de respuestas en redes sociales a un columnista de este diario que se permitía opinar sobre el euskera de forma crítica. ¡A quién se le ocurre tamaño dislate! Le llamaban de todo menos guapo, pero hay que reconocer ... que 'facha' fue el término más socorrido y más del gusto de la banda de insultadores de la parroquia.
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El pobre periodista no había tenido mejor idea que cuestionar el gasto público desaforado en algunas partidas para la promoción del euskera, poniendo el énfasis en el factor de disuasión que supone la inmersión lingüística en la escuela pública vasca para atraer talento. Pongamos que un investigador, por ejemplo, desea trasladarse con su familia desde Estados Unidos o desde Cuenca al País Vasco y sus hijos están cursando la ESO. El hecho de que los escolaricen y los sumerjan en educación en euskera en la escuela pública, han de reconocérmelo, resulta pelín heroico. Viene a ser como bucear a pulmón mientras los demás de tu clase llevan botellas de aire comprimido.
Al parecer, no iba descaminado nuestro opinador, a la luz del último informe del Ararteko que abunda sobre idéntica cuestión y sobre la necesidad de atenuar la política de inmersión lingüística que se instrumenta desde nuestra administración. No miré las reacciones en las redes, pero será que el Ararteko se ha vuelto facha también, pensé para mí.
He acabado por pensar que habitamos en una comunidad, la vasca, en la que decir lo obvio es de mal gusto. En la que proclamar que el rey está desnudo, aunque de hecho lo esté, no está bien visto. Y en la que se propugna una autocensura personal en torno a cuestiones sobre las que no está permitido tener opinión o, en todo caso, está vedado manifestarla. No sea que te busques problemas. No resulta 'politikamente korrezto'.
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El euskera es uno de esos asuntos que mejor dejárselos a los expertos, que son los que saben. Hace unas semanas el consejero responsable de la cuestión señalaba que van a dar subvenciones a escritores para hacer literatura en euskera. Una especie de beca salario -señalaba- hará posible que los autores vascos puedan emprender proyectos literarios «con mayor ambición», decía el jefe de la cultura autonómica.
No sé si me he perdido algo, pero William Faulkner escribió una de sus mejores novelas mientras trabajaba de guardia nocturno en una central eléctrica. No quiero ni imaginarme qué hubiera ocurrido si le hubieran dado un salario público para facilitarle el proceso creativo y se hubiera levantado cada mañana pensando que debía comparecer ante el funcionario que le practicaría el control de calidad literaria a sus textos. Será que estoy mayor y que no me alcanza el caletre para entender que el busilis del proceso creativo tiene mayor efervescencia con crianza que con cosechero.
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Porque, ¡qué diantres!, aquí todo se arregla con una buena subvención. Sobre todo en el mundo de la cultura. Y aunque la lógica indique que donde hay genio y capacidad creativa debe haber un apoyo, la lógica local indica que habrá apoyo, haya o no haya genio. Que todo es bien recibido en la casa del padre. Y así, si acaso, si no logramos hacer literatura universal, al menos haremos literatura oficial.
No es extraño que visto el modus operandi de vivir del presupuesto, y siguiendo la máxima de que aquí el más tonto hace relojes, a alguien se le ocurriera encontrar unas grabaciones en euskera en el yacimiento romano de Iruña Veleia para poder seguir con la excavación. Ya se sabe que pese a los vestigios, los romanos no entraron en Euskadi… o sí. Bueno, a decir verdad no entraron ni los Reyes Magos, que hubieron de recular al toparse con Olentzero y Mari Domingi haciéndoles una peineta en las estribaciones pirenaicas.
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Otro de los pecados actuales que conlleva pena de escarnio y vituperio es contradecir los designios de Emakunde. Nadie osa poner en cuestión ninguna de sus aportaciones, a riesgo de fusilamiento civil al amanecer. Sobre el papel, la opinión es libre y la crítica positiva. Pero digamos que todo el mundo sabe que transitar por arenas movedizas no es ciertamente recomendable para la salud.
Ahora que estamos en el concurso de ideas para declarar festivo el día de la mujer vasca, parece que desde el Instituto se han tirado sin paracaídas, sin encomendarse a historiador/a alguno/a, y han propuesto el día 5 de noviembre como fecha propicia para la conmemoración. En esa fecha memorable de 1933 votaron las vascas por primera vez, ciertamente. Y además votaron todas a decir del escrutinio. Toditas y cada una. Hasta el punto de que en Gipuzkoa y Bizkaia los datos revelan que votaron casi el cien por cien. Todas, todos y todes. Obviamente esto es imposible técnica y estadísticamente, y es archisabido que estas elecciones fueron un pucherazo del copón de la baraja. Votaron hasta los muertos y muertas, como en los referendos del patas cortas.
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Esto lo hubieran sabido en Emakunde simplemente con preguntar al que sabe, en vez de al asesor de prensa. Pero lo malo de acostumbrarse a hablar 'ex cathedra' diariamente, es que una acaba pensando que es infalible, como el Papa. Y luego pasa lo que pasa. Que en vez de festejar a la mujer, le haces una fiesta a un tocomocho electoral de mil pares de cojones u ovarios, que tanto monta, monta tanto. Y un pufo electoral orquestado por la 'nomenklatura' masculina del 33 acaba santificado como el día de la mujer vasca. Cosas veredes, amigo Sancho.
Yo, con afán de aportar, propondría que el disputado día de fiesta en Euskadi sea el que conmemore la retirada del voto a los hombres vascos. Si hay que deshacer injusticias históricas del patriarcado, dejémonos de jugar a pequeña y de andar con paños calientes y vayamos a degüello. Yo cedería mi voto sin rechistar, ¡me rindo!, para que entre todas pudieran construir un nuevo mundo en Euskadi, superando el erial que dejamos los culpables de la usurpación, en espera de juicio, seamos o no responsables de ello. Y lo digo con el afán de ser 'politikamente korrezto'. No vayan a creer.
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