José Arrue y su recuerdo en Llodio

En Areta, después en Llodio, transcurrió la biografía de José Arrue terminada la guerra incivil. Hasta su fallecimiento en abril de 1977, a los noventa y un años de edad. Había nacido en la todavía Anteiglesia de Abando, en septiembre de 1885. Un lustro después se produciría la anexión definitiva de este territorio a la villa de Bilbao. Fueron aquellos tiempos posbélicos muy dolorosos para desenvolverse en un contexto artístico normal, casi sin alternativas, años de terribles desilusiones, con dificultades de afrontar al principio la elección de un futuro profesional; tiempos incluso de exilio interior del que comenzará a salir José Arrue con el esfuerzo y el cariño de sus nuevos paisanos. Nunca se rindió, nunca dio a torcer su brazo. Carácter. Con la tranquilidad y el sosiego que le aportaban también sus seres queridos, todos los suyos, luchó, sobrevivió y prosiguió con su vocación artística. Hasta el final de sus días.

Trabajos publicitarios de dispar naturaleza para empresas bilbaínas y de la comarca del Alto Nervión, sus probadas y exitosas dotes como dibujante, ilustrador y cartelista, disponibles siempre, además, como trabajador infatigable que era, con sus facultades y su imaginación –qué mejores compañeras de viaje–, retornó José Arrue al escenario vasco del que nunca se marchó. Recuperó su destino. Que evidentemente ya no era –no podía serlo– el de sus años mozos, el de esas arrebatadoras iniciativas con sus hermanos, con Gustavo de Maeztu, con Larroque, con Arteta, con Losada, con los Zubiaurre, con Nieto Ulíbarri, con Guezala y toda esa privilegiada nómina de artistas del primer tercio del siglo XX. Ahí estaba igualmente su identidad iconográfica, esa pintura costumbrista vasca, esos cuadros, realmente frisos, de alegres y multitudinarias romerías.

Que la figura de José Arrue siga siendo soporte y resuene en el valle de Ayala, en Llodio, y mucho más allá, ha de contar con todos los beneplácitos. Con todos los favores, al margen de coyunturas que como vienen, se van. Con horizontes amplios y compartidos, con pasión y bondad. Con inteligencia. En este tipo de improntas, y en otras, en las venideras, nos identificaremos y nos (re)encontraremos como comunidad. ¡Que tampoco somos tantos! A veces, eso sí, muy desabridos, incluso en el minúsculo espacio de una baldosa. Quizá por eso.

Recuperar culturalmente viejos arraigos, sobre todo si son de prestigio y honrados, nos hará mejores. El presente como discurso ordenador para futuros proyectos más o menos monográficos o interdisciplinares –habrá que generarlos, seguro–, así perviva la personalidad y el calado hondo de una trayectoria artística tan prolífica y versátil como la de José Arrue. Que lo veamos. Que lo disfrutemos con el tiempo.