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Vitoria es la ciudad del self-service. Tú te lo comes y tú te lo guisas. Si vas a unbar te recoges la mesa, como si estuvieras en casa, retiras los vasos, los llevas a la barra y pides un trapito para pasar el paño. ... Y todos tan contentos.
En la flamante Estación de Autobuses de Portal de Foronda ocurre prácticamente lo mismo. Vas a la ventanilla de La Unión y aguantas a un personal digamos que no muy afectivo. Te miran con hostilidad y sin disimulo como si fueras el enésimo pesado al que soportan. Mejor no saludar efusivamente, no vaya a ser que ofendas a alguien. Cuando llega el autobús metes tú la maleta en el compartimento del bus, aunque tengas ochenta años o una costilla fisurada. Si esperas algún tipo de ayuda, al margen de la solidaridad de algún otro pasajero, vas más de culo que san Patrás.
Allí no hay vigilancia alguna y como es lógico, los robos de maletas se están multiplicando ante la pasividad del personal. Si vienes de Bilbao y te vas a bajar en los juzgados, por ejemplo, debes apearte en la parada de la estación y ejercer de vigilante para ver que nadie se lleva tu maleta; o bien desojarte desde la ventanilla en escorzos imposibles, por si alguien decide arramplar con tu equipaje y salir a la carrera.
El control brilla por su ausencia y hay una dejadez absoluta rodeando todo el proceso de embarque y desembarque. Además, el acceso a la terminal esuniversal, vamos, que pasa hasta el Tato sin ningún tipo de criba de entrada. Una verdadera alfombra roja al escamoteo y la rapacería.
No es extraño, por tanto, que la miel atraiga a las moscas. Ni tampoco que las maletas embelesen al descuidero. No hay más que echarle morro y te llevas el ajuar de cualquier viajero despistado sin toser siquiera. Pero lo mejor de toda esta panoplia de desparrame es que tras la desgracia, el hurto o la sisa no haya quien se responsabilice de nada entre este tropel de 'desgarramantas'.
El precio del billete sube como cada año, mientras la calidad del servicio no parece hacerlo en idéntica proporción. Ante este desorden, la compañía responsable de cada flete se llama a andanas. Los agentes municipales no saben, no contestan, pese a que la estación sea una instalación municipal. Y los jetas y sinvergüenzas, como peces en el agua, aprovechan para hacer el agosto gracias a esta situación de descontrol tan atractiva para sus intereses.
Y es que aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Tenemos una estación de primera que a este paso acabará convirtiéndose en un apeadero de tres al cuarto. Cuando llegas a Bilbao o a otras estaciones serias, los viajeros con billete deben acceder a los andenes a través de un torno. Aquí somos más de desparrame y de puertas abiertas. Que para qué vas a gastar dinero en seguridad siendo más democrático este despiporre.
Con nuestro aeropuerto está ocurriendo tres cuartos de lo mismo. Y dado que el aparcamiento es gratis, amenaza colapso. Y al paso que va la burra acabará por convertirse en un estacionamiento de larga estancia. Buscar allí una plaza libre se ha puesto imposible y sólo falta un 'gorrilla' voluntario distribuyendo los huecos disponibles por unos euros, cubriendo así el vacío de poder.
La picaresca lleva camino de superar la ficción y los usuarios de Foronda han acabado aprendiendo latín y buscándose la vida. Me cuentan que muchos viajeros se van la noche anterior al desplazamiento para aparcar el coche y tenerlo allí dispuesto y bajo tejavana aguardando a su regreso. Tienes que ir con dos coches y dejar uno ocupando un sitio.
El problema es para el que acude desinformado y pensando que algún tipo de orden debe haber; el susto que se lleva es de órdago a la grande. La puedes liar parda y hasta perder el vuelo si previamente no estás enterado de todas estas mañas. Y cuando llegas al aparcamiento del aeropuerto te sobreviene una taquicardia y empiezas a hiperventilar cuando te das cuenta que no hay una miserable plaza libre y que hay coches hasta en las aceras. Y te entra el tiriti y te tienes que hacer una yincana por los alrededores para buscarte la vida y aparcar en algún ribazo a riesgo de perder tu avión además de los nervios.
Eso sí, a la vuelta de tus vacaciones, te recibirán con una cariñosa nota sujeta a tu limpiaparabrisas, a modo de ongi etorri, para acabar de arreglarte el presupuesto con un multazo por aparcamiento indebido. Ya sólo te falta el beso de Rubiales en tol morro para acabar de rematarla.
Y es que nos asoma el pelo de la dehesa por entre las costuras de la camisa. Somos más de pueblo que las amapolas pero, eso sí, luego se nos llena la boca presumiendo de capital de Euskadi y qué sé yo. Que sí; que Vitoria es la hostia. Que tenemos unos servicios geniales y todo está cerca. Y muy majos todos. Pero aparte de obviedades y de subrayar lo evidente, nos falta rematar la jugada y ser exigentes con los servicios públicos y con nuestra propia actitud de desgana y falta de compromiso.
A veces pareciera que somos como aquel satisfecho insipiente, falto de ciencia o noticias, que sestea bajo una higuera que riega y mantienen las instituciones. El problema surge cuando no hay agua ni operario alguno –ya se sabe lo del absentismo en la administración–, y acabamos sin higos y sin sombra.
Antes se cantaba una coplilla del cancionero que recordaba la especificidad de Vitoria: 'Dos cosas tiene vitoria –oria-, que no las tiene Jaén –eén-. El estanco la Marrana – ana-, y el hombre del parisién». Medio siglo después, va siendo hora de actualizar los ripios para que den cuenta de nuestras nuevas singularidades y estas vayan más acordes con nuestra 'indiosingracia': 'Si te vas a la estación –oón-, ten cuidao y no te roben –oben-. Y si vas al aeropuerto –erto-, si no aparcas pues te jodes. Carrascal. Carrascal, qué bonita serenata…'
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