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Bartolomé de las Casas ha sido el religioso más conocido como azote de los abusos de los conquistadores españoles sobre los nativos americanos tras el ... descubrimiento del nuevo continente. Pero el dominico sevillano no fue el único que puso el dedo en la llaga. De hecho, hubo más eclesiásticos que denunciaron que hubo excesos y atropellos contra los pueblos originarios de América. Un fraile franciscano vitoriano, Jerónimo de Mendieta, formó parte de aquella nómina de voces críticas contra la manera de hacer la colonización. Lo llamativo es que su principal aportación contra los desmanes se conocieron 274 años después de escribir un manuscrito, 'Historia Eclesiástica Indiana', que en los últimos años se ha convertido en un referente y el mejor informe para conocer el proceso evangelizador y colonial hispano, concretamente en México.
Fue a raíz de la publicación de ese volumen en 1869, después de un rocambolesco hallazgo del manuscrito de Mendieta en Madrid, cuando el mundo académico descubrió al fraile menor vitoriano. No estamos ante un simple cronista que apunta con excelente lenguaje, por cierto, la cotidianeidad de los misioneros de la primera ola americana. Por razones no explicadas pero que son fáciles de entender, la obra de Mendieta, que él la terminó en 1596, permaneció guardada en un cajón tres siglos. El tono crítico no gustaba a la monarquía pero tampoco a su orden religiosa. Y hubo otro fraile, Juan de Torquemada, que se encargó de edulcorar los duros testimonios recogidos por el alavés, en otro libro que plagiaba capítulos enteros de la publicación de Mendieta, pero que censuraba los aspectos más espinosos.
Jerónimo de Mendieta había nacido en Vitoria en 1526. Contaba él mismo que era el último de una familia de 40 hijos. Los pintó a todos en un cuadro que mostraba con orgullo en todos los conventos donde iba. Su padre se había casado tres veces.
La abrumadora presencia de los franciscanos del convento de la orden en Vitoria influyó seguramente en su vocación, aunque las crónicas cuentan que tomó el hábito en el cenobio de Bilbao e inmediatamente pasó a Nueva España en un durísimo viaje junto a treinta frailes -algunos fallecieron en la travesía- como él que salieron de Sevilla en diciembre de 1553 y llegaron a Veracruz en junio de 1554.
Desde el primer momento de su llegada, al convento de Tlaxcala, Mendieta empieza a defender a ultranza a los indios. En 1557 se dirige al nuevo rey Felipe II para pedirle que eximiera a los indígenas del pago de los diezmos, asunto que volvió a repetir en 1564. Como muestra de su compromiso con los nativos lo primero que hace es aprender la lengua de los mexicas, el náhuatl. También es capaz de dirigirse con gráficos y pinturas a los matlanzincas. Curiosamente, al ser tartamudo, sus sermones en castellano denotaban esa dificultad en el habla. Pero, milagrosamente, al platicar el idioma nativo no tartamudeaba.
Una de sus primeras acciones fue congregar a los indígenas que vivían dispersos en poblaciones. Así fundó los pueblos de Calimaya y Tepamachalco, en los que asentó unos 10.000 habitantes.
Alternó su misión evangelizadora con labores administrativas, fundamentalmente como secretario de los superiores dentro de la congregación, dado que sabía escribir muy bien. Precisamente, desde ese puesto aprovechó para enviar cartas al rey y a las autoridades de la monarquía denunciando los abusos de sus compatriotas con los indios mexicanos.
En 1570 vuelve a España para participar en el capítulo de la orden y pasa por Vitoria para visitar a su amplia familia. Tres años después y a petición del superior de la orden parte de nuevo hacia Nueva España desde Castro Urdiales junto a ochenta misioneros franciscanos.
Como ya comenzaba a mostrar alguna debilidad por encontrarse enfermo los franciscanos le mandan que escriba una historia americana de la evangelización. Sin embargo, es tal la acumulación de tareas que lleva a cabo en los distintos destinos a los que es enviado, Tlatelolco, San Francisco de México, Tlaxcala, Xochimilco, Chiamtepan, Tepeaca, que tarda en redactarla veinticinco años.
Divide su publicación en cinco libros distintos. El primero de ellos está dedicado a la isla Española y se nota la influencia del padre Bartolomé de las Casas, de quien transcribe párrafos enteros. El segundo se refiere a las creencias y costumbres de los indígenas, un magnífico relato sociológico de las comunidades indias, a las que siempre defenderá y el tercero lo dedica a la conversión con los grandes esfuerzos de los misioneros para aprender la lengua, ganarse la voluntad de los indígenas y cristianizarlos. El cuarto describe la fundación de las provincias franciscanas de Michoacán, Yucatán y Guatemala. El quinto libro está lleno de semblanzas, imágenes de abnegados misioneros, entre ellos, él mismo.
Terminada la obra él se quedó con una copia y envió otra a la metrópoli que en 1611 se hallaba en manos del también alavés fray Juan de Domaiquia, que le puso una dedicatoria y dos advertencias con vistas a una publicación que no llegó a editarse nunca. Ese manuscrito fue utilizado por su compañero Juan de Torquemada en su libro 'Monarquía indiana', un gran plagio, en el que omitía solamente las partes conflictivas y las denuncias, como base para su obra. Mendieta murió de disentería en 1604.
La obra del vitoriano es un hito importante en la reflexión sobre cómo se hizo la evangelización y la conquista de América. Los más críticos consideran que su visión de la cristianización de los nativos americanos fue ideal, hecha por hombres heroicos. Pero en muchas ocasiones fue impuesta por las circunstancias y los caciques se convertían por conveniencia porque la Corona les premiaba con empleos, tierras y privilegios. A menudo, la reacción de los indios fue violenta cuando los frailes no iban acompañados de soldados y hubo casos de canibalismo sobre los propios misioneros.
No obstante, era la explotación de los indios lo que motivaba la reacción más encendida de Mendieta que abogaba por limitar las encomiendas a los conquistadores y dar más poder a los frailes misioneros, que son los que protegen a los nativos. Además pedía que los impuestos de los indios fueran eliminados. Pero es cierto que hay una actitud paternalista. Los indios son seres de grandes virtudes cristianas pero deben ser cuidados y protegidos, piensa.
A pesar de la censura sobre su obra escrita, Mendieta, a través de cartas y denuncias sí llegó a influir en virreyes y autoridades y sobre la actividad legislativa de la Corona. El imperio español ha sido el único que se ha planteado desde un punto de vista moral si el dominio sobre otras tierras era justo o injusto. El franciscano enlaza con una corriente de pensamiento fraguada en la Escuela de Salamanca, encabezada por el dominico de origen alavés Francisco de Vitoria que pone los fundamentos del derecho internacional y del derecho de gentes. Los teólogos de Salamanca defienden a los indígenas como personas de pleno derecho y con potestad sobre sus tierras, el mismo planteamiento de Mendieta. El fraile también engancha con la tradición que viene de San Francisco defensora de que la Iglesia debe abrazar la pobreza evangélica como la principal virtud cristiana y los indios eran pobres entre los pobres.
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