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La última feria taurina que acogió el Iradier fue hace ya un lustro, en 2016, pero los que tienen un olfato finísimo aseguran que, si uno abre bien las fosas nasales, en algunos rincones todavía se percibe el olor a los animales atenazados por el ... miedo antes de salir al ruedo. Lo que sí son visibles son los toriles, con las argollas, las sogas, las divisas que cuelgan en las paredes de hormigón desnudo.
A la izquierda del escenario, allá en lo alto, entre las telas negras se aprecia el reloj, con la publicidad de Soberano, y en las tripas de la plaza, el quirófano cuenta todavía con todo dispuesto para intervenir ante una cogida. Peor suerte ha corrido la capilla, en la que quienes se visten de luces y plata se encomendaban a sus santos antes de jugarse el pellejo. Sin santos, desacralizada, sólo unas peanas dejan intuir lo que fue y, muy probablemente, no volverá a ser.
El Iradier Arena, concebido como plaza de toros multiusos está mudando de piel más en el plano simbólico que en el material. Aunque sin albero, sigue siendo una plaza. Con todos los problemas que eso implica. Ojalá su transformación fuera tan facil como cubrir con unas telas de colores los burladeros. La envolvente, de chapa microperforada, «tiene un efecto como de altavoz: se escucha lo que ocurre aquí, pero también lo de fuera, si un vecino de los bloques de al lado tiene las ventanas abiertas y pasa la aspiradora, aquí se oye con total nitidez», ilustra Javier Sagastume, el presidente de Kultura Bizia.
De momento, los problemas de sonorización más graves se han solucionado con la instalación de 3.800 metros de tela negra. «Hemos logrado bajar la reverberación a la mitad», apunta Sagastume. Algo más complicado es evitar que el personal se achicharre. Ahora mismo, el único sistema de climatización existente pasa por abrir la cubierta (ello requiere 15 minutos) para ventilar. Que corra el aire.
«El Iradier Arena es un proyecto fallido desde el inicio», asegura el vocal de Cultura del Colegio de Arquitectos, Ekain Jiménez Valencia que, no obstante, cree que su reconversión «es factible». El arquitecto insta a las instituciones a abrir un concurso de ideas para encontrar una solución «que no tiene por qué suponer una barbaridad de inversión pero que tener una componente estética». Pone como ejemplo la nave de la música de Matadero Madrid. El proyecto, muy elogiado, partió de los arquitectos María Langarita y Víctor Navarro y aprovecha materiales como la lona y los paneles de contrachapado para mejorar la acústica del espacio.
«El Ayuntamiento tiene una oportunidad para atreverse, hacer algo distinto –asegura el arquitecto– y tampoco debería tener miedo a la colaboración público-privada. ¿Por qué no contactar con Michelin para utilizar neumáticos con los que mejorar la acústica?». Ahí va una osada (y divertida) propuesta: el Michelin Arena.
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