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Especialistas de toda índole se esfuerzan por atraer el turismo a nuestra ciudad invirtiendo un pastizal en oficinas de información, en mapas, en bares y ... hosteleros de postín, en catedrales nuevas y viejas, anillos verdes, almendras y arquillos.
Y, a la postre, son los pequeños espacios sin nombre, los que pasan inadvertidos para Tripadvisor, los que acaban llamando la atención de propios y extraños para ser inmortalizados en selfis y fotos varias.
No hay más que echar un vistazo a la 'fuente de los trece chorrillos' -que algún funcionario de Vía Pública tuvo a bien instalar en la esquina de la Catedral Nueva donde confluyen las calles Prado, Becerro de Bengoa y Vicente Goicoechea- para saber de qué estoy hablando.
Los turistas se afanan en escorzos imposibles para captar el movimiento y poder inmortalizar su foto con la catedral, la churri delante y los chorritos de agua proporcionándole valor añadido a la imagen. También perros y niños encuentran aquí su solaz en los meses de verano en los que, con una temperatura más venial, los chorritos se convierten en un improvisado bidet colectivo para gusto de infantes y susto de progenitores y dueños de canes.
Hay más fuentes similares en la Plaza de la Virgen Blanca, pero esta tiene un atractivo especial. Si pasas por allí a mediodía, te topas con numerosos grupos de turistas que rodean a una guía que les explica toda suerte de datos y fechas; y los avatares por los que aquella catedral se remató con prisas para desgracia del neogótico mediopensionista.
A una catedral achatada por falta de donaciones le correspondía que, alguien igualmente achatado de altura, acudiera a presidir su inauguración. El mismísimo 'Caudillo por la gracia de Dios' se acercó por estos pagos para instalarse bajo el palio que le prestaban entonces los prebostes eclesiásticos para rendirle pleitesía. Y dio el 'patascortas' por inaugurada la catedral, para seguir viaje en el Rolls e inaugurar un pantano al día siguiente donde correspondiera.
Con todos estos antecedentes, y sin haber procedido a exorcismo alguno, este rincón ha ido adquiriendo un halo especial que ejerce de polo de atracción. También una tribu de 'skaters' se desempeña por las escaleras del templo en horario vespertino, subiendo y bajando entre piruetas y cabriolas, para disgusto de traumatólogos y demás médicos especialistas en reparaciones de accidentes por impacto.
Y sobre todos ellos -turistas, 'skaters', niños, canes y demás transeúntes en transición hacia el centro de la ciudad- se yergue la gigantesca bandera de Vitoria-Gasteiz, de fondo blanco cruzado por el aspa roja de San Andrés. Y en su centro, el escudo de la ciudad.
De talla ultra XXL, ondea sólo los días de vendaval por su desmesurado tamaño, que la hace inasequible a brisas benignas y corrientes ligeras. Sólo los ventarrones de padre y muy señor mío la despliegan de cuando en vez para hacerla lucir en todo su esplendor.
Un alcalde vitoriano, que nos puso los cuernos con un municipio segoviano, fue el impulsor de la instalación del banderín. Hoy, abandonada su condición de vitoriano y adoptada la de sotosalbeño, seguro que se ocupa de colocar una enseña en su nuevo hogar de acogida, allende el acueducto. Pero sin chorrillos.
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