Prostitución en Vitoria
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Prostitución en Vitoria
Joy logró dejar las rotondasDavid González
Domingo, 12 de noviembre 2023, 00:51
Joy era invisible. Su primer atardecer en Europa lo pasó en una rotonda perdida en Bélgica. Como las siguientes 1.800 noches. De ahí bajó a Vitoria, donde le apostaron en una oscura calle de un polígono industrial. Jugándosela cada vez que subía a un ... coche. Ponía en riesgo su vida y su autoestima. Una jornada tras otra, sin visos de salir de aquel laberinto. Hasta que la unidad de calle de Berakah se cruzó en su camino. Sólo el nombre es falso, todo lo demás ocurrió.
Joy es una excepción entre las chicas africanas obligadas a prostituirse en Álava. Hoy presume de haber roto aquellos pesados grilletes. Cambió su vida como «esclava» durante la pandemia. Tras más de cinco años ejerciendo esta actividad alegal con clientes huérfanos de escrúpulos y humanidad.
Allá por 2015 residía en su ciudad natal, Benin City, la tercera más poblada de Nigeria. «Somos pobres. Sólo trabaja mi madre. Surgió la opción de venir a Europa. Pensaba que iba a trabajar de 'babysitter' (cuidadora de niños)», comparte en la sede de Berakah, la ONG que le sacó de la invisibilidad hace ahora tres otoños.
«Mi familia contrajo una deuda de 50.000 euros. Desconocía que era taaaaanto dinero». Una montaña. El salario medio mensual en su país anda por los 120 euros al cambio actual. Una mafia le tramitó el vuelo a Bruselas. Su sueño se resquebrajó a las pocas horas de aterrizar. «Pensaba que venía a trabajar de algo legal y la primera noche ya me pusieron en una calle a prostituirme. Lloré mucho», confiesa emocionada. Derramó lágrimas durante meses. Todavía lo hace cuando rebobina.
«Les daba igual. No tenía papeles, no tenía nada. Sólo les importaba que siguiera trabajando», esboza sobre sus captores. Abonaba un diezmo por sus gastos corrientes y cada mes debía enviar «mil euros» a su familia, encargada de pagar «en mano» a una responsable de la organización que le envió al infierno. «Mis padres no saben nada. Creían que tenía un empleo legal. Les mandaba el dinero siempre, porque si no pagas te hacen vudú. Vudú para matar», desgrana muy seria saltando del castellano al inglés. En ese lustro en áreas industriales belgas la cantidad remitida superó ampliamente aquellos 50.000 euros iniciales. También fue madre soltera.
En situación irregular, el riesgo aumentaba cada noche. «Había mucha policía y tenía miedo de que nos echaran a mi país». Entonces le dieron un nombre; Vitoria. Ahorró. «Compré el billete de tren y me escapé porque tengo una amiga aquí que me habló de que hay ayudas y esperanza». Su primer contacto alavés tampoco mejoró demasiado. Regresó a una rotonda. «Tenía que pagar una habitación y alimentar a mi pequeño. Necesitaba dinero».
Aquel café
Pronto llamó la atención de la unidad móvil de Berakah. Una madrugada, mientras aguardaba el autobús para regresar a su casa, la voluntaria Rosana le entró con un café. Se le enciende la cara cuando escucha ese nombre. «Me decía que lo dejara. 'No bien no bien'. Empecé a pensármelo».
Y lo hizo. Sus compatriotas que dan ese paso vital «se cuentan con los dedos de una mano», confiesan policías especializados. Sus salvadoras apostillan que «favoreció que tenía un hijo y que coincidió con la pandemia. Que te hagan cualquier cosa en la calle y tener un bebé que depende de tí pesa». Joy jamás ha denunciado.
Ahora cuida dos retoños, uno con una enfermedad degenerativa. Vive en un piso de Berakah y estudia castellano para «trabajar en lo que sea. Soy muy feliz en Vitoria. Aquí no hay racismo».
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