Que los tiempos están cambiando ya lo decía hace años Bob Dylan con esa voz tan particular, como de arrastrar unas anginas permanentes. Y no hay más que asomarse por Estíbaliz para constatarlo, viendo a las monjas de la congregación de las Hermanas Peregrinas desempeñándose ... tras la barra del bar ubicado junto al Monasterio.
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En tiempos pretéritos en los conventos se horneaban galletas y pastas a lo sumo. En los más audaces se atrevían con repostería de mayor nivel gastronómico: bien con las yemas de San Leandro en Sevilla de las hermanas de clausura agustinas ermitañas; bien con los cagajones de las monjas jerónimas del Monasterio de Nuestra Señora de la Salud, en Garrovillas de Alconétar.
Y así sucesivamente, pedos, suspiros y hasta las famosas tetas de monja -mallorquinas estas últimas- han llenado páginas de dulces de los recetarios de las cocinas de los conventos más ignotos. Hoy, en cambio, nuestras audaces monjitas se remangan y atienden la barra y las cocinas del bar-restaurante del cerro de Estíbaliz. En el día de nuestra Virgen por excelencia, rabas y croquetas salían como por ensalmo de las freidoras del establecimiento para solaz de peregrinos y visitantes, junto a cañas, vinos y otras bebidas propias de la hora del vermú.
Es sabido que nuestro señor Jesucristo echó a mamporros a los mercaderes que ocupaban el templo de Jerusalén para trapicheos y otras ventas al por menor. Pero no es menos cierto que la Biblia no habla de que el Maestro desalojara bar alguno en sus andanzas por Oriente Medio.
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Los discípulos de Mahoma, por el contrario, prohibieron a sus acólitos la expedición e ingesta de productos alcohólicos. Los cristianos, en cambio, celebran la misa con pan y vino gracias al fenómeno de la transustanciación del alcohol en la sangre de Jesús, quitando así hierro al tema del pimple.
A los antiguos residentes del Monasterio, a la sazón monjes benedictinos, nunca se les ocurrió tirar cervezas o servir vinos en las dependencias del referido local de hostelería que siempre funcionó a través de la fórmula de concesión. Desconocemos si por impericia o por desdén. Por el contrario, las monjitas de la orden de las Hermanas Peregrinas, habilitadas por la autorización que emana del mandato divino de dar de beber al sediento y de comer al hambriento, se han lanzado a gestionar el establecimiento con la disposición que caracteriza a quienes se afanan desde hace siglos en acercar almas a Dios.
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Y Dios parece andar entre los fogones del bar 'Amaren Etxea' -que así se llama el templo gastronómico- a decir de los parroquianos que por allí pasaron el día de la tradicional romería que se dispensa a la Virgen de Estíbaliz. De justicia es reconocer la ayuda que prestaron en tan solemne día varios frailes de la misma congregación que vinieron desde Corella para reforzar el servicio. «A la gente le ha gustado. Gracias a Dios», ha declarado la superiora que, a buen seguro, tiene hilo directo con las alturas. Por muchos años.
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