Al Marqués de Sade se le consideró casi siempre y casi mayoritariamente un escritor original. Pero sobre todo sumamente heterodoxo, provocativo y hasta enfermo, y solo muy pocos los primeros, los surrealistas le salvaron de una condena moral unánime. El modelo de sociedad sadiana, ese ... círculo privado de los scélérats, auténticos delincuentes entregados al delirio sexual, fue siempre un fenómeno sorprendente por su extrema y radical marginalidad: en efecto, sus practicantes estaban al margen de la sociedad, fuera de las normas y por supuesto. en contra de la moral.
Cierto es que Sade representa también una evidente contraposición respecto del orden de la razón establecido por la Ilustración, como también, en otro sentido, le ocurre a Jean-Jacques Rousseau. Y como Rousseau, lo que Sade defiende es equilibrar o compensar la despótica imposición de la razón como parámetro absoluto del saber-existir humano, visto que la razón, por sí sola y en ausencia de los sentimientos, no podría permitir la obtención de la felicidad humana. Los románticos, de quienes somos todavía herederos de facto, hicieron luego de esta idea su bandera estética e ideológica.
Pero la sociedad pornográfica de Sade era, en el fondo, una apuesta excesivamente radical, ya que llevaba al ser humano pornográfico a unos límites irracionales (lo cual forma parte también del ser humano), aunque ciertamente exagerados, irrisorios por su inverosimilitud y, lo que es peor, inhumanos por su práctica violenta y destructora.
Dicho esto, ¿alguien habría podido pensar que Sade y sus ideas pornográficas tuvieran hoy alguna vigencia? Pues sí, porque el homo pornographicus de Sade ya está aquí o sigue aquí, somos nosotros. Es el consumo, hoy día generalizado, de vídeos pornográficos en internet, y no solo por personas adultas, sino también por una gran parte de la juventud, que ha encontrado en esos productos un objeto de entretenimiento y hasta un modelo de actitud y de acción para su vida sexual.
La visualización colectiva, global, totalmente abierta, de la intimidad humana produce una banalización extrema de un acto en principio trascendental (el sexo, el amor). Ya no se trataría del erotismo, que deja entrever el carácter sexual de la identidad humana y su belleza, sino de la pornografía, que muestra subrayadamente y con todo detalle sobre todo el acto sexual, del modo que sea.
La violencia explícita y a veces brutal del vídeo «porno» es posible porque en cierto modo media en ella una especie de violación «consentida», pactada para llevar a cabo el espectáculo mismo de la pornografía y su exhibición. Este tipo de violencia podría tener algún vínculo con la violencia extrema de las películas gore, en las que la protagonista es víctima absoluta y terminal de la acción criminal representada o narrada por la película.
Ni el propio Sade habría imaginado hasta dónde hemos llegado con la violencia sexual representada en el «porno». Y lo que es más curioso, quizá no habría estado de acuerdo en que los jóvenes (y hasta los niños) contemplaran esas imágenes e hicieran de ellas una pauta de comportamiento sexual. Porque Sade era un ilustrado, un hombre de las 'Lumières' francesas en la época misma de la Revolución de 1789, un hombre que sostenía unos ideales en cuanto a la cultura, la educación y el progreso de la humanidad. Y en ese sentido formaba parte del círculo de los humanistas ilustrados, por mucho que sus relatos pornográficos aboquen a sus lectores a descubrir en su interior la animalidad y las pulsiones propias de nuestra identidad.
Así que la violencia sadiana tiene su paradoja, porque Sade también era un defensor humanista de los derechos ciudadanos, de la libertad y de la democracia. Lo cual no es óbice para que, al mismo tiempo, defendiera otras ideas nada consonantes con el respeto a la persona, sobre todo a las mujeres. Lo que no debería tener recorrido alguno en el régimen actual de nuestras sociedades modernas y avanzadas es la violencia que, sobre todo contra la mujer, se expone sin tapujos en el «porno».
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