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Todavía está un poco asustado pero, como él mismo repite una y otra vez, es un hombre que se repone a todo. José Ángel Ugarte es vendedor de cupones de la ONCE desde hace 16 años y parte del paisaje de la calle Sancho el ... Sabio, donde se ha convertido en el punto de referencia para quienes participan en estos sorteos con fines solidarios. Querido en el barrio, a principios de mes vivió la cara más amarga de su profesión cuando dos jóvenes de 20 años le robaron 500 euros en su puesto.
«Tenía el dinero en la mano y salieron corriendo hacia allí», señala hacia la calle Adriano VI. Aunque Ugarte ya se había fijado en ellos antes. «Vinieron dos veces antes por la mañana a comprar algunos rascas. No me había pasado algo semejante», confiesa agradecido a testigos como una ciudadana que les siguió en el coche en el que huyeron, lo que facilitó recuperar el dinero. Lejos de estresarse ante esta situación, sigue deseando muchísima suerte a todo el que le compra un cupón a través de la ventanilla. «Sobreviví a un accidente muy grave y, desde entonces, puedo reponerme a todo», repite.
Cuando apenas era un adolescente algo más joven que los dos chicos que le robaron, Ugarte, que hoy suma 60 años, jugaba al fútbol en el equipo de Jesús Obrero. Estudiaba segundo de Electrónica, una formación que después nunca tuvo la oportunidad de terminar. «Jugaba de centro y, como se me daba bien, entré en una liguilla con otros equipos de Vitoria y San Sebastián», recuerda. Sin embargo, su vida cambió para siempre al volver de un partido en la capital guipuzcoana. «Fuimos en autobús y después cogí el tren para llegar a Salvatierra», relata el vecino de Ozaeta. Llegó por la noche y, aunque no es capaz de reconstruir qué ocurrió en aquellas vías ese día de abril de 1977, pasó un mes y medio debatiéndose entre la vida y la muerte en el hospital.
EL SUCESO
«Salí adelante pero me quedaron algunas secuelas como la afonía», señala. Además de una afección en el habla, Ugarte tiene problemas de visión y la parte derecha del cuerpo entumecida. Un golpe muy duro para un joven de 16 años. Tanto que la afonía se la produjo un ataque de histeria en el hospital. «Después de aquello no pude terminar los estudios y me recluí, no quería ver a nadie», confiesa. En la veintena asumió que tenía que salir adelante y se introdujo en el mundo laboral, lo que a menudo no resulta sencillo para quienes sufren algún grado de discapacidad.
RESILIENCIA
«Trabajé en algunos aparcamientos como vigilante, estuve en el de Renfe, por ejemplo», detalla. Sin embargo, hace 16 años vio la oportunidad de dejar atrás ese empleo, más solitario, y tener un futuro un poco más estable como vendedor de cupones en la ONCE. Trabaja a escasos centímetros de las vías del tranvía, que hace temblar su caseta en cada recorrido y le obliga a alzar la voz para comunicarse con los clientes. «Aquí estoy más calentito, tengo más contacto con la gente y, al menos, sé que me podré jubilar. Hay que ganarse el pan con el sudor de la frente de uno», sentencia.
Este robo a un vendedor de la ONCE, el segundo en los últimos dos años después de que dos jóvenes atacaran al encargado del puesto de Siervas de Jesús por la espalda mientras salía con la recaudación en 2019, llega en un momento delicado para la asociación. Las ventas han caído un 15% a causa de la pandemia, y estuvieron paralizadas entre marzo y junio. Los sorteos sostienen el 99% del presupuesto de la ONCE y permiten pagar el sueldo de personas como Ugarte y llevar adelante su obra social. «No lo tenemos fácil y personas como José Ángel trabajan cada día con un inmenso cariño e ilusión», aplaude Concha de la Fuente, directora de la ONCE en Vitoria.
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