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Cada vez que leo un titular periodístico que empieza con un «Vitoria rectifica y aplaza…» siento como si me brotara un sarpullido por la espalda que me reconcome, justo en ese lugar al que no llegas estirando los brazos para rascarte por más que lo intentes. Y maldigo el hecho de no tener un rascador de espaldade esos que acaban en una manita pequeña, como de muñeca, que tantas veces he visto en el chino, pero nunca me decidí a comprar porque presumía que aquello acabaría siendo un trasto inútil más abandonado en el desván.
Dice el refrán que rectificar es de sabios. Aunque me temo que este aforismo atribuye la cualidad de la sabiduría a la capacidad para abandonar una actitud equivocada y persistente para emprender el camino en la dirección opuesta. Y en el caso que nos ocupa, no se abandona nada, sino que se pospone hasta nuevo aviso, dejando para mañana lo que la ausencia de coraje aconseja orillar hoy en una esquina de la mesa.
Se rectifica la política medioambiental en el centro de la ciudad, reza la noticia, aplazándose el plan de blindar a los vecinos la zona de bajas emisiones. No se reconduce o reorienta el plan, sino que se da un paso atrás. «¡Quietos hasta ver!» parecen decirse los hacedores de la política medioambiental, que tanta luz y gloria nos procurara antaño con la medalla 'Green' europea.
Se anuncia esta semana que ahora no se cierra el acceso, sino que se abre un periodo de un año en el que estaremos a prueba. Se trata, al parecer, de una política por fascículos, donde se fraccionan las convicciones cada vez que un colectivo de afectados se solivianta, mezclándose políticas integrales con sectoriales.
De suerte que la llamada ZBE (Zona de Bajas Emisiones) que rodea el Casco Viejo y parte del Ensanche pasaría a ser un área provisional de emisiones mediopensionistas. Y pese a que se anuncie que asistiremos a una mayor calidad del aire en el centro, a mí no deja de olerme a chamusquina que nuestra política medioambiental acabe transmitiendo esa sensación de perplejidad que nos atenaza cuando observamos un trampantojo.
Cierro los ojos y respiro hondo, como me ha indicado mi terapeuta, y trato de ejercitar mi mente jugando a definir esta sensación de frustración que mi ciudad me causa de forma tan recurrente. Y en esta ocasión, la primera palabra que acude a la punta de mi lengua con la que definir tan inquietante noticia es la de 'titubeo'.
Y claro, ahora toca seguir las reglas del juego de agilidad mental para mayores buscando palabras encadenadas que comiencen por la sílaba 'ti' para ejercitar la sesera. Me lo he puesto difícil, pero acepto el reto con deportividad. Timidez, timorato, timo, tibieza, tinción, tijeretazo, tiritona, típico. He tenido que parar porque estaba cogiendo una carrerilla desenfrenada.
Y es que no es esta la primera, ni será la última vez, que rebrota el estigma de las retiradas estratégicas en estas cuestiones de peatonalizaciones en nuestra ciudad. Cada paso -cada parto podríamos decir-, siempre ha ido acompañado de dudas y vacilaciones en el seno de nuestro Ayuntamiento. Gobernara quien gobernase. Desde las primeras medidas del alcalde Cuerda, pasando por los reparos del tranvía, siguiendo con los balbuceos del BEI, y acabando con las fluctuaciones en esta zona de bajas emisiones. Como aconseja Ricky Martin con tanto éxito: «Un pasito p'alante María. Un, dos, tres. Un pasito p'atrás -aunque me muera ahora, María-».
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