![A. I. «No problemo»](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/05/07/Imagen%20INTELIGENCIA%20ARTIFICIAL-k2fE-U2002331948864iB-1200x840@El%20Correo.jpg)
![A. I. «No problemo»](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/05/07/Imagen%20INTELIGENCIA%20ARTIFICIAL-k2fE-U2002331948864iB-1200x840@El%20Correo.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Recuerdo con simpatía mis pinitos escolares en la asignatura de filosofía. El primer curso nos situaba en los albores de la Grecia antigua con un tal Heráclito que era el apóstol del movimiento. «Todo fluye, nada permanece», proclamaba en sandalias este buen hombre.
Si titubeabas ... nervioso en el pupitre el profe te aleccionaba con algún ejemplo. «Nunca te bañas en el mismo río. El agua es otra. El río es diferente a cada momento». Entonces caías en la cuenta de qué era aquello de la filosofía y de que reflexionar tenía su aquel.
Resultaba sorprendente el hecho de que a menudo los filósofos venían en packs de dos. Siempre había un alter ego que sostenía lo contrario del anterior. Así, un tal Parménides contradecía a Heráclito asegurando que el mundo era estático, que no existía el devenir. Y entendías que la filosofía era como la vida misma. O como la política. Uno afirmando algo y algún otro tocacojones buscándole la vuelta y llevándole la contraria.
Además, los filósofos griegos eran como los alaveses, que llevaban siempre en el apellido el lugar de procedencia. Aquello molaba. Como González de Zárate o Fernández de Añastro, Heráclito era 'el Oscuro de Éfeso' y su antagonista Parménides de Elea.
Hoy, recordando a Heráclito y su 'todo fluye' -su 'panta rei'-, se me antoja que tras un par de milenios hemos pasado dos mil pantallas. Porque el mundo que conocíamos no sólo fluye sino que se volatiliza a cada segundo. Y el lecho de aquellas aguas del río a que aludía 'El Oscuro' en su prédica ha devenido en un torrente que avanza desatado montaña abajo.
Si lo piensan, nunca hemos asistido a un cambio de paradigma tan impresionante en la vida del ser humano como éste que apenas intuimos y que va sustituyendo al anterior de forma tan subrepticia, instalándose ante nuestras narices sin que pronunciemos un mísero ¡ay!
Hasta donde nos enseñaron el mundo se movía por revoluciones, por cataclismos, por guerras interminables y epidemias universalmente letales. Y lo hacía a fuerza de golpes que sacudían el tablero alumbrando cambios. Ahora los movimientos resultan inapreciables porque nos resultan ininteligibles.
Así, nuevos conceptos se adueñan de nuestro vocabulario sin entender bien de qué coño estamos hablando. Siempre creímos que la inteligencia era un signo de elevación, de nivel, de distanciamiento de lo rudo y primario, que te adentraba en los territorios de la capacidad, de la eficacia y de la aptitud para adquirir habilidades y destrezas con que reconstruir el mundo. Siempre pensamos que se trataba de un atributo del alma humana, sea esta lo que cada cual entendiera que fuera. Hoy, al contrario, es la Inteligencia Artificial la que se revela como un atributo de los nuevos dioses.
La IA se está adueñando paulatinamente de la producción intelectual del planeta y cada cual, a su nivel, está encantado usándola como si se tratara de un juguete inane para recrear textos, falsificar exámenes, ahorrarse becarios o tunear biografías y tesis doctorales. La imagen que mejor define esta actitud es la de un mono con una caja de bombas, que trastea con esos objetos, ajeno al peligro inminente que tiene entre manos.
Quién no recuerda la película 'Terminator'. Aquella historia en la que el guionista nos mostraba un mundo en el que las máquinas se habían adueñado del planeta y estaban arrasando la vida humana. Cuando la vimos en el siglo pasado nos partíamos el eje con 'Chuarceneguer' diciendo chorradas como si fuera Tarzán, mientras nos salvaba de un futuro apocalíptico. «No problemo».
Hoy, con un guion muy similar, leemos en el diario que un tal Geoffrey Hinton, uno de los grandes pioneros en el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA), ha dejado su trabajo en Google para poder advertir de los peligros que plantean estas nuevas tecnologías. Hasta hace unos días ocupaba el cargo de vicepresidente de Ingeniería en Google, ni más ni menos.
Le apodan el padrino de la Inteligencia Artificial y a sus 75 años asegura lamentar haber dedicado su vida profesional a esta disciplina. «Si no hubiese sido yo, otro lo habría hecho», ha declarado este abuelo, con cara de viejo travieso, en una entrevista en la que advierte al mundo de que nos dirigimos hacia el abismo gracias, entre otras cosas, a su exitoso trabajo.
El propio Hinton advierte de que los ciudadanos no seremos capaces de distinguir lo que es real y lo que no. Internet, el nuevo ágora de nuestra civilización, se sumergirá en un trampantojo de apariencia real.
Cuando acecha algún gran peligro los seres humanos tendemos a pensar que siempre hay alguien al mando en el puente de la nave, y que está al tanto de lo que sucede. Y que en un momento dado se pondrá coto al desaguisado. Pero en realidad esta presunción resulta una tremenda gilipollez. No he visto a nadie manifestarse contra la falta de regulación de la IA. Ni a ningún diputado, concejal o ministro clamando contra la carrera enloquecida por la implantación de la Inteligencia Artificial. Lo que suceda, sea lo que sea, ocurrirá ante nuestra apatía. Porque el mal de esta sociedad contemporánea estriba en la apatía intelectual que mantenemos en medio de esta colosal avalancha.
Nunca estuvimos tan inermes, y a la par tan relajados mientras se orquesta esta silenciosa revolución de dimensiones inimaginables. Hace un mes, más de un millar de empresarios, intelectuales e investigadores de primer nivel relacionados con esta tecnología firmaron un documento abierto en el que reclaman una parada en seco en los trabajos de desarrollo de la IA para poder recapacitar sobre las consecuencias de continuar la desaforada carrera actual.
«Desafortunadamente», asegura la carta, «en los últimos meses los laboratorios de IA han entrado en una carrera sin control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de forma fiable». El mundo está en manos de empresas y no de gobiernos. Quién podía imaginar que este cambio de paradigma resultaría tan cutre y tan carente de épica. Era verdad. Todo fluye. Aunque nunca fuimos tan rápido hacia ninguna parte.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La víctima del crimen de Viana recibió una veintena de puñaladas
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.