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Cada mañana, Isabel Ruiz de Eguino remolonea en la cama hasta pasadas las nueve. Desayuna y hace un poco de deporte para desentumecer el chasis. Entre llamadas de familiares, algún solitario y un poco de lectura le da la hora de prepararse la comida. Un plan probablemente similar al suyo. La diferencia radica en que esta vecina de Judimendi acaba de cumplir 98 años y vive sola. Quizá sea la vitoriana más longeva que soporta sin compañía este confinamiento sin final conocido. Este periódico no ha encontrado a nadie más mayor, aunque puede haberlo, claro.
Isabel encara tamaño reto con una contagiosa alegría de vivir. «Ay majo, pues llevo sin salir de casa desde febrero porque tuve un problemilla. Empecé con la garganta, un poco de tos y mi familia, que se asusta enseguida, llamó al medico. Me dijo que no me moviera de casa, que me tomara la temperatura a diario y que si tenía fiebre volviera a llamar, pero ni fiebre ni nada. Se me fue pasando aquello cuando empezó todo este lío», certifica con una lucidez impropia de su edad.
«Así que un mes confinado llevarás tú. Febrero no salí, marzo no salí y lo que llevamos de abril tampoco. Ni peluquería ni nada así que no te cuento», exclama vía telefónica. El abastecimiento de víveres lo tiene asegurado. «Mis nietas me piden por ordenador la comida al súper. Me la traen a casa. Me la dejan en la puerta y ni me hablan. Se largan corriendo», apostilla entre risas.
Ni siquiera baja a echar la basura. Se encarga algún familiar. «Me dicen mis hijos que soy propensa a contagiarme. 'No abras, no hagas eso ni aquello' así que aquí quieta». Ella, que antes del estado de alarma no perdonaba su paseo diario de dos horas, observa desla calle de su ventana con nostalgia.
Y eso que el teléfono de su casa no deja sonar. «Me llaman mucho y se agradece. Mi hija acaba de llamarme. No se cuántas veces al día lo hace», dice con un impostado hastío. Presume de sus tres hijos, siete nietos y cinco biznietos. Todos pendientes de ella. «Las biznietas mayores tienen ya 21 años y novio. Igual salgo de aquí siendo tatarabuela, oye», suelta socarrona. Ninguno de ellos ha traspasado la puerta de su piso «porque tienen miedo de contagiarme».
Esa soledad física la soporta bastante bien. «Me ducho, me visto, me apaño muy bien yo sola», subraya Isabel, que ha superado una vida repleta de vicisitudes. La Guerra Civil le pilló en su Salvatierra natal. Perdió a su madre con dos años. Su padre, capataz de obra, alargaba las horas del día para llenar la despensa de una casa con ocho retoños. «La vida te enseña a luchar desde pequeña. He pasado una guerra. En la posguerra estaba muy difícil comer», relata.
Nació en 1922. «Con 16 años me vine a Vitoria. Y no me han echado desde entonces. La verdad que estoy muy a gusto». Sobre todo esos días contados en que calienta el sol. «Me pongo en una ventana a coger color», admite presumida. Porque aunque le queda nada para convertirse en centenaria, Isabel no ha perdido un ápice de coquetería. «¿Una foto? ¡Pero si no he ido a la peluquería desde hace no se cuánto!».
Cuando pasan las horas y el tedio gana, ella se acoda en la ventana y cuenta personas. Lo de no poder pisar la acera cada vez lo lleva peor. Razones tiene. «Antes de todo esto me daba un paseíto cada día hasta el puente de Las Trianas, iba a la plaza de El Corte Inglés, hacía algún recadillo. Estaba de doce a dos por ahí. Correr no hago, a no ser que me pongan algún bicho con cuernos por detrás. Además en el barrio me conocen hasta las piedras y me paro a charlar, angelito mío».
¿Cuál es el secreto de la longevidad de Isabel? «Mi padre duró hasta los 98. Nunca tuvo nada. Justo cogió un pulmonía y... Las hermanas de mi padre llegaron a los cien cumplidos. Igual he heredado eso, dinero no eh».
8.075 vitorianos superan la barrera de los 85 años. Se desconoce cuántos afrontan esta cuarentena solos, entre cuatro paredes. A ellos, Isabel les dedica este consejo. «A los otros que están como yo que recuerden qué bello es vivir. Es un don divino, amigo». Ella confía en alcanzar los tres dígitos. «Estoy muy a gusto, no tengo ninguna prisa (se supone que en morir). Si me dan los 100 o 110 me da igual. Cuando le digo a mi hija 'parece que me duele aquí', me responde 'ay, mamá, que vas a llegar a los 110'».
Toca despedirse. Antes de colgar el teléfono, aflora la vena más vanidosa de Isabel. «¿Pero de de verdad me vais a hacer una foto desde la calle? Me da mucha verguenza, ay, ay, ay. Cuidaros todos, de verdad».
Más de 85 años. 8.075 personas superan esta edad en la capital alavesa.
Judimendi, el barrio de Isabel. De los más envejecidos de Vitoria. El 28% de sus vecinos supera los 65 años.
93 centenarios en Vitoria. Según el último padrón, 93 personas han alcanzado los cien años. La mayoría, 11 personas, reside en el barrio de Coronación.
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