Cultura de bautizos y desfiles
Se non e vero... ·
Cada vez que escucho que los responsables de la cosa cultural presentan un nuevo plan estratégico me voy a la capillaSe non e vero... ·
Cada vez que escucho que los responsables de la cosa cultural presentan un nuevo plan estratégico me voy a la capillaCada vez que escucho que los responsables de la cosa cultural presentan un nuevo plan estratégico, me voy a la capilla de la Virgen Blanca de la iglesia de San Miguel y le enciendo una vela a Nuestra Señora para que interceda por nosotros y ... le ruegue al Señor que nos asista.
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Este afán tan estratega me recuerda a todos aquellos bienintencionados que después de las campanadas navideñas juran dejar de fumar, aprender inglés de una vez por todas, quitarse unos kilos o comenzar una actividad frenética en el gimnasio desde el primer minuto del nuevo año. Propósitos de enmienda que se perderán en el tiempo, como las lágrimas en la lluvia de Roy Batty.
Ahora pretendemos ser referencia cultural en Europa, dicen los muy sesudos y no menos argumentados documentos estratégicos, que pronostican un tsunami cultural de augustas proporciones. Y es que esto de la cultura popular da para mucho y el papel lo aguanta todo.
Con la edad uno va aprendiendo a limitar sus expectativas con modestia para evitarse sofocos innecesarios. Así que acotaría las pretensiones de futuro a ir dejando de lado esa cultura 'happy hour' o del dos por uno que ha imperado para nuestra desgracia en la gestión cultural institucional.
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Vitoria siempre se ha caracterizado por fomentar la cultura de lo gratis. Nos gustan las multitudes y las colas y nos obsesionan las cifras de asistencia en los informes de gestión. Así, cada vez que hay que celebrar algo, lo mismo se reparten pasteles que tortilla de récord Guinness, que te dan unas alubias con chorizo por la patilla o te invitan a caracoles. Y luego la gente se pone malita y va al ambulatorio con dolores y apretones intestinales porque se apostan en las filas para repetir y tripitir como si no hubiera un mañana.
Lo que está claro, a tenor de los gustos y reclamaciones del público, es el deleite por el desfile y la procesión. No ha habido más procesiones en Vitoria ni cuando mandaba Franco. Hoy asistimos a desfiles de moda, de carnaval, de cuadrillas de blusas y neskas, de curas y cofradías, de comparsas, de cabalgatas, y hasta de la Guardia Civil en la Plaza Nueva. Quién no se apunta a una buena parada. Y es que desde que quitaron la mili obligatoria estábamos como huérfanos por marchar con marcialidad y orden.
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Aún recuerdo, cuando crío, las trifulcas que se organizaban durante los bautizos en el pórtico de la iglesia del barrio. Eran los años sesenta y, tras la ceremonia bautismal, los niños nos arremolinábamos en torno al padrino porque éste era el que cortaba el bacalao.
Ante los gritos de los peques asistentes, éste metía la mano en sus bolsillos y tiraba caramelos, monedas y demás al cielo para deleite de la tropa infantil que se batía por echarle mano a aquella lluvia de monedas y caramelos. Si el padrino resultaba ruin, los niños le reclamaban más dulces y más regalos con unos ripios de lo más escatológicos: «Bautizo cagao, Bautizo meao. Si cojo al chiquillo, lo tiro al tejao».
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No estaría de más que estos nuevos planes fueran poniendo fin a esa política cultural del bautizo, del desfile y del 'gratis et amore' más propia de tiempos pretéritos imperfectos.
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