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Hay ocasiones en las que el diccionario no nos sirve. Y buscamos entre sus páginas las palabras adecuadas para definir una sensación o un estado de ánimo y no las hallamos por más que nos desojemos y acabemos preguntándole al listo de Google con idéntico ... fallido resultado.
Para definir este mes hemos encontrado un término inexistente que habita la zona oscura de las palabras huérfanas pero que encaja fenomenal con el estatus que alcanzamos los vitorianos que disfrutamos de nuestra ciudad después de las fiestas, y que da título a esta columna: 'agusticidad'. Y junto a él, el de 'agosticidad', que ejerce de socio y cómplice desde la octava hoja del calendario.
Estos dos términos no natos para la lexicografía, estas dos palabras piratas que no encontraron acomodo en el diccionario, definen perfectamente este momento del verano en que baja el pulso de nuestra ciudad. Y la prisa se ralentiza como si la realidad estuviera en modo cámara lenta.
Con todo respeto a las estampidas de blusas y a su invasión del centro de la ciudad, cuando llega el día 10 de agosto Vitoria-Gasteiz retorna a una realidad contrapuesta a la de la semana anterior. Y el silencio y la conversación apacible sustituyen al ruido y al griterío. Que a cada día su afán, por supuesto.
Así, 'agusticidad' y 'agosticidad' se tornan hermanas, se diría que gemelas monocigóticas, salvo por esa sola letra que las diferencia, convirtiéndolas en sinónimos en estos días tan apacibles de mediados del mes de agosto.
Afortunadamente el mundo está absolutamente deshilachado. Y el hecho de que las fábricas y empresas grandes cierren en agosto por una atávica convención social, hace que la inmensa mayoría de vecinos se vean obligados a cambiar el silencio por el ruido, la tranquilidad por el jolgorio, los días apacibles por otros interminables y agotadores, la placidez por la transpiración, la hierba por la arena.
¡Y qué bien se está cuando se está bien!, me repito cada mañana desde el jueves cuando me levanto, me asomo a la terraza y escucho y huelo y siento y percibo esa 'agusticidad' de que les hablaba. Y me digo que estas sensaciones no se deben contar en el 'Insta', ni en los estados del Whatsapp ni en ninguna otra red social. Que uno debe callarse los momentos personales más queridos y no deteriorarlos a golpe de selfi o de instantánea trucada.
No hay fotografía que le haga justicia a un momento tan íntimo y plácido en el que 'agosticidad' y 'agusticidad' acomodan sus pasos logrando una sincronización incomparable. En estos días se da uno cuenta de lo que nos condiciona el ajetreo; y de cómo el bullicio llega a afectar el carácter de la gente que ahora parece estar más inclinada a sonreír, a compartir miradas cómplices sabiendo que disfruta del privilegio de esta 'apropiación debida' de la ciudad.
Sorprendidos por el tono silente que se adueña del espacio urbano, hasta los animales se dejan ver por entre los quejigos del bosque de Armentia como si olvidaran la presencia habitual del ser humano y nos premiaran con su osadía, mostrándose sin temor ni agitación. Ayer, a unos pasos de mí, se detuvo un corzo en el camino que conduce a Esquíbel durante mi paseo vespertino y giró su cuello para observarme curioso durante más de un minuto; sesenta segundos eternos durante los que contuve la respiración tratando de alargar aquel momento tan íntimo y personal, compartido tan sólo con mi mujer.
El animal se tomó su tiempo. Debió pensar que aquel bípedo implume que lo observaba inmóvil no constituía ninguna amenaza; me dio la espalda pavoneándose y mostrándome las dos manchas blancas a los lados de su cola y desapareció con la misma elegancia con la que había permanecido enhiesto y orgulloso hasta un instante antes.
Si Madrid es el lugar al que regresa siempre el fugitivo, a decir de la canción, Vitoria es la ciudad a la que en agosto regresan los gasteiztarras expatriados. Aquellos que eligieron una ciudad con clima más benigno para pasar el invierno, y regresan durante la canícula para ventilar el alma con el viento norte y airear la rebequita con olor a naftalina.
En estos tiempos de extremos climáticos, el norte de la Península va a asistir a una tendencia migratoria interior de compatriotas que huyen del sur en busca de un clima menos cruel y más benigno. Y los vitorianos, que siempre hemos echado pestes del frío pelón que soportábamos durante una gran parte del año, nos sorprenderemos de la proliferación de viviendas vacacionales en nuestras comunidades de vecinos.
Porque el mundo que conocimos va camino de volverse del revés como si se tratara de un gigantesco calcetín galáctico; como esos planetas por los que deambula Vin Diesel cuando interpreta en sus películas el personaje de Riddick, ese tío cachas de las gafas oscuras tan chulas. Yo siempre imaginé que mi generación no asistiría a esta chicharrera que galopa desatada como el vagón de una montaña rusa hasta la incineración final. Me equivoqué, como casi siempre.
Mientras tanto, entre el negroni y la lectura, iremos sorteando este enésimo mes de agosto, conscientes con Stefan Zweig de lo efímero del «mundo del ayer» que se difumina camino de la cremación. Son tiempos para el churrasco. Yo que soy de carne poco hecha lo tengo más claro que el Orihuela.
Pese a todo, les deseo un feliz mes de agosto a quienes 'vitorianean' durante estas fechas tan sosegadas. Disfruten de la 'agusticidad' y de la amabilidad que se respira entre quienes, como el que les habla, tienen el privilegio de poder disfrutarlo.
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