«Cómo hemos cambiado» cantaban los de Presuntos Implicados echando de menos los viejos tiempos. No hay más que ver el casting que han puesto en marcha los colegios -especialmente los concertados/privados- para seducir a las familias vitorianas con hijos en edad escolar. Ya ... no hay alumnado para llenar los pupitres en las escuelas disponibles y se ha desatado el pánico ante la eventualidad de quedarse sin clientes suficientes. A tal fin, desde el 3 de febrero hasta el día de San Valentín, se ha organizado una campaña de puertas abiertas, que ríete tú del 'ya es primavera en El Corte Inglés'.

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Las direcciones de los colegios han puesto en marcha una operación de marketing con visitas personalizadas a sus instalaciones para entusiasmar a las familias, tanto con sus menús gastronómicos como con los educativos. Cualquier acción de venta de imagen es bienvenida si sirve para lograr la incorporación de nuevo alumnado.

Y es que la competencia por llevarse el gato al agua se ha hecho feroz, según nos contaba el reportero Borja Mallo en su crónica de El Correo, para evitar el cierre de alguna línea educativa y la consiguiente mengua de puestos de trabajo de personal docente. Por eso hay que dar el golpe de pecho en estos diez días para realizar los últimos fichajes. Y la caza del cliente se ha desatado.

En la zona centro, muchos colegios se hacen la competencia, admite el director de Corazonistas. «Parece mentira, reconoce, que hace unos años la gente casi se peleaba por entrar y algunos se quedaban fuera y ahora…»

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Y es que antes, cuando niños chicos, era el colegio el que nos elegía a nosotros. Si vivías en Ariznabarra y comenzabas la primaria, como era mi caso, te tocaba ir al Hogar San José, sí o sí, con las Hermanas de la Caridad, vestidas con aquellos uniformes azules que les quedaban tan bien.

Tan solo los más pudientes encontraban hueco en 'marias' o 'coras'. Aunque muchos de ellos nos tuvieran una envidia indisimulable, porque sus familias los dejaban internos, como recluidos entre aquellos muros infranqueables, por donde pasaban a visitarlos y a sacarlos a comer los domingos y alguna que otra fiesta de guardar. Mientras, los demás campábamos a nuestras anchas, haciendo del extrarradio de la ciudad nuestro patio particular.

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A nosotros las monjitas de Ariznabarra nos dejaban ir a casa a comer y hasta nos ponían la antitetánica si te hacías una herida con algo roñoso. Y nos daban una botellita de leche en el recreo, de las que nos mandaban los americanos para que los huesos nos crecieran recios y bien derechos.

En aquellos tiempos éramos más de familia numerosa, y las patrullas de niños tomábamos el espacio público al asalto, como 'El Coletas' el cielo. Hoy, en cambio, los progenitores modernos no se empeñan tanto en procrear, que la vida ha cambiado una barbaridad. Nuestros padres no iban a Tailandia de vacaciones, si acaso a Benidorm. Y los únicos cruceros que conocían eran los del viacrucis del pueblo.

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Hoy los colegios son muy caros, con actividades extraescolares que cuestan un pico; y la crianza se ha puesto imposible con la ropa de marca y las zapatillas de a ciento cincuenta pavos. Menos mal que los chinos le acaban de pegar un bajón al precio del sucedáneo del ChatGPT para poder copiar los trabajos del cole sin ningún esfuerzo. Que no todo iban a ser malas noticias, oiga.

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