De Perogrullo: si Jesús no hubiera existido, tampoco habría triunfado el Cristianismo como una religión universal. Además, ¡con qué consecuencias! ¿Cuáles serían a estas alturas de la historia, cómo explicaríamos los contenidos artísticos de los principales museos del mundo, mayormente los radicados en la esfera ... más occidental del planeta? Más del 70% de las obras que se almacenan y se exponen entre sus muros jamás hubieran sido alumbradas. ¿En qué se nos quedaría entonces una visita al Museo del Prado, al Louvre, a los Uffizi, al Ermitage, a la Pinacoteca Brera o qué decir de los Museos Vaticanos, entre otros muchos espacios culturales? ¿Y las iglesias, catedrales, basílicas, monasterios…, qué? ¿Y las rutas de peregrinación, cómo serían, adónde irían y en qué direcciones?
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¿Y de la literatura, qué de qué, eso sin pensar exclusivamente en la producción de los poetas místicos como Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o Sor Juana Inés de la Cruz? ¿Y las cuestiones históricas del tipo como las Cruzadas, las Guerras de Religión, Reforma y Contrarreforma? ¿Y la labor evangelizadora emprendida por los cinco continentes con los impulsos misioneros? ¿Y las santas y santos mártires que pueblan el martirologio cristiano densamente ordenado de episodios vitales con sus símbolos e iconografía oportunamente definidos?
«Nuestros actos son nuestros ángeles, buenos o malos; sombras fatales que caminan silenciosas a nuestro lado», acertó a escribir un dramaturgo inglés contemporáneo de Shakespeare llamado John Fletcher. Así en este camino de actos, más de dos mil años de historia nos contemplan con sus luces y sus sombras, con sus logros y aciertos, con sus fracasos y sus páginas negras. Inexorablemente. Así, el devenir de la Humanidad. Pero la presencia de Jesús trajo un mensaje nuevo que ha condicionado, sobremanera, la vida de Occidente.
Afortunadamente, además, el Cristianismo juega desde los primeros albores a partir del siglo III con una poderosa carta de presentación, y nunca mejor dicho lo de presentación: es la única de las tres grandes religiones monoteístas que autoriza el culto a las imágenes sagradas, a las representaciones figurativas por lo tanto de carácter religioso. Y las imágenes contribuyeron a la catequización de una memoria, a la difusión de unos dogmas y unas ideas, sí, pero en la misma línea a la formación visual que es igualmente cultural cuando el pueblo llano apenas sabía leer y escribir: es la transmisión de unos conocimientos y una sabiduría. Nada de todo esto habría ocurrido sin las enseñanzas previas en su momento desde la periferia más humilde del Imperio Romano. Y desde allí, desde aquellos confines, hasta acá, hasta estos tiempos.
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Así pues, el nacimiento de Jesús dividió nuestra historia en dos mitades: antes y después de Él. Desde el año 525, a un monje de Escitia, entre las actuales Rumania y Bulgaria, de nombre Dionisio el Exiguo, debemos su 'ingeniería matemática' cuando estableció por vez primera el 'anno domini', es decir, el año del Señor. Al indicar la fecha primera de la era cristiana, marcada naturalmente por el natalicio del hijo de María, al ir hacia atrás en el tiempo para calcular la duración exacta de los distintos gobiernos de cada emperador romano, cometió ciertos errores de bulto. Literalmente se 'tragó' los cuatro años en los que el emperador Augusto había reinado también como Octavio. Tampoco tuvo en cuenta el año cero, que lo omitió sin más.
Entonces visto lo visto y echando cómputos muy delicados mes arriba y mes abajo, Jesús nació cinco o seis años antes de Cristo, como mínimo. El Exiguo había establecido fehacientemente que el futuro crucificado había nacido en el año 754 desde la fundación de Roma, pero sucedía que en el 750 había muerto ya Herodes el Grande. O sea, Jesús no pudo nacer después –conviene darle pausa a este adverbio de tiempo– de que el iracundo y muy familiar Herodes llevara olímpicamente cuatro años reunido ya con los dioses.
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¿No fue precisamente Herodes quien mandó cumplir la, hasta ahora, nunca acreditada Matanza de los Inocentes a sabiendas de que había nacido el rey de los judíos por el inoportuno chivatazo que le dieron unos despistados magos de Oriente? ¡Por cierto! Si la orden era asesinar a todos los infantes menores de dos años, se deduce entonces que entre la adoración de los Magos o la Epifanía y la propia persecución criminal existía un lapso más que considerable. No parece muy probable que los acontecimientos entre la aparición-veneración al niño Jesús y los crímenes fueran de hecho tan inmediatos en el tiempo.
En realidad, nunca se tuvieron certezas de todos aquellos acontecimientos: ni siquiera en qué época o estación del año nació el mismo Jesús. De ahí la necesidad de establecer una fecha simbólica y mágica relacionada estrechamente con los ciclos de la naturaleza como es el 25 de diciembre, el triunfo del 'sol invicto', el solsticio de invierno. Que coincide con el nacimiento de las más destacadas divinidades orientales, por supuesto, paganas de culto al sol. Festividad del astro rey que aprovechó inteligentemente la Iglesia católica para conmemorar en esa misma fecha el nacimiento del Rey de reyes. Nada, por lo tanto, de casualidades a la hora de compartir fechas.
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Así hay quienes piensan con razón que las casualidades no existen. Y quien aseveró que las casualidades no eran más que la ignorancia de las leyes físicas. Quizá sea algo así.
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